Vampiro personal
Una vez, hace mucho tiempo, había escrito un intento de relato llamado Vampiro personal. Y si digo intento, es precisamente porque esa es la expresión necesaria. La palabra perfecta, la mot juste que Flaubert tanto defendía. Vampiro personal no fue más que mi personalidad cercana a los veinte años deseando expresarse a través de una anécdota ingenua (en aquel momento me parecía sumamente ingeniosa). Era la presentación de un escritor en ciernes. Inseguro, y no comprometido del todo con el mundo de ficción que envuelve a este mundo real.
Deberíamos siempre desconfiar de un cuento que comienza: Buenas noches. Permítame presentarme. Y no solo porque es el principio de un famoso tema de los Rolling Stones (Please, allow me to introduce myself…, “Sympathy for the devil” en el album Beggars banquet, 1968) sino que, como principio de un corpus narrativo, delata falta de originalidad, y una cierta debilidad implícita en la expresión Buenas noches. En fin, no se le debe pedir mucho a un adolescente que casi roza los veinte años, supongo.
Como el título indica, este era un texto que trata sobre vampiros. En una época marcada por la saga Anne Rice y textos mal digeridos de Bram Stoker (había visto las películas al respecto, había leído los libros), a este adolescente le dio por ese tópico. En fin, la idea se basaba en un narrador (ingenuo y preguntón) que, en un parque y en el medio de la noche, se topaba con alguien que decía ser su vampiro personal. (Así fue como conocí a este hombre que vino a sentarse a mi lado en el parque aquella noche de agosto. Lo que vino a continuación fue una de las conversaciones más extrañas de toda mi vida.)
El narrador no lo entiende, y esto da pie a un mal desarrollo de la historia, tocando todos los lugares comunes habidos y por haber. (Lo que él afirmó me dejó sin palabras. Si el hombre me hubiera dicho que vendía aspiradoras le hubiera despedido sin más miramientos. Si hubiera dicho que conocía a mi hermano de la Universidad, le hubiera invitado a un par de cervezas. Pero me había dicho que era un vampiro y encima de eso, personal, lo cual era mucho más grave. Algo me hizo creer que su cabeza no andaba bien. / Bien, dije confundido, Pues ya nos conocemos. / Mi vampiro personal suspiró. / Sé que no me cree. Le enseñaré algo para convencerlo. / Sacó un espejo del bolsillo y me lo mostró. Mis ojos miraron al cristal, sólo para mostrar que no había nadie a mi lado. Podía ser una invención para vender espejos. Un truco barato.)
A esto le seguía un par de párrafos ampliando la idea sobre el tema. En el texto, se esgrimía la teoría de que a cada vampiro se le asigna una serie de víctimas fijas por mes (siguiendo el esquema de cuotas a las que nos ha acostumbrado el gobierno de nuestro país), y a esa lista de víctimas les corresponde un solo (y solo uno) vampiro durante un equis período de tiempo. A saber (dice el personaje del vampiro): Según mi calendario, este mes me toca beber la sangre suya. Una especie de cuota ¿Entiende? / ¡Qué bueno! Extracciones de sangre sin contar con el donante. ¿Quién las decide? ¿Usted, o algún viejo vampiro ocupado de la contabilidad? / Eso lo decide nuestro jefe superior y nos asigna nuestras cuotas. Con la situación de hoy en día nos tocan cinco personas al mes. Nada como los viejos tiempos, cuando hacíamos todo lo que queríamos. Ahora lo principal ¿Cómo prefiere que lo desangre? ¿Poco a poco o todo de una vez?
El cuento (de una cuartilla o cuartilla y media) termina como el clásico texto de un amateur a quien todo le resulta fascinante: con un final sorpresa. El narrador, a punto de ser desangrado, encuentra a un nuevo personaje; un deus ex machina que acude a salvarlo en el último momento. Un ser que castiga el mal y actúa como una suerte de hada madrina, un yo interno o una consciencia de tallerista. Resulta que a cada vampiro se le asigna un cazador personal y el de mi historia termina con una estaca clavada en medio de la espalda. (¿Y quién diablos es usted?, le dije. / Yo soy un cazador de vampiros. Estrictamente su cazador personal, y señaló el cadáver, Nos asignan una cuota de dos vampiros al año y a este lo vengo persiguiendo desde hace muchos meses. / Yo lo miré desconfiado y él agregó: No me mire así, que le acabo de salvar la vida. Usted iba a ser su plato fuerte esta noche. Ahora tengo que ir hasta Brasil, para salvar la próxima víctima. / Y diciendo esto desapareció. La calle está llena de gente rara.)
Por aquellos días, transmitían por la televisión una telenovela brasileña titulada La próxima víctima; de ahí el chiste malo cercano a la conclusión. Y el final en sí mismo (la última línea) es un arquetipo perteneciente a la galaxia de donde provienen todos los lugares comunes. Igualmente apuñalado por la espalda debería sentirse el lector con un final de este tipo, pero (repito) no se le puede exigir mucho a un adolescente que hace lo posible por imitar textos mal digeridos con mayor o menor suerte.
Este relato, escrito en algún momento de 1997, representaba para mí lo mejor y más florido de lo que podía hacerse como escritor. Solo me di cuenta de su fracaso cuando lo leí en público por primera vez. Las críticas fueron brutales, casi al extremo de sustituir mis deseos de escribir por los de trabajar como camarero en alguna cafetería estatal.
Cuando se lo enseñé a Madre, ella también puso el grito en el cielo. No le gustó para nada. Tal vez no sabía de literatura (¿ella o yo?) pero tenía cierta lógica interna de como las cosas deberían funcionar. Y, según ella, el relato no funcionaba.
Veinte años después, un amigo se decide a hacer una antología de cuentos sobre vampiros y me pide colaboración.* Recuerdo entonces aquel Vampiro personal que casi había olvidado y, a pesar de toda la serie de errores sobre los cuales ya he hablado, decido desempolvarlo. El tiempo ha pasado, limando asperezas. Incluso a Madre le parece bien la idea.
Si quieres hacerlo, hazlo, me dice, pero ¿estás seguro de querer contarle al mundo lo que somos?
Yo murmuro algo sobre la gente que ya no lee de veras en estos días, elaboro cuantiosas sumas en concepto de derecho de autor y, total, nadie va a creerle a un escritor de ficción.
Me voy entonces con el cuento bajo el brazo, buscando, en este orden: al amigo mío de la antología, un paquete de cigarros marca H. Upmann y (¿por qué no?) alguna nueva víctima que me ayude a calmar la sed de esta noche sin estrellas, sin luna y, por supuesto, sin rastros de sol.
*Está en preparación la antología Isla en rojo. Historias cubanas de vampiros y otras criaturas letales, que verá la luz próximamente editada por la Casa Editora Abril,con selección y prólogo de Rafael Grillo.
Raúl Flores Iriarte. La Habana, 1977. Narrador
Ha publicado, entre otros, los libros El lado oscuro de la luna (Editorial Extramuros, 2000); El hombre que vendió el mundo (Letras Cubanas, 2001); Bronceado de luna (Extramuros, 2003); Días de lluvia (Editorial Unicornio, 2004); Rayo de luz (Casa Editora Abril, 2005) y Balada de Jeanette (Ediciones Loynaz, 2007). Ha obtenido, entre otros, el Premio Pinos Nuevos, el Luis Rogelio Nogueras, el Félix Pita Rodríguez, el Calendario de Ciencia Ficción y de Narrativa, y el Cirilo Villaverde de Novela. Ha colaborado con diferentes publicaciones culturales como El Caimán Barbudo. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y de la Asociación Hermanos Saíz.