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Un día de entrenamiento con Ahmel Echevarría

Segundas partes nunca fueron buenas. Peor cuando se trata de entrevistas y el entrevistador no supo aprovechar ese “primer impacto” para atraer la atención con sus mejores preguntas. El doble de malo si el entrevistado es un escritor y horrible si el escritor, en definitiva, “no es solo aquel individuo al que nada más le debe interesar la literatura”.

Llega, por fin, esta segunda sesión de entrenamiento con Ahmel Echevarría, escritor y ciudadano: categorías que entrañan una responsabilidad inmensa. Ojalá nos estimule, en tanto lectores, a procurarnos cualquiera de sus libros: aquellos “de los que ya no queda rastro ni en los centros espirituales” o los que verán la luz en venideros meses. Ojalá nos ayude a establecer los rumbos que sigue la literatura cubana más reciente, y ojalá —lo doy por descontado— el nuestro no termine siendo un ejercicio estéril, como marcha de búfalos camino al matadero

Perteneces a una generación literaria que se dio a conocer en los primeros años de este siglo. ¿Cuán cerca y cuán lejos te sientes del resto de los escritores de esa hornada, en lo tocante a intereses temáticos, maneras de narrar, maneras de entender la literatura? (Estoy pensando en habaneros como Raúl Flores, Orlando Luis Pardo, Michel Encinosa y Jorge Enrique Lage, pero también en narradores que viven en otras provincias, como Ernesto Peña, Yunier Riquenes y Alejandro Cernuda). ¿Puede hablarse de una estética generacional o cada quien está escribiendo y de alguna manera perfilando su propio estilo?

—A esta generación la llaman Generación 0. El nombre proviene de una deformación de Generación Año Cero, que fue idea del escritor Orlando Luis Pardo; su intención era darle cuerpo, voz y visibilidad a lo que estábamos haciendo un grupo de amigos narradores. Éramos pocos, no una generación, sino un grupo que compartíamos lecturas, criterios, algunos puntos de contacto en nuestra incipiente narrativa. Habíamos coincidido a inicios del nuevo siglo y milenio en el Taller Salvador Redonet —coordinado por Jorge Alberto Aguiar (JAAD)—, y además comenzamos a publicar nuestros libros en los 2000. Eres testigo de lo que sucedió cuando nos reunimos para hablarle a El Caimán Barbudo acerca de nosotros. Resultó que solo a Orlando, a Lage y a mí nos interesaba de veras esa alianza. Al resto no le importó, o no entendieron lo que teníamos en las manos, lo que estábamos a punto de gestar. ¿Se fueron con la bola de trapo? Quizá solo les interesaba su nicho de creación (la soledad del corredor de fondo), o quizá nosotros no supimos proveer el combustible suficiente a aquella máquina imaginada por Orlando y que solo aprovechamos él, Lage y yo (de ahí surgió el e-zine de escritura irregular the revolution evening post; el spirit de ese fanzine es el aura que hay en los textos narrativos y críticos de cada uno de nosotros —por supuesto, cada cual con su manera particular de asociar, de asumir la escritura, de la escritura misma).

“Lo cierto es que una década después se deformó el nombre original que ahora sirve para identificar al batallón más joven de escritores cubanos, a pesar de la resistencia de los que estuvieron en esa entrevista grupal en La Cabaña. Lo ocurrido allí caracteriza a nuestra generación: la dispersión, la no unidad temática, la aparente diversidad de estilos, la apatía, la fragmentación. Creo que no es interés de casi nadie hacer el ‘gran libro’. Poco espíritu de resistencia (¿con qué frecuencia lees un texto crítico pensado desde nuestra generación, quiénes lo escriben?). Esa puede ser la marca de estos tiempos, o el efecto de estos tiempos (eso que vino después del Período Especial) sobre nosotros. Pero no todo es gris, hay quienes están haciendo algo no solo por ellos mismos, ahí están Isliada, Claustrofobias, La noria, 33 y 1/3

“Debes suponer que aquello que nos distancia es, paradójicamente, lo que nos agrupa. En estos momentos te puedo decir, sin temor a equivocarme, que no ha variado mucho el panorama desde aquella entrevista en La Cabaña. Sólo que somos menos jóvenes y un poco más ladinos”.

En lo personal, ¿qué influencias eres capaz de reconocer en tu “modo de hacer”? ¿Qué lecturas, qué tics, qué subterfugios se esconden detrás de tu escritura?

