¿Te hago el cuento de la Toma del Cuento?
Camino a lo The Walking Dead, estilo zombie en Los Ángeles; a pasito de espectro en Comala; y voy creyendo que así “ahorro energía”. Bruto que soy: al ardor de Apolo añado la braza del cigarrillo y me brotan toses, estertores casi. Me desordeno, amor, me desordeno, me licuo, me derrito. En día como este, Lola, la de la famosa canción, sucumbiría antes que la rajara el sicario pasional, de puritica asfixia por la “causa canicular”.
Soy de los fieles, sin embargo, y he de continuar. Me compongo con alientos de pionerito: “A la Toma hay que llegar puntual”; y retomo el vía crucis: San Rafael arriba, hoy sábado 6 de agosto, al filo de las tres… La meta queda al pie del parque Fe del Valle, en lo que una vez fue librería “Viet Nam Heroico” y ahora se llama Centro Cultural Habana. Refresco la mente con adelantos sobre el tema del día:
Roberto González Echevarría (R.G.E), distinguido catedrático cubanoamericano, pasó la hoz bien a ras en una declaración reciente: “La calidad de la literatura cubana en la isla en la actualidad es muy baja”. Con ojo similar, el de Mi nombre es William Saroyan (en verdad llamado Orlando Luis Pardo Lazo) atisba el paisaje cubano como un “desierto literárido”.
Para “la impresión de que hace cuarenta años no surge un buen escritor en Cuba”, El hombre que amaba a los perros tiene otra explicación: “Hay una incapacidad muy notable, diría que trágica, de presentar la literatura cubana, sus autores y sus obras, con una proyección comercial y cultural adecuada”. Esta es la razón principal por la que el talento nacional es invisible para el mercado internacional, según Padura, quien además apunta:
“Hay elementos del carácter cubano que también funcionan, como la mezquindad al reconocer el éxito ajeno, pero también hay una falta de voluntad y de estructuras empeñadas en darle el realce social y artístico que el escritor puede merecer.”
En similar cuerda de benevolencia está Ricardo Viñalet. El investigador del Instituto de Literatura y Lingüística asume la literatura cubana de los últimos cincuenta años como una dimensión “llena de magias y asombros”, insuficientemente estudiada, donde “sorprenderán los muchos descubrimientos que esperan a quienes emprendan la faena”. Otro académico del patio, Emmanuel Tornés, asevera que la producción narrativa cubana, al menos en el cuento, está al nivel del resto de Latinoamérica.
El ensayista Alberto Garrandés avizora, en el momento presente, “el emplazamiento de una literariedad felizmente diversificada”. Y Leopoldo Luis, narrador, hasta considera factible señalar diez títulos publicados en Cuba durante la última década, que conformarían una “lista canónica” de lo que bien vale la pena.
No es espejismo sino puerta de cristal; la empujo y me impulso por la escalera hacia la segunda planta, en donde tendrá lugar “la actividad”. A contrapelo de los planes de ahorro eléctrico, el oasis, como en las ocasiones anteriores, está refrigerado. En rebelión contra la desidia estival hay un puñado de gente; me encuentro a José Miguel Sánchez (Yoss), flamante recién llegado de Barcelona, donde le otorgaron el Premio de Ciencia Ficción de la Universidad Politécnica de Cataluña; al ganador de Pinos Nuevos 2004 con Esquirlas, Ahmel Echevarría; a Luis Alfredo Vaillant, autor del volumen de narrativa que triunfó en el Premio David 2005; y a otros jóvenes escritores: Fred Danilo, Yanet Bello, Luis Muro, Frank David, Laideliz… El público, de habituales en su mayoría, alcanza para cumplir la cuota y que transcurra otra Toma del Cuento…
¿Cuántas veces ha sido ya el cuento tomado? Perdí la cuenta en octubre pasado cuando las citas llegaron a la cifra de doce. La idea de fundar este espacio fue del autor de Blasfemia del escriba. Alberto Guerra quería “medirle la temperatura al cuento, a sus autores, a la crítica, a la narrativa en general” y consiguió el auspicio del habanero Centro Provincial del Libro y la Literatura para reunirse todos los primeros sábados de cada mes.
De entonces acá, se cumple el ritual: un autor, casi siempre de los más jóvenes, ofrece cuentos suyos como entremés; atrás, de plato fuerte, alguien diserta sobre el tema elegido para la jornada; como postre, el debate.
Recuerdo que han leído sus ficciones: Miguel Terry, Marcial Gala, Leopoldo Luis, Alberto Marrero, Fred Danilo Baltodano, Yonnier Torres, Yusimí Rodríguez, Yadira López, Yannis Lobaina, Yunier Riquenes, Luis Alberto Muro, Ahmel Echevarría, Kety Blanco, Frank David Frías…
De los oradores: a Emmanuel Tornés, Enrique Cirules, Imeldo Álvarez, el colombiano Álvaro Castillo Granada, Tomás Fernández Lobaina, Pedro Pérez Rivero, Emilio Comas Paret, Modesto Milanés, Julio Travieso Serrano, Armando Cristóbal Pérez…
Entre los asuntos abordados, evoco homenajes a Ernest Hemingway, Enrique Serpa, Carlos Montenegro, Alejo Carpentier, Onelