Para Laura y Gabriel, hermanos…
A ti y a mí, ya no juntos, pero siempre unidos.
En contra de cualquier pronóstico.
3:00
Todo negro a mi alrededor. Camino desnuda por la jaula. Es pequeña, no más de tres o cuatro pasos. Lo suficiente para que uno se vuelva loco y espere el fin con una mueca de agradecimiento. Golpeo los barrotes: en vano. Una punzada de dolor me roe la muñeca como si fuera un cáncer silencioso que caminara por mis huesos y los convirtiera en paja podrida.
Oscuridad.
Extiendo los dedos. Tiemblo. No sé qué puedo encontrar en ella. La tiniebla es un capullo que resguarda mi cuerpo, como a tantas otras cosas terribles.
2:00
Tres, cuatro pasos.
Casi el mismo espacio que tenía en la Luga, mi nave perdida. Por un momento me atrevo a recordar las ya destruidas cámaras de salto al vacío, donde los pilotos nos conectábamos aquellos neutrodos sensoriales que amplificaban los colores de la galaxia en un grano de tiempo y luego lo hacían estallar en llamas de color. Aquellas mismas cámaras que ignoraron la red de asteroides de Tan Erena y nos hicieron caer dentro de ella como conejos.
Todo en una fracción de minisegundo. Todo en el instante del salto… Nada más recuerdo del accidente.
Es curioso, el tiempo en esta jaula me maldice con una mueca que no comprendo si es de odio o de miedo. Pero lo intentaré.
Debo… ¡no!, TENGO que estrujar mi memoria hasta convertirla en una masa sin forma, o hasta que el pasado vuelva a mí…
1:45
La colisión convirtió a la Luga en un montón de pulpa que vagaba sin control en las fronteras del vacío a merced del tiempo, como otros tantos pecios que, desde hace siglos, conforman una red inestable de naves muertas alrededor de Tau Erena.
Cuando desperté y me sentí viva —mi cuerpo y su sangre, las esquirlas de mis dientes rotos—; cuando advertí que, contra todo pronóstico, el choque no me había matado, descubrí de golpe el porqué las criaturas de Tau eran tan odiadas en todos los puertos estelares.
Piratas. Carroñeros. Asesinos. Esclavistas.
Fueron las palabras que escupí, junto con el resto de mis dientes.
1:00
Tres años llevo en esta jaula. Tres años desde que abandoné, herida y confusa, la Luga. Tres años desde que lo vi a él: al Señor-Embrión-del-Mundo. Tres años desde que me dio a escoger entre la libertad y la vida.
Esta fue mi elección. Vivir.
Quizás por eso sea que el señor aún no ha terminado su juego conmigo…
0:50
Al principio intenté comprender su lenguaje, desentrañar con mi odio —que siempre fue finísimo— aquella urdimbre de sonidos con que él intentaba comunicarse. De nada valió.
Un nanotraductor suplió mis carencias. Instalado en sus cuerdas vocales, convirtió los jadeos y gritos propios del idioma de las criaturas de Tau a palabras que me eran comprensibles.
Voz de bajo. Disonante. Voz que estremecía las escamas de mi nuevo amo y luego las pegaba como plumas húmedas a su boca de dientes puntiagudos.
—Mía…
Una sola palabra.
Suficiente para hacerme comprender mi nueva condición.
Piratas. Carroñeros. Asesinos. Esclavistas.
0:40
Abandoné la Luga.
Yo, y una veintena de sobrevivientes. Qué fue de ellos no lo sé. No quiero saber. Da lo mismo.
Desde entonces estoy aquí, encerrada en la jaula. Es este mi espacio, y el hogar que el Señor-Embrión-del-Mundo me ha ofrecido.
—¿Qué eres? —le pregunté un día, cuando ya se había cansado de torturar mi mente y mi cuerpo con su juego—. ¿Qué eres?
—Un dios para ti… —contestó con una mueca que he aprendido a ver en él como sonrisa—. Soy el amo del tiempo.
Siempre me repite las mismas palabras. Siempre le hago la misma pregunta.
Nada sé salvo esto: Al Señor-Embrión-del-Mundo le gusta jugar y yo soy su muñeca preferida.
0:20
Ya llega. Puedo olerlo: humedad y carroña en sus escamas. Trozos de piel humana le cuelgan de las fauces. Lo conozco.
La oscuridad que me había acogido como un útero me vomita de repente: se hace la luz y él aparece. Me ofrece una mano. No la acepto. Me obliga con los ojos a tomarla.
Entonces siento su frente bajo mis dedos temblorosos. Noto la protuberancia que brota de ella, el falo crece tanto que parece reventar. Espero que en cualquier momento estalle y escupa en mi cara una gelatina de sangre.
Esta noche tampoco puede penetrarme, a pesar de que se columpia sobre mí con un frenesí de loco. Su miembro se convierte en un legajo de color indefinido cada vez que se aproxima a mi vagina, igual que una hierba triste, húmeda y tan muerta como la noche.
—Es por tu olor, ¡maldita sea! —se queja y ruge.
Quiero reír. Quiero morirme de risa y llanto: a pesar de todo su poder, a pesar de sus palabras, hay algo que es cierto: no soy completamente suya.
Puedo sentir su frustración de bestia, él lo sabe.
—Algún día… —me promete, me amenaza, y las escamas le tiemblan en la boca como hojas secas.
0:05
Se enfurece. Un rugido, dos. Muestra dientes que titilan como velas en la oscuridad. Mi cuerpo y mi carne caen bajo su mordida furiosa. El-Señor-Embrión-del-Mundo susurra apenas unas sílabas que no puedo aferrar a mi memoria por dolor terrible de ser devorada en vida.
Si lograra atrapar sus palabras por sólo un segundo más sería capaz de comprender el porqué… El porqué de este juego de tiempo muerto, y quizás —como en mis mejores sueños—, podría escapar de la jaula.
Pero no alcanzo a recordar. No…
Mi cabeza es un extraño nudo de dolor que solo a veces se desenreda con el repentino placer que me brindan esos dientes al hurgar en mi carne. El placer de sentir la piel rasgada bajo los dientes de la luz que siguen titilando viejas velas.
0:00
3:00
Despierto. Todo negro alrededor. Camino desnuda por la jaula: cuatro pasos. Los mismos de cada día en esta cárcel. Los mismos de los últimos tres minutos que llevan repitiéndose una eternidad.
Exactamente igual…
Por un momento me atrevo a desear la muerte, pero es solo un pensamiento demasiado fugaz que recorre mi cabeza. Este es el juego del Señor y yo no tengo otro papel que el de la ficha.
¿Cuándo acabará?
Oscuridad. Una y otra vez.
2:00
Me quedan tres minutos para recordar.
Tres minutos para intentar comprender el juego y romper su táctica de dios.
Tres minutos para no olvidar los dientes dolorosos de la luz e intentar grabar esas palabras que quizás —como en mis mejores sueños—, me hagan libre.
¿Cuánto llevo encerrada en este sitio?
Tiempo cero…