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(Primera sesión)

Un día de entrenamiento con Ahmel Echevarría

Entrevistar a un escritor puede constituir un ejercicio difícil. O todo lo contrario, depende del escritor. Hay a quienes les parece una pérdida de tiempo, en tanto otros aprovechan para “soltar amarras” y compartir opiniones sobre temas que, por lo general, captan la atención de la gente. Tiene que ver con la mística de la Literatura. No suele preocuparnos demasiado lo que piensa una estrella de pop sobre tal o cual asunto —con sus excepciones, claro—, pero en cuanto un novelista vierte un par de criterios, las reacciones no tardan. La temperatura de tales reacciones dependerá de la naturaleza de los criterios.

Ojalá esta primera sesión de entrenamiento con Ahmel Echevarría nos haga “entrar en calor”, en lo que aguardamos la llegada de tres libros suyos, recién premiados en una tríada de concursos. Ojalá también nos ayude a descifrar los signos que marcan su escritura y nos despierte, como lectores, el deseo impostergable de acercarnos a ella.

Con tus primeros libros, Inventario (Premio David 2004) y Esquirlas (Premio Pinos Nuevos 2005), experimenté una sensación de ambigüedad en cuanto a género: ¿novela corta o cuento? Después solo tuve contacto con tu producción cuentística (incluyendo el relato que ganó un accésit en el concurso La Gaceta de Cuba). Acabas de recibir tres importantes premios en línea con igual número de novelas. ¿Con cuál de los dos te sientes más a gusto: con el relato breve o con la narración extensa?

—Les he comentado a algunos amigos que Inventario es en realidad un proyecto de novela abortado. ¿Cuál era la razón? El total desconocimiento de cómo abordar la escritura de un texto de ficción de tan largo aliento, incluso el miedo. Creía tener en las manos el tema para una novela, pero sentía que la propia impericia haría de las suyas y al final tendría un montón de folios que no animarían la lectura. Entonces aposté por el cuento, o una serie de cuentos, en un escenario común y en donde los protagonistas fueran los miembros de una familia cubana. Me dijeron que mi libro era una “cuentinovela”. Yo no sabía que existía ese calificativo —que de veras es horrible—, pero había leído varios libros de autores cubanos con una estructura que se acercaba a lo que andaba buscando y podía asumir. Me siento satisfecho con el resultado.

Esquirlas, libro con el cual gané el Premio Pinos Nuevos de Cuento, es la cristalización de lo que en aquel momento estaba buscando: construir un universo a partir de piezas narrativas en su mayoría independientes —en los que el protagonista y los coprotagonistas alternaran el peso y la importancia de su papel, de manera indistinta, a lo largo del libro—. Te digo que esos textos son independientes en su mayoría porque hay piezas narrativas que funcionan como intro y coda, como paradas de reflexión o evocación o respiro, pero todas están narradas por una misma voz, muy intensas, pero que al ser leídas en conjunto dan la sensación de unidad, del transcurso del tiempo en la vida del narrador —a la vez personaje—, del desarrollo de uno o varios conflictos de ese personaje y de los otros con los que interactúa. Esas piezas narrativas forman lo que llamo un cuaderno.

“No me interesaba la militancia en un género determinado; al entrar Esquirlas en edición, en Letras Cubanas me dijeron que era mejor ponerle el vago calificativo de Narrativa, porque en realidad, y cito lo que me dijo Ernesto Pérez Castillo (editor del libro): ‘es un cuento que Esquirlas es un libro de cuentos’.

“Si analizas su estructura, Esquirlas es un rizoma. Es casi imposible determinar qué es trama y subtrama en el libro, por lo tanto, se desarrolla más en el plano horizontal (el bulbo de una cebolla blanca o morada) que en la vertical (la raíz de la imponente ceiba). Si nos ceñimos a los géneros, creo que nunca fui estrictamente un cuentista, porque en ese género por lo general solo un hecho puede convertirse en suceso, y me ocurría que no me interesaba solo un instante de una vida, sino varios, y la relación de esa vida con otras; ese modo de ver y construir una historia no puedes ubicarla en el terreno del cuento, sino, por comodidad, en el de la novela.

