Gracias a una reseña publicada en el periódico Granma por Madeleine Sautié Rodríguez (sección Lecturas, lunes 9/3/15), me entero de la aparición de Buesa de lejos y de cerca, ensayo de Roberto Leliebre, editado por Ediciones Caserón, Santiago de Cuba.
Confieso de inicio que Buesa no está entre mis poetas cubanos favoritos, pero me agrada —los que me desagradan son los falsos poetas—. En cuanto leí el artículo de Madeleine, salí a comprar el ensayo de marras, pero… ¡Tatán, tatán! Recorrí varias librerías en diversos municipios capitalinos y ni lo han oído mencionar. Me imagino que la clave del misterio esté en que se trata de un libro de una humilde editora provinciana (que conste que no trato de ser peyorativo, todo lo contrario), con seguramente una modestísima tirada.
Esto me lleva reflexionar sobre el hecho —nada nuevo ni descubierto por mí— de cuántas valiosas obras publicadas en provincias permanecen desconocidas para el público del resto del país. Al mismo tiempo, las editoras nacionales publican decenas de títulos que se llenan de polvo y cagarrutas de moscas en librerías o almacenes. Soy de los que creen que también en la solución de esto pudiera ayudarnos el denostado e incomprendido mercado. El Instituto del Libro debiera articular un mecanismo (sin mucha burocracia, por favor) que le permita conocer cuales títulos —de cualquier editorial del país— se agotan con rapidez, son muy reclamados en las librerías y hasta tener en cuenta los más pedidos en bibliotecas. Con esa información pudiera decidir la publicación a nivel nacional de aquellos títulos provinciales (repito que no hay intención peyorativa) que tengan buena demanda en el resto del país.
No hay que ser experto en marketing ni tener un doctorado en crítica literaria o en economía política para darse cuenta de que siendo Buesa uno de los poetas cubanos más leídos —Madeleine afirma rotundamente: “Sin lugar a dudas el más leído”—, cualquier ensayo sobre su obra tendrá más potenciales lectores que un ensayo sobre Baruch Spinoza, John Donne o Mariano Brull, con independencia y sin menosprecio por la calidad de la obra de cada uno de estos.
Volviendo al artículo en Granma, Madeleine nos recuerda que Buesa fue tildado de “facilista, superficial, monocorde, convencional, exteriorista, comercial y poeta cursi para choferes y cocineras”. Esas descalificaciones muchas veces provienen de poetas: difíciles de leer y entender; tan profundos que ahogan al lector; también monocordes su canto a los problemas existenciales; tan experimentales que no dicen nada; tan intimistas que apenas nos cantan hasta sus miserias domésticas, pero tan suyas que casi nadie se siente identificado con eso; en fin, poetas rebuscados, para críticos y jurados de concursos, que casi siempre son también poetas antibuesa. Sobre la acusación del carácter comercial de la obra de Buesa: me imagino que él nunca dijera —como otros que conozco— que escribía para él mismo. Escribía para que lo leyera la mayor cantidad posible de lectores –lo mismo que en el fondo intentan hacer los que dicen que escriben para ellos, tras el socorrido tópico de exorcizar los demonios internos. (A los que alegan que escriben para ellos, se les pudiera responder con la clásica pregunta: ¿para qué publican? Pero como eso ya también es un tópico, es mejor aprovechar un hecho: En dos ocasiones he sido testigo de declaraciones de escritores de cierto nombre, que dicen que escriben para ellos mismos. Y luego se han puesto a criticar lo poco que se paga por derecho de autor en Cuba. Si ciertamente escribieran para ellos, pues consecuentemente no debieran estar interesados en la venta de sus obras (de lo que pretenden acusar a Buesa). En cualquier caso, con solo “cuatro gatos” comprando sus libros nadie puede pretender ganar más por derecho de autor.
En estos tiempos de tantos “post” en todo el mundo (posmodernidad, postsoviético, postmaterialismo); en tiempos de tanto cinismo, vulgaridad y violencia; en tiempos de tanta experimentación —fallida—, de tanta poesía que pocos leen; en suma, en tiempos de tanta impostura y seudoarte, me parece que una buena dosis de romanticismo sincero no viene nada mal.
Por eso, aún sin leerla, considero muy útil y oportuna la obra de Leliebre. Ojalá estimule a otros investigadores y menudeen más los estudios sobre Buesa. Espero que como mínimo servirá para que nuevos lectores descubran a un poeta, si, tal vez, a veces, algo cursi, pero sensible; popular, sin caer en vulgaridades disfrazadas de desenfado y lenguaje coloquial; un poeta que como dice Madeleine es de esos por los cuales “vota tal vez no el cerebro pero sí el corazón”. Y creo que en tiempos donde tantas cosas le hablan a nuestro cerebro —y a nuestro bolsillo—, un poeta que le hable a nuestro corazón no es cosa para desdeñar.
Parodiando al, en su tiempo muy sobrevalorado y en la actualidad algo subvalorado, Cuentero mayor, propongo un brindis por el genial cursi.
Post scríptum: Cansado de zapatear infructuosamente librerías habaneras, y no conociendo a Madeleine para pedirle prestado su Buesa…, solicito a mis familiares en Santiago que me lo compren. Espero que tengan éxito.