—Las influencias han ido variando con el tiempo. Llegué tarde a la literatura y delante de mí hay todo un universo por descubrir; no provengo de una familia de académicos, por lo tanto, a pesar de que en mi niñez leí mucho, no era lo que podríamos llamar “buena literatura para niños y jóvenes”. Leía, pero también disfrutaba muchísimo andar de mataperros (puedes incluso leerlo literalmente), haciendo barbaridades a la vista de nadie aunque después me matara el cargo de conciencia. Así que no me preocupa para nada haber descubierto tarde a ciertos escritores. Lo importante es saber qué hacer con todo ese material, cuál es tu verdadera tradición literaria, qué te propones en tanto escritor y, en especial, qué escritor quieres ser.

“Decirte nombres y apellidos es responderte rápido y mal de dónde podrían provenir esas ‘participaciones profundas’ que están en mis textos. Hay clásicos y contemporáneos. Debo confesarte que mi interés no está solo en los autores y libros clásicos; digamos que a los clásicos los leo buscando fraguar bien eso que podría ser ‘los cimientos’. Los escritores contemporáneos serían el update en la arquitectura de mis libros.

“Pero no extraigo combustible solo de la literatura; me interesan mucho las artes plásticas, por ejemplo, el universo Picasso y Picasso en tanto creador, en tanto ser humano —vaya tipo interesante, complejo, duro de pelar, ladino; no creas que no he pensado hacer mi versión literaria de Las señoritas de Avignon—, o Lam, Warhol… No te imaginas lo que experimenté en El Prado —no en el museo, sino en nuestro paseo custodiado por leones— el día en que Los Carpinteros ejecutaron su Conga irreversible

“Tampoco puedo dejar fuera a la música —en especial el jazz, la Nueva Trova y la timba, y esos cubanos nostálgicos y rabiosos que, antes de irse en estampida, se reunían en 13 y 8 o en el Bartolo—, las series para TV, el cine. Y no solo presto atención a la obra de arte, también me interesa la cosmovisión del creador, lo que se ha planteado para con su obra”.

La presencia de escritores en la web mediante proyectos personales y blogs, más la publicación creciente de libros digitales, genera un espacio prácticamente inexplorado por los autores cubanos. ¿Cómo evalúas esa opción en aras de favorecer la promoción y difusión de sus obras? ¿En qué medida condiciona a nuestros escritores la circunstancia de su desconexión a Internet y la afiliación casi exclusiva respecto a las editoriales del patio?

—Cuba es un caso singular. Alto nivel educacional, alta alfabetización (incluso tecnológica, si es que existe el término); en los noticiarios te hablan de Internet, de Facebook y Twitter, del Presidente Chávez como twittero y del gran alcance de esa herramienta. Sin embargo, a muchos cubanos de a pie es como si les hablaran en cantonés, porque de Internet solo conocen el nombre.

“Si no tienes la posibilidad de comprar (o pedir en préstamo) literatura clásica o contemporánea —ya sea porque no esté a la venta en las librerías, en CUP o CUC, o porque no esté en las bibliotecas—, la única variante es leer en formato digital. Hay un gran filón ahí. Pero los libros digitales se descargan en Internet o se envían por correo electrónico. Surge la barrera. Eso te aísla doblemente, porque las redes sociales y el e-mail te permitirían establecer alianzas fuera de las aguas territoriales y pensar en la ‘toma de una cabeza de playa’. Esos proyectos digitales independientes vienen como anillo al dedo, porque ya no hay que depender en su totalidad de una institución que tiene diseñado un lentísimo plan de publicación y promoción para las obras de autores cubanos, o de las revistas nacionales.

“Esa inmediatez del entorno digital es frescura y freescura (como diría Orlando Luis). Se establece un diálogo vivo y en tiempo casi real, sobre todo con lectores no cubanos. La fuerza de esos proyectos es directamente proporcional a la fuerza de quienes los hagan, de quienes se enrolen y colaboren (como también su debilidad). La lista de ejemplos sería larga y agruparía no solo esfuerzos en los predios de la literatura. Es cierto que la blogosfera, las redes sociales, la web, es un mundo de cierta manera inexplorado por buena parte de los escritores cubanos. Pero no todos se quedan de brazos cruzados y algunos se inventan alternativas para acceder a esos espacios o para dar a conocer lo que en esos espacios se hace”.

Háblame de Vercuba. ¿Por qué un escritor —o un grupo de ellos— se decide por la implementación de un sitio de mirada amplia, trascendiendo el ámbito de lo estrictamente literario?