“Esos tres libros premiados a los que haces referencia son: Días de entrenamiento, Búfalos camino al matadero y La noria. Los llamo novelas a falta de un nombre mejor, a fin de cuentas hace falta una clasificación y no la impuse yo, pero en el espacio íntimo de la creación los llamo Cuadernos. Es mi manía de nombrar, de clasificar, de estructurar; utilizo categorías para ir allanando el camino.

“A propósito de tu pregunta, siento que en este siglo y milenio la novela se parece más a nosotros, a los tiempos que corren, y menos a lo que dicta o dictó el canon. No me refiero solo a la existencia de textos a mitad de camino entre el cuento y la novela, sino también a esos híbridos en los que hay de ficción y de ensayo, entre el testimonio y la ficción. Las mezclas pueden ser sorprendentes. Como mi formación es técnica —recuerda que soy graduado de Ingeniería Mecánica—, digamos que en mi caso apuesto por la pieza (una pieza narrativa) para lograr un mecanismo —o un conjunto de mecanismos— lo más eficiente posible (una máquina narrativa)”.

Pastel para pit bulls obtuvo una Mención en el Luis Felipe Rodríguez de la UNEAC 2009, donde concursó como libro de cuentos. Hace pocos días Búfalos camino al matadero se alzó con el Premio José Soler Puig de Novela y tengo entendido que, básicamente, se trata de la misma historia. ¿Qué diferencias percibes, a nivel estructural o estilístico, entre uno y otro volumen? ¿Todo se reduce a un simple cambio de título o hay algo más en lo tocante a género?

—Precisemos: no es que sea “básicamente la misma historia”. Es el mismo libro pero con un título diferente (cambiar el título solo fue un asunto, digamos, extra literario). Por lo tanto, no hay diferencias estructurales ni estilísticas. Te hablé en extenso de cómo es la estructura de mis libros, Búfalos camino al matadero no es la excepción. Ha ido pasando el tiempo y las piezas narrativas que integran mi libros no se quedaron solo en el terreno de las pequeñas ficciones enlazadas, sus estructuras integran fragmentos de diarios, fotos (el performance de la foto o la imagen en sí), poemas (escritos por mí o no) o fragmentos de canciones, incluso la correspondencia entre dos personajes. Por su estructura, el cuaderno Búfalos camino al matadero te llevará a experimentar, al igual que con Esquirlas, y cito tus palabras: “una sensación de ambigüedad en cuanto a género”. Si Esquirlas ganó el Pinos Nuevos de Cuento en 2005 y según algunos lectores es una novela, en cuanto a género para mí da igual que Búfalos… ganara en el 2009 el Luis Felipe Rodríguez de la UNEAC o el José Soler Puig de Novela en 2012. A fin de cuentas son dos premios importantes que garantizan una cuidada edición y una bella publicación. Si tienes un 4×4 puedes ir con él a donde quieras.

Tengo entendido que Búfalos… tiene como protagonista a un soldado, veterano de la guerra de Irak. ¿Por qué un escritor cubano se arriesga a narrar un drama que, a primera vista, pudiera resultarle ajeno?

—Esa pregunta me perseguirá, creo, hasta después que termine desecho en menudos pedazos amontonados en una cajita en el Cementerio de Colón. Búfalos… no es un libro sobre La Guerra de Irak, sino la historia de varios personajes que conviven en los márgenes de la sociedad. Es una galería de perdedores, de seres derrotados o que se resisten a ser derrotados. Todos son marginales —digamos que en diferentes gradaciones—; la fuerza centrífuga de la sociedad en que viven los lanza bien lejos de los centros de poder, de legitimación; en los bordes, en esos márgenes, construyen una vida marcada por el delito, la zozobra, la precariedad. No soy ni por mucho un Viajero Inmóvil, esa categoría en Cuba le corresponde a un peso pesado (literalmente hablando). Pero he aquí las paradojas: tengo una gran amiga psicóloga a la cual físicamente he visto poco más de un par de veces y por muy poco tiempo, nuestra relación es insólitamente intensa y extrañamente virtual —y cuando digo virtual me refiero a intercambios vía e-mail o chat—. Ella es cubana pero vive en Nueva York, donde trabaja atendiendo casos sociales. Y entre sus “casos” había un veterano de guerra. Mi amiga siente pasión por la literatura, pero no se le da muy bien contar historias. Un 11 de noviembre —Día de los Veteranos en USA, se rinde honores a aquellos que dieron su vida por el país durante la I y la II Guerra Mundial—, mi amiga me contó una jodida pero hermosa historia sobre un viejo soldado que peleó en la II Guerra Mundial. Le propuse que la escribiera, incluso la convidé a hacerlo entre los dos. Ella, como Bartleby el Escribiente, respondió “preferiría no hacerlo”. A cambio propuso ser mis ojos en ese otro lado del mundo.

