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Vultures in the desert of Havana

Un título en inglés. Más bien: another título en inglés. Otros recientes: Boring Home, Paperback Writer… Parece cuestión de moda entre los jóvenes escritores cubanos. ¿Razones nostálgicas? Creo que no caben. ¿Curiosidad? “En busca del idioma perdido” o algo así… Pero que sé yo. Aunque ironizo, no intento juzgar nada.

En definitiva, Jorge Enrique Lage puede nombrar su libro como le venga en gana. Le puso Vultureffect y punto. Que traducido literalmente al castellano, vendría a significar “Efecto Buitre”. O quizás “Buitrasto”, “Buitrobjeto”: un vulturestuff. En definitiva, Lage ha usado anteriormente títulos en inglés. Recuerdo: “Pure fiction days”. Qué buen cuento ese acerca de una insólita visita de Stephen King a La Habana…

A lo que iba: Es viernes, 2 de septiembre. Llegamos (Leopoldo Luis y yo) a la Sala Villena de la UNEAC cuando faltan diez para las cuatro. A tiempo para la presentación prístina de Vultureffect de Jorge Enrique Lage, publicado por Ediciones UNIÓN, 2011.

Antes anduvimos media hora en círculos por el Vedado. Con sed de café. Pero: Cafetería Castillo de Jagua con dependiente en slow motion y gentío esperando; Café G a full; cuentapropistas en money nacional=0; y los dos “paladares” entrevistos: Habáname y Punto G, only si tienes CUC, only for VIP.

Por suerte, ofrecen té frío a la entrada del local del lanzamiento y hay escasa competencia por la infusión. Li-te-ral-men-te cuatro gatos. Por allá: Lage junto con Ahmel Echevarría junto con Orlando Luis Pardo (“Los benditos se reúnen”, pienso). Ahí: Alberto Garrandés, anunciado como presentador; Yannis Lobaina, promotora de la Editorial UNIÓN. Llegan algunos, del club de los que escriben: Maykel Paneque, Adriana Zamora… Aparece Deborah, lectora impenitente y asidua a concilios literarios. Hay UNA periodista: Helen Hormilla, joven ella…

Me fijo en el letrero sobre la camiseta de Orlando Luis Pardo: “Soy virgen… Pero no hago milagros”. Me da gracia el mensaje y por un momento, idea loca, imagino a todos los presentes ataviados como vírgenes. Amarillos como Vírgenes de la Caridad del Cobre, azules como Vírgenes de Regla, blancos como Vírgenes de las Mercedes… Y los milagros brillando por su ausencia; casi todos ahí solo hacemos libros.

Lage y Garrandés se han puesto a hablar. Pego el oído porque me pareció que hablan de Dexter. Me encantó esa serie de un asesino en serie que solo asesina asesinos en serie y es forense de la policía de Miami. Meto la cuchareta; o sea, intervengo en la conversación para alabar a Dexter.

Si hoy hasta los filósofos escriben tratados sobre las series televisivas norteamericanas, nada le encuentro de frívolo a que los escritores toquemos ese tema. La preferida de Lage es Los Soprano mientras que yo soy fan de The Wire. A Lage, que no la ha visto, le cuento de qué va The Wire, de por qué me gusta. Y él dice de pronto:

—Claro, es como la vida…

A la hora de arrancar “la actividad”, sentaditos todos, hago el conteo de asistentes con los diez de las manos y no me alcanzan. Pero me sobran si adiciono los dedos de los pies.

De infiltrado no veo a algún Premio Nacional de Literatura. Tampoco ninguno de los que deben estar asentados en la lista por el fajín máximo. Ni siquiera hay representación del grupo de escritores que irrumpió en los 90 (excepto Garrandés, el presentador). Muy pocos por encima de los cuarenta y pico. Por supuesto, están los padres del autor de Vultureffect.

¿Cómo se llama ese fenómeno? “Diferencias generacionales”. “Rivalidad intergeneracional”. Acaso: “Ausencia de solidaridad y sentido gremial”. Qué sé yo. A qué romperse la cabeza con eso…

El primero en disertar es Ahmel Echevarría, colega de Lage en el Centro Onelio y compinche en la página digital Vercuba. That’s what friends are for, pienso y tomo nota:

“Picotazos. Minificciones. Textos breves como bocados. Buffet servido con alimentos en descomposición. Buitrextos. Hipertrofia de la ironía. Restos de literatura, cine, artes visuales, series televisivas. Escribir sobre un blanco móvil. Escribir sobre La Habana sin el color del verano. Una ciudad en la que estamos ausentes…”

Leo va de un lado para el otro, en lo suyo, hace fotos del acontecimiento. Ahora Alberto Garrandés lee su escritura sobre su lectura de los escritos de Lage. Yo apunto:

“Densidad de un buitre en el desierto. Tradición de laconismo. (Cuenta un cuento de algo que le pasó con un taxista y un carro policía). Inexorable. Pesadilla de la ficción. Preeminencia del paisaje más allá de los accidentes. Paranoia verosímil. Un zopilote en el desierto de lo real…”

Como siempre, el performance final es para el autor. Pero hay escritores de poco hablar. Esos son los que escriben mucho. (Los escritores que hablan mucho son los que escriben poco. Es mi caso). Lage, que nació en 1979, ha publicado ya: Fragmentos encontrados en La Rampa (2004). Yo fui un adolescente ladrón de tumbas (2004). Los ojos de fuego verde (2005). El color de la sangre diluida (2008). Carbono 14. Una novela de culto (2010).

¿Qué hará Jorge Enrique, hombre de pocas palabras?

—No creo que tenga mucho más que decir —dice Lage, aunque hasta ese momento no había abierto la boca. Luego agrega, supongo que para no hacer el feo:

—Esta serie de textos se fue acumulando durante diez años. Los reuní pensando en la escritura como archivo. En la escritura como secuencia o proceso más allá de un texto individual.

Y eso fue todo.

Algunos de entre los cuatro gatos (dieciocho, siendo exactos) compramos libros. Y pasamos por la mesa a coleccionar la firma del futuro Premio Nacional de Literatura. Premio Nóbel tal vez. (Why not? Tan inescrutables son los senderos de la gloria literaria…)

Con el transcurso de los años y los libros y los premios, los escritores se vuelven lacónicos a la hora de las dedicatorias. Tengo un volumen autografiado por José Saramago. El Premio Nobel colocó solamente su rúbrica y la fecha. Otro de Daniel Chavarría. El uruguayo Premio Nacional de Literatura cubano me estampó apenas: D.C.

Jorge Enrique Lage puso en mi ejemplar de Vultureffect:

Para Grillo,
con un abrazo
y mucha suerte,
JE

“Nada mal, para un tipo lacónico de por sí”, pensé.

Eran las 4:30 pm. Se mató rápido la jugada, como se suele decir. Afuera de la Villena, sin embargo, habían desaparecido la mesita del té y la expendedora. A Leo, a mí, a los cuatro gatos (más exactamente dieciocho), nos salió cara de frustrados. “Vaya, que ni restos para buitres”, pensé.

Camino a la salida del caserón de la Unión de Escritores y Artistas, me percaté: “Gris, gris, el cielo está muy gris”. Andando hacia la parada de la guagua, imaginé el conjuro: La Habana, desierto de lo real, yo de zopilote en medio.

De nada sirvió. Y rompió el aguacero. Aunque sí alcanzamos a ponernos (Leo, Deb, yo) a resguardo bajo un alero.

Me dio por abrir el libro de Lage en la página inicial. “Perdidos” era el título de la primera ficción breve. “¿Y por qué no Lost?”, pensé.

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