En los años sesenta en Cuba, tras el triunfo de la Revolución, creció una generación de intelectuales, artistas y escritores, cuyas obras, publicadas o no, marcaron una etapa fundamental en la literatura y la cultura cubanas y latinoamericanas. Con el despertar artístico, llegaron las censuras, los errores, las partidas, las migraciones; resultado de un proceso que no estaba destinado a salir bien, porque no tenía modelo que seguir. Hoy esa generación está dispersa, como todas las que le sucedieron; dispersa en el mundo y dispersa en el recuerdo.
Tres en una taza nos acerca a ella, a los tiempos que fueron y a los que vendrían después para una pequeña isla donde se soñaba en grande y se construía ladrillo a ladrillo, tres arriba, cinco abajo, o en palabras de Froilán:
“Un viento inaudito se estaba llevando la ciudad. Y me estaba arrebatando lo único que entonces me quedaba: aquel desmedido afán de aferrarme a la ilusión, de aferrarme al creer que la vida seguía con saltante júbilo. Pero de nada valía esa ilusión, ese creer. El sueño que nos había despertado a todos, se desbarataba. Podía palparlo.”
La rivalidad entre el narrador de la novela y su alterego, que escribe la historia, y en medio ella, B, sin nombre, sin rostro, sin futuro, todos en la misma taza, en la misma guagua, hacia la nada, pero enredados con todo lo cubano, desde la religión yoruba y sus ritos y orishas, hasta el fracaso, la frustración, el despertar de un sueño, la utopía, el naufragio antes que el mar, el erotismo, las ilusiones perdidas, el abismo, la inminencia de la muerte, la pérdida, ese engranaje fantasmal que es el futuro desde el presente incierto, provocan una sensación de desasosiego, que Froilán sabe cómo meterla en los poros del lector, cubano o sueco.
Una guagua conduce a ninguna parte. A ella el narrador baja y sube, para atravesar una época oscura y a la vez llena de poesía, que gira alrededor de José Lezama Lima, emblemática figura de las letras del continente…
Imposible no sentirse cerca de estos personajes, reales o de la realidad que pervive en el recuerdo del autor; imposible no identificarse con el escritor dentro del escritor, que no sabe de dónde viene y a dónde va, pero necesita encontrar las razones de su permanencia en la nada.
Tres en una taza es una novela que leería dos veces, tres, cuatro… porque te deja la sensación de no haber acabado, de que algo más se está diciendo en sus páginas, y tú tal vez pasaste la vista y te perdiste el final de un largo, difícil y hermoso viaje.