“La historia de aquel viejo no me dejaba conciliar el sueño, decidí entonces que debía hacer algo, porque el insomnio es una cosa muy persistente. No me convenía la II Guerra Mundial, demasiado ajena y lejana para mi gusto. El conflicto en Irak me resultaba ‘más familiar’. Las guerras son ahora un show mediático, el mundo es una aldea global. Le conté a mi amiga mis propósitos, ella aceptó —es tan terca como yo—, así que fui para mi amiga psicóloga uno de sus ‘casos sociales’. Me atendió a cuerpo de rey. Con su mirada fui sorteando algunos problemas que se me cruzaron a lo largo de la escritura.

Búfalos… pone el colimador, no en un conflicto bélico, tampoco en una ciudad —es un libro que transcurre casi en interiores—, sino en un hombre al que le falta un ojo y está más que jodido, en las pocas personas con las que interactúa, en las dos mujeres que ama, en las dos o tres personas en las cuales confía. Se trata del alma humana, de sus peores paisajes, de muchas derrotas y un par de victorias pírricas, en fin, se trata de un libro que se interesa por la más común de las vidas. En las páginas de ese cuaderno verás a personas que, irremediablemente, van camino al matadero.

“Si la vida miserable de aquel viejo no me dejaba dormir, ¿por qué no apostar por escribirla sabiendo que ninguno de mis ‘compañeros de viaje’ lo habría hecho, y teniendo a mi favor una persona que me corrigiera el rumbo?

“Hice una apuesta, convencí a una mujer para que se aventurara conmigo, una de las piezas del libro ganó el accésit de La Gaceta de Cuba, como proyecto de novela convenció al jurado, y en el Premio José Soler Puig se estableció el pacto ficcional entre mi libro y los tres miembros del jurado. Ahora le espera otro reto: esos lectores de fierro a los que tampoco les puedes pasar pollo por pescado, y ese reto mayor que es el tiempo”.

Hay todavía una novela más reciente: La noria, merecedora del Premio Italo Calvino 2012. ¿En qué cuerda se mueve? ¿Está de alguna manera enfocada hacia la realidad cubana o sigues apostando por temáticas, digamos, de corte más cosmopolita? ¿En qué medida se distancian (o imbrican) lo nacional y lo universal en tu obra y en general en la literatura cubana contemporánea?

La noria tiene una estructura más cercana a lo que la tradición marcó como novela. Pero ni tanto. A la ficción, o a los bloques de ficción que en este caso no se pueden leer de manera independiente, los cruza una serie de cartas, o una parte de la correspondencia entre Julio Cortázar y uno de los personajes del libro —digo una parte porque solo se podrá leer las cartas escritas por Cortázar—. Hay en ella una Habana posible, pero no “la real”; es el escenario donde transcurrirá la vida de un escritor sexagenario (El Maestro) que ha pasado más de veinte años sin escribir. Para llevar a cabo un irrefrenable deseo, El Maestro decide plagiar un cuento de Cortázar. Su interés no es solo escribir un relato a partir de recientes y extraños episodios de su vida —desconoce que en ellos está envuelto David, hombre de 50 años con quien comparte una relación sentimental y que aparenta ser un profundo admirador de su obra—, también desea retomar el oficio, recuperar y ganar nuevos lectores. ¿Cuáles son los motivos de tan largo silencio? En el año 1971, una Comisión determinó que Fin de semana en Neverland era una novela que no se ajustaba a los tiempos que vivía el país. Tras el dictamen, El Maestro recibió un insólito castigo: enterrar y exhumar cadáveres. En el Cementerio de Colón trabajó durante poco más de un quinquenio.