Vercuba es una suerte de cooperativa de opinión. Para mí, el escritor no es solo aquel individuo al que nada más le debe interesar la literatura. Carpentier decía que él, antes que escritor, era un ciudadano. Y si tienes el don de la palabra, si tu oficio te obliga no solo a observar, sino también a asociar, ¿por qué no ejercer la opinión en otros terrenos? Es cierto que el grueso de los textos del sitio opinan sobre literatura; pero propiciar la escritura de blogs o bitácoras en las que se hable de lugares de Cuba, se entrevisten a cubanos cuyo campo de acción sea la música, la literatura, el activismo social, o seres sin más historia que el mínimo acontecer de sus vidas, que se vea reflejada la vida de los cubanos fuera de su país natal, que se hable de cine y teatro, es la posibilidad de otorgarle al escritor ese espacio que no tiene y que debería tener en la prensa.

“¿Qué escritor cubano tiene una columna en la prensa plana para hablar, por ejemplo, sólo de literatura? Me entristece leer, gracias al e-mail, los textos de opinión escritos por Padura. Me entristece porque creo que lo natural sería leerlo en nuestra prensa; deberían publicarse, aunque fueran refritos, en el macuto que Granma edita los viernes, a fin de cuentas es lo que por lo general hace ese periódico con intelectuales extranjeros. ¿Has comparado la cantidad de intelectuales extranjeros que aparecen publicados en el Granma de los viernes con respecto a la cantidad de cubanos? Ojalá esté equivocado, equivocarme sería muy saludable, no sólo para mí”.

¿Y qué papel juega el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso? ¿Cuánto te sientes ligado a esa institución (de la cual eres egresado) y cómo valoras tu experiencia de varios años administrando el sitio web correspondiente?

—Toda institución que se respete debe tener su espacio en Internet. No solo un sitio web, también su nichito en las redes sociales, de lo contrario no existe. En su sitio web (Centronelio) está la labor que ha ido haciendo el Centro Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, desde 1998, con los jóvenes escritores cubanos. Por supuesto, ese trabajo está incompleto, falta lo que ha hecho el Centro en la rama editorial; está en proyecto subir a la web lo concerniente a la Editorial Cajachina (la revista El cuentero, las antologías del Concurso Internacional de Minicuentos El Dinosaurio, los libros de cuentos y novelas publicados).

“Es un proyecto constructivo y amoroso, toma tiempo desarrollarlo. En un inicio pensé que trabajaría contra el vacío y en el vacío, pero los correos que recibo y las estadísticas sobre el funcionamiento del sitio web me demostraron que no solo en Cuba se interesan por la información que yo administro y edito para Centronelio, información concerniente a la labor del Centro y a la literatura en general.

“El Taller del Onelio fue una apuesta que hice en este largo e interminable proceso de formación e interacción que es la literatura. Y fue una apuesta de la que obtuve buenos dividendos. Allí descubrí parte de lo que debía o no hacer; hicimos circular ideas, autores y libros, establecí alianzas, surgieron buenas amistades que duran hasta hoy. El Onelio fue la puerta (como para muchos jóvenes escritores cubanos) para salir por primera vez fuera de Cuba. No creo que sea una fábrica, que impongan un dogma, una ‘metodología’; si sales con una es porque te fuiste con la de trapo, y ese caso en cualquier lugar te pasarían pollo por pescado”.

A partir de su presencia en Internet (mediante uno u otro proyecto), de la publicación en medios tradicionales o de su eventual aparición en espacios radiales y televisivos, ¿dirías que tiene suficiente peso la opinión de los escritores cubanos? Fuera de los círculos intelectuales, ¿son apreciados los criterios que emiten? ¿Llega con efectividad a los lectores la literatura que escriben nuestros contemporáneos?

—Ha sido larga la entrevista. Me has pegado contra las cuerdas y yo, a gusto, he aceptado el cuerpo a cuerpo. Estoy fatigado y siento que, sin proponérmelo, te he ido respondiendo esas interrogantes. A la primera parte de tu pregunta mi respuesta debería ser afirmativa. Pero camino en la ciudad y sobre mí y varios transeúntes pende una gran interrogante.

“A la segunda, mi respuesta también debería ser afirmativa. Pero transcurren los años y muchos cubanos jóvenes (y no tan jóvenes) apuestan por emigrar.

“Y en cuanto a la última: Me sorprende que a seis años de la publicación de Esquirlas e Inventario, la gente me hable de esos libros, de los que ya no queda rastro ni en los centros espirituales. Te hablo de gentes que no son ‘lectores profesionales’. No digo centenares, pero he visto a personas en la guagua leyendo a Michel Encinosa, a Raúl Flores, a Yoss, a Chavarría, las antologías que hace Garrandés… Padura casi todo lo puede y no es una sorpresa. No sé si eso es ‘efectividad’ o que el público se ha convertido en una especie de lector ‘por cuenta propia’, pero sucede y es una maravilla.”

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