De pura casualidad, por serendipity, o “de chiripa” como se dice en cubano, en 2011 me cayó en las manos un número de la revista literaria Quimera que había levantado revuelos. El nombre del artífice de una “impostura intelectual”, al estilo de aquella otra célebre de Alan Sokal, se me quedó prendido en la mente: Vicente Luis Mora.
Por eso ahora, en 2014, cuando ese nombre apareció dentro de la lista de posibles candidatos propuesta por Darsi Fernández, mientras se hacían las coordinaciones para un taller sobre las interrelaciones actuales entre literatura y medios digitales, ofrecí mi voto por el “impostor” Vicente.
Luego de los contactos vía email, se tuvo la confirmación de que el nacido en Córdoba, 1970, Doctor en Literatura Española Contemporánea y escritor de narrativa, poesía y ensayo, aceptaba gustoso a venir a La Habana entre el 19 y el 25 de enero de 2015, para desarrollar con escritores, editores y promotores culturales de la isla un programa al que él mismo puso como título “La literatura entre los dedos y lo digital: ¿Son nuevas formas las formas nuevas?”.
Esta iniciativa forma parte de ACERCA (Programa de Capacitación para el Desarrollo en el Sector Cultural); cuenta con el auspicio de la Consejería Cultural de la Embajada de España, el aporte de Isliada (web de Literatura Cubana Contemporánea) y se realizará en la sede del emblemático Centro Cultural Dulce María Loynaz.
Con este pretexto, y sin haber tenido contacto ni “de chiripa” con muestras de la labor de Vicente Luis Mora en el terreno literario más allá de esa Quimera verdadera (y valga el oxímoron), me arriesgo a lanzarle unas pocas preguntas:
—Vicente, su nombre llegó a mis oídos por primera vez en 2010 cuando “montó un bulo” con la edición 322 de Quimera, que luego defendió con que era “un ensayo sobre la falsificación literaria desde la falsificación”. Cuéntenos un poco sobre ese episodio que alcanzó tanta notoriedad y sus motivaciones para engañar a los lectores con esta falsa revista…
—El Quimera 322, como yo denomino al proyecto, ha sido una de mis experiencias literarias más felices, en el sentido de que es la que más felicidad me ha proporcionado. Que todo el proyecto fuese lúdico y ensayístico al mismo tiempo me permitió divertirme con la escritura hasta un grado desconocido para mí. Mientras que el resto de mi obra se hace lenta y gravemente, con muchas correcciones y anudando calladas horas de trabajo durante años, este número tuve que escribirlo a contrarreloj, e iba introduciendo en él cualquier barbaridad que se me ocurría. A pesar del plazo temporal, nunca me he sentido tan libre.
“Mi intención era interrogarme, e interrogar al lector, por los límites de la credibilidad y las condiciones del campo literario para recibir una información, algo que sigue muy vigente hoy, cuando ves cómo muchas personas comparten bulos y noticias falsas en las redes sociales sin molestarse en pensar qué están compartiendo y cuál es su veracidad. Quimera 322 es un “metabulo”, un “metahoax”, que reflexiona desde la impostura y la deturpación sobre la falsificación literaria. Para ello tuve que crear 22 pseudónimos e imitar el estilo de los colaboradores habituales de la revista por aquel entonces. Si hoy pudiera cambiar algo reharía el artículo del Damián Tabarovsky apócrifo: no acerté ni con el tono ni con el contenido del texto, que en realidad me salió anti-tabarovskyano.”
—No he leído Alba Cromm, la novela suya que en el mismo 2010 publicó Seix Barral, pero su sinopsis dice que está “construida como un ejemplar de Upman, una revista ficticia de tendencias para hombres”. Dicho así parece un proyecto cercano a Quimera, más la acción está situada en un futuro inmediato. ¿Acaso puede considerársele entonces una novela ciberpunk? ¿Su visión de la penetración de las nuevas tecnologías en el mundo moderno comparte la imagen siniestra asociada con esta corriente de la ciencia ficción?
—Es un ejercicio inverso por completo al de Quimera 322, aunque varios hispanistas han estudiado y comentado juntos la novela y el número de revista precisamente por esa oposición: Quimera 322 era una revista que, en realidad, era un libro; Alba Cromm es una novela que, a la vez, es una revista y está configurada como tal, con su portada, su índice, sus créditos de colaboradores, sus inserciones publicitarias (falsas e irónicas), sus secciones fijas, etcétera. También me resultó ameno inventarla y diseñarla, pero la gravedad del tema —aborda el espinoso asunto de la pederastia en la red—–, me impedía frivolizar, cosa que sí pude hacer en Quimera 322.
“Respecto al género, es complicado: hay quien ha defendido que es ciberpunk, otros que es una novela policial, otros que es una novela bastante clásica, aunque yo la pensé y la escribí como una distopía, que es el género político por excelencia (es decir, una novela distópica no puede no ser política).”
—Son muchas las personas que creen que la libertad de opinión y elección propiciada por Internet hace inútil el papel del crítico literario. Sin embargo, además de ser novelista y poeta, usted lleva un blog titulado Diario de lecturas (Premio Revista de Letras al Mejor Blog Nacional de Crítica Literaria) en donde publica reseñas, hace comentarios de libros… ¿Por qué?
—Por sorprendente que pueda parecer, soy un crítico vocacional. Para mí la crítica es parte de mi trabajo creativo, y disfruto haciéndolo –la prueba es que lo hago gratis, sin cobrar–. Es una pulsión tan fuerte como la poética o la narrativa, que ni puedo ni quiero evitar.
—En 2012 publicó un ensayo titulado El lectoespectador, del cual solamente pude revisar su índice y veo que ahí habla de “el cambio de paradigma: de la letra a la imagen” y de “nuevas tecnologías narrativas”. ¿Podría resumirme algunas de las tesis que desarrolla en ese libro?
—En nuestros días, todos somos acuciados o apelados desde millares de signos o anuncios con texto e imagen, que son textovisuales. Textovisual es esta página, textovisuales los telediarios o noticieros (algunos incrustan en la parte inferior de la pantalla una banda móvil de texto con otras noticias), y textovisuales son las pantallas de los ordenadores o de los teléfonos móviles. La propia ciudad y las carreteras que enlazan unas urbes con otras son asimismo vastos repertorios de señales escritas, visuales y auditivas; emisiones que leemos de forma cruzada pero precisa, completa y complejamente, estableciendo no sólo el significado concreto de cada una sino también sus relaciones de conjunto.
“Todos somos por tanto lectores y espectadores de nuestro entorno, lectoespectadores capaces de aprehender de forma simultánea y sistemática todas las emisiones sígnicas de nuestro mundo con independencia del formato en que se encuentren. Internet, que es una imagen incluso cuando sólo hay texto en pantalla, ha terminado de familiarizarnos con la visión de ambas realidades en una sola y superior. La información textovisual y este nuevo modo de percibir la realidad se han incorporado de un modo tan natural a nuestra vida que los artistas y escritores (“antenas de la raza humana”, según Ezra Pound), no sólo han captado esta tendencia, sino que la han hecho suya y procesan en formas textovisuales sus creaciones, cada vez con mayor frecuencia. Siempre, desde Simmias hasta los caligramistas pasando por Sterne, Mallarmé o Jardiel Poncela, ha existido la escritura dotada de conciencia espacial o con voluntad plástica, pero estamos ante una explosión global de prácticas (en Japón son muy populares las novelas construidas en minúsculos fragmentos para ser leídas en el móvil), que hace del libro convencional un campo de batalla, o de juegos, entre imagen y texto, convirtiendo la página en una página-pantalla o pantpágina diseñable a voluntad por el escritor. Un campo de búsqueda formal (aunque las formas traslucen siempre ideas) que encuentra en la actual difusión del libro electrónico un ancho horizonte de posibilidades.
“Otro fenómeno espolea también la construcción de la realidad cotidiana como creadora de información textual y visual a un tiempo, y del mundo como lectoespectáculo: las redes sociales. Facebook y Google+ han estimulado la creación de contenidos donde las fotos subidas y los vídeos enlazados son parte esencial del discurso, junto con los estados escritos que las anuncian y los comentarios que las describen o celebran. Cadenas verticales de palabras e imágenes anudadas forman parte del día a día de 800 millones de personas, a los que habría que sumar los cientos de millones de usuarios de otras redes sociales, incluidos los blogs o bitácoras.
“En su novela Los electrocutados, el argentino J. P. Zooey escribe: ‘las grandes épocas históricas imponen un modo de mirar las cosas’. La nuestra quizá no imponga pero desde luego recomienda una actitud lectoespectadora para aprehender nuestro entorno diario, para desentrañar el refulgente y ruidoso mundo en que vivimos.”
En su viaje a Cuba va a desempeñarse en otra de sus facetas, la de académico y docente, para ofrecer un taller sobre literatura digital. Pero Ud. de seguro sabe que, tanto por las condiciones económicas como por algunas razones políticas, la isla según el Índice de Desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación 2014 (IDT) aparece entre los países con más lenta evolución dentro del escenario de una sociedad digital globalizada. Al respecto, ¿con qué expectativas viene a dar sus conferencias? ¿Qué cree que pueda aportar a un auditorio compuesto por escritores, periodistas, críticos y promotores literarios cubanos?
—Creo que este taller va a ser un desafío interesante para todos, precisamente por esas circunstancias y por la dificultad de acceso a buena parte de lo que quiero enseñar. No obstante, quizá esa ausencia sea propicia porque nos obligará a reflexionar sin vernos afectados por el tremendo poder de lo visual. Sustituir la imagen y su persuasión instantánea por la écfrasis verbal, por su descripción, evitará el problema de su sugestión y nos permitirá pensar la profundidad y no la superficie.
“Será un taller analógico y digital al mismo tiempo, en el que será curioso ver hasta qué punto muchas de las cosas digitales podrían ser hechas de otras formas, o han sido realizadas ya sin contar con los bits. Y también será sugestivo reflexionar junto a los intelectuales cubanos acerca de las nuevas formas literarias y comunicativas y hacernos conscientes de sus pros y sus contras, de sus avances y retrocesos, de sus ventajas y sus peligros, de sus añadidos y sus rémoras.”
—En una nota suya del Diario de lecturas afirma: “Ser leído, sin más. Ahí, entiendo, está el pago justo y más que suficiente para compensar un trabajo solitario de años”. Sobre esta máxima, que parece ser su credo como escritor, ¿pudiera agregar algo más que sirviera como consejo a los autores en estos tiempos de superabundancia de literatura y escasez de lectores?
—Estamos, al menos en España, en un momento muy complicado para la literatura: crisis editorial, crisis de ventas, saturación de posibilidades lectoras, pirateo editorial y copias ilegales de libros, multiplicación de las distracciones, narrativas visuales que compiten con la literatura (series de televisión, por ejemplo), y un largo etcétera. La lectura ha pasado de ser algo garantizado a ser algo milagroso, y la lectura de uno (esto es, el hecho de ser leído por otros) es algo cada vez más escaso y preciado, incluso para los escritores de best-sellers (algunos editores me comentan que los mismos autores que vendían hace 15 años 300.000 libros en España venden ahora 30.000, y que los que vendían 30.000 apenas venden 3.000, etcétera). Por eso hice ese ejercicio de modestia, que es sincero. Agradezco a cada lector mío, uno por uno, el hecho de que haya querido dedicar a uno de mis libros su tiempo, pudiendo hacer otras tantas cosas, pudiendo leer tantos libros de otros autores.
“Mi recomendación para quienes empiezan es que se pregunten a sí mismos: ¿qué voy a escribir que invite a los posibles lectores Mario Bellatin, de Thomas Pynchon, de John Coetzee, de Pierre Michon, de César Aira, a declinar su lectura para escoger la mía? “