La noria es una novela o cuaderno de amor entre dos hombres, de afinidades, dolor y traición. Indaga en los orígenes de una inverosímil política cultural, en sus consecuencias, así como en la posible actitud de algunos de sus actores y víctimas.

“Este libro tiene al mundo, o a una parte del mundo, incrustado en él. Está Galicia o una parte de ella, algunos platos típicos, parte de la literatura de Rosalía de Castro y la muñeira. El jazz, el fado, trazas de la literatura universal son vectores que la cruzan. No es exactamente cosmopolita en el sentido estricto de la palabra, sino que se abre al mundo.

“Tu pregunta podría ser un tema de tesis, es abarcadora a más no poder. Y yo ni siquiera he fatigado todos los libros escritos por autores de mi generación. En mi caso, me interesa una partícula inestable y universal: el hombre. Se ama y se odia en el mundo. Se tiene sexo y se traiciona y se mata en nombre de causas que aparentan enorme justicia. En fin, el hombre es el lobo del hombre, o el tigre del hombre, o el tiburón blanco del hombre, o la claria del hombre. Con él, creo, los escritores cubanos podemos acercarnos a lo que es de interés en Londres, Madrid, Praga, Shanghái. Todo está en que no nos dé por embarcarnos en preocupaciones o conflictos que no son tales”.

Tu último libro publicado (sin contar las compilaciones y antologías en que has participado) fue Esquirlas (Letras Cubanas, 2005). ¿Qué razones condicionaron estos seis años de silencio editorial? ¿Hasta qué punto puede resultar beneficioso (o perjudicial) para un escritor el mantenerse trabajando, podría afirmarse que en la sombra, sin una certeza de publicación inmediata?

—Para mí la Literatura no es una carrera de caballos. Hay quienes se proponen publicar todos los años. Su sistema de trabajo se los permite. Son prolíficos. Incluso los jurados de los concursos a los que esos escritores envían sus manuscritos apuestan por esas obras. No digo que haya un problema tanto en el lado de los escritores como en el de los jurados. Son métodos de trabajo, protocolos de lectura, incluso buena o mala distribución de prestigio —como diría el poeta Rito Ramón Aroche—. Mi paso es el del mulo. Me toma tiempo investigar, revisar el manuscrito —lo hago varias veces, la primera versión no es igual, nunca, a la última; me preocupa no solo el tema y la verosimilitud, la consistencia y los conflictos de los personajes, también el sonido de las palabras—. Mi preocupación es no solo estética, sino también ética, al menos ética conmigo mismo. No recuerdo de quién es la frase “escribo para perder el rostro”, pero si cambio de rostro y repito ese rostro en otro libro nada o poco hice. Por lo tanto, me tomo mi tiempo.

“Tuve una etapa a la que llamo Ciclo de la Memoria (Inventario, Esquirlas, Días de entrenamiento), en la que fui desplazando el foco de atención del narrador. Era la mirada de un joven treintañero. Del espacio social (la intención de dar respuestas) fui a una suerte de punto medio: el espacio social y el individual. El ciclo cierra formulando preguntas y no dando respuestas, formulándolas con la mirada puesta en el hombre y desde el hombre —el cubano de hoy en la posible Cuba de mañana—. Luego aposté por el veterano de la Guerra de Irak —libro del que ya te hablé—, y a continuación me centré en la vida de un hombre sexagenario y gay y escritor sumido en un slump creativo ‘gracias’ a una real pero inverosímil política cultural.

“Salvando las distancias, más de un escritor cubano se mantuvo trabajando en silencio, como si arañara una roca, sin más esperanza o regocijo que el que le brindaba el texto terminado, o que la aprobación o desaprobación de los amigos. Sin esperanzas, pero sin miedo. O sin mucho miedo. Y esa roca que arañó está ahí, a la vista de todos, porque esa escritura no se trataba de un asunto menor, de mirarse el ombligo. A eso se debería aspirar, es decir, a escribir el texto y proyectarlo al futuro, pero es patrimonio de unos pocos. Lo común es que nos toque o nos gane el olvido. Puedes darte con un canto en el pecho si logras inocular en la memoria de los lectores, al menos, un buen libro —o un buen cuento o un buen poema.

“Si publicas mucho y te pagan mucho, hay un buen negocio; y si ese es tu negocio, pues no hay problemas. Pero si publicas mucho y te pagan poco, y además no hay manera de que puedas jugar en otra liga por el tipo de literatura que haces —porque solo le interesa a tu grupito de amigos, y no hablamos de una literatura solo para elegidos—, y además ni siquiera eres profeta en tu tierra… bueno, hay un gran problema de fondo en esa manera de escribir.

“Por cierto, publicar solo te quita de arriba la condición de escritor inédito. Debo consignar que no esperé hasta el 2012 para soltarlo todo, sino que fui trabajando y probando suerte tan pronto sentí que el libro en cuestión estaba terminado”.

¿Cómo valoras la llegada de estos premios que, además del reconocimiento de los jurados, implican la edición de las obras y su puesta a disposición de los lectores?

—Cuando María Elena Llana supo de mi Premio José Soler Puig, dijo: “Ahmel, ya no eres una promesa”. Hay en sus palabras la condensación de un reto. Lo dijo con total honestidad y sin sombras de miserias humanas. Porque ese premio supone un antes y un después. A otros jóvenes escritores quizá les han dicho con otras palabras lo mismo que a mí. Más allá de la cualidad y calidad de sus obras y de la mía, con sus protocolos de lectura, el jurado determinó que esas eran las que merecían el galardón.

“Uno siempre se impone un reto, pero cuando empiezas a escribir, es decir, cuando eres un escritor que te inicias en el oficio, te ubican en ‘las ligas menores’. Ahora se supone que estás en ‘otra liga’ y como tal te juzgarán. Es bueno, muy bueno, saber —y saber que saben— que estás jugando al duro, aunque siempre lo hayas hecho.

“En mi caso, parece que al menos hasta ahora cumplí con las expectativas, porque detrás del Premio Oriente vino el Italo Calvino —también sé que otros escritores de la generación a la que pertenezco (ellos saben quiénes son) están jugando al duro y van a por más. Cuando dieron los resultados de la última edición del Premio Nicolás Guillén y los Premios Alejo Carpentier me dio muchísima alegría: Jamila, Luis Yuseff, Osdany, Marcial Gala (casi de fondo creía escuchar el estribillo de un tema de Calle 13: los de atrás vienen conmigo, conmigo vienen los de atrás…). Por supuesto, claro que deliro, pero así lo sentí… sé que no estoy jodidamente loco.

“En lo personal, claro que estoy muy feliz, pero solo por el momento, porque pasará el día de la ceremonia de premiación y de la presentación de los libros (de los que estoy satisfecho). Luego caerán en manos de los lectores y el tiempo; que pasen la primera prueba solo significa que has convencido a los que vivieron en tu misma época.

“Si ganar un premio implica un compromiso, sería entonces conmigo mismo: un compromiso ético y estético. Soy tan terco y tan duro conmigo que me impongo un camino cuya cuesta es cada vez más empinada. Pero me place muchísimo.”

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Leopoldo Luis. La Habana, 1961.

Periodista, fotógrafo y narrador. Licenciado en Derecho por la Universidad Central de Las Villas y Diplomado en Periodismo por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Ha publicado los libros de cuentos Adiós, Habana (Ediciones Holguín, 2009), con el que obtuvo el Premio de la Ciudad un año antes, y Extraño bajo un paraguas (Editorial Capiro, 2013). Poemas suyos aparecen en el volumen El ojo de la luz. Antología de poetas y artistas cubanos (Diana Edizioni, Italia, 2009). Sus relatos han sido incluidos en las antologías El martillo y la hoz y otros cuentos (Reina del Mar Editores, 2013) e Isla en negro. Cuentos de crimen y enigma (Casa Editora Abril, 2014). Fue editor y administrador del sitio web de la revista cultural El Caimán Barbudo. Actualmente trabaja como periodista de la televisión hispana en Estados Unidos.