Un escritor sucio
Resulta que hace unos días me llamaron por teléfono solicitando una entrevista:
—Usted es el escritor malo?
—Así es.
—Queremos entrevistarlo.
En mi vida me lo habría imaginado. Estaba feliz: era famoso.
Y lo sería aún más.
Una entrevista!
Porque la gente tiende a pensar que la vida de un escritor es glamorosa, que vive en un limbo algodonado, que camina flotando gracias a su sabiduría y su facilidad de palabra, que las mujeres se despelucan por subir a su nube, que todos tenemos a una Marilyn jalándonos hacia una cama king-size con sábanas de satín.
Nadie es capaz de visualizar lo ordinario que implica el trabajar todo el día frente a una pared, proyectando en ella lo que no vivimos en nuestro alrededor, hablando solo, contestando solo, incluso gritando solo, inventando otra escenografía para lo que en realidad es un cuartucho desaseado y solo, imaginando otras vidas para un tipo también desaseado y solo.
Sin embargo, el lazo que vincula a un mundo con el otro, con su contrario, puede ser precisamente una llamada telefónica, una solicitud: una entrevista.
A partir de ella se puede caminar con ligereza por el mundo, señalando cosas, tirando netas.
Como Dios.
La entrevista es un primer paso. El primer paso a bordo de nuestra nube azucarada.
Pero el entusiasmo inicial del telefonema, así como los acuerdos finales para fijar la cita, me hicieron obviar los detalles más obvios. Mi casa es un caos. Me pregunté: qué pasará si las tipas llegan (porque son dos) con sus grabadoras y libretitas, y en ese momento se les ocurre aparecer a las cucarachas que asolan mi cocina y que, poco a poco, invaden mi espacio vital? Hijas de su madre, no encuentro el modo de aniquilarlas (a las cucas). Entonces recordé al escritor convertido en cucaracha y se me ocurrió una excusa: “señoritas entrevistadoras: ésas no son cucarachas, son unos amigos escritores, justo hablábamos de literatura checa”. Gritarán como locas y me mandarán a la chingada? Me refiero a las entrevistadoras, no a las cucarachas. O me defenderán cuando vean que tengo más pavor que ellas? Apachurraremos a las cucas con sus libretas o con mis zapatos, escuchando el crujido despreciable de su milenario caparazón? Les daremos marihuana que fumar?
Ellas lo han sobrevivido todo.
TODO.
Qué es un escritor frente a una cucaracha?
NADA.
Qué pensarán de nosotros?:
—Ahistá ese idiota otra vez con su cuadernito y mirando hacia el techo… Píquele, comadre, sobre las moronitas de pan…
Entonces junté mis ahorros, y como no me alcanzaba para pagar a un fumigador, compré varias latas de matabichos y las ataqué con el poder de los aerosoles. Si la capa de ozono patrocinó largamente a Bush, bien podía aportar para mi reconocimiento mundial.
Después del avance exterminador, mi covacha olía a bomba tóxica, pero tuve que quedarme en ella porque no tenía otro lugar a dónde ir. No juntaba para un hotel y debía continuar escribiendo. Así que anduve mareado y trastabillante durante días. De hecho, estuve a punto de caer junto a los cadáveres de mis enemigas! Entonces volví a recordar al escritor convertido en cucaracha y me cuestioné si no resultaría justo que cayera junto a ellas, blatodeos de cuerpo deprimido, según su descripción taxonómica. Después de todo, éramos colegas, según él.
En ese lapso, bajo el influjo de los vapores químicos, tuve visiones, se me ocurrieron textos. Encontré un sinfín de verdades que, lamentablemente, se me olvidaron cuando se deslavó el efecto.
El caso es que no me morí.
Pero con la fumigación se me borró por completo la fecha de la cita. Y la hora. Por si las moscas, me puse a lavar ropa y trastes, a quitar cochambre de la estufa, a eliminar la mugre en los apagadores eléctricos.
La fama estaba por llamar a la puerta (por cierto, arreglé el pinche timbre que nunca había funcionado puesto que nadie me visita.) No podía ser que la fama me llamara y yo no la escuchara.
Todo bien.
El caso es que las tipas me llamaron ayer para confirmar nuestra cita:
—Estamos ansiosas por ver cómo vive un escritor del submundo. Pero queremos verlo en su habitat natural. Con toda su perdición, su decadencia…
Quise preguntarles de dónde sacaban que yo era un escritor sucio, perdido, decadente, pero sólo me atreví a decir:
—Cómo no. Algo más?
—Sí! Queremos presenciar la estrechez, la mugre, el desorden. Queremos observar las cucarachas rondando los restos de su comida, todo eso…
—Cucarachas? Claro, no se preocupen, aquí se las tengo…
Malditas.
Qué dirán los escritores sucios de mí si estas chicas describen un hogar limpio?!
Qué ejemplo daré a las nuevas generaciones de malvivientes?
Me he pasado la noche ensuciando todo otra vez, tratando que los pomos de las puertas se ennegrezcan con un toque natural, ensuciando calzones y dejándolos por todos lados, manchando y regando por doquier las páginas de mi único manuscrito.
Me urge ser sucio!
El problema es que no encuentro dónde comprar unas cucarachas ocasionales que me saquen del apuro, porque ahora no se asoman ni por las coladeras.
Si alguien puede recomendarme algún sitio o puede venderme unas seis o siete, de buen tamaño y con antenas inquietas, las pagaré a buen precio.
Y si tienen gusto por lo literario (las cucarachas), mejor.
Anónimo Hernández. Ciudad de México, 1963.
Seudónimo que Mauricio Bares utiliza cuando está de buen humor. Anónimo es el autor de Apuntes de un escritor malo y de la novela Anónimo, finalista en el concurso Herralde de novela 2007, de editorial Anagrama. Mauricio Bares residió en las ciudades de Ámsterdam y Londres. Cofundador y director de ediciones_aparte y de A sangre fría, ahora dirige la editorial Nitro/Press. Es compilador, junto con Elma Correa y otros amigos, de la antología anual Lados B – Narrativa de alto riesgo. Autor de los libros de narrativa Streamline98, Sobredosis, Ya no quiero ser mexicano, La vida es una telenovela, y de Posthumano (finalista en el Premio Anagrama de Ensayo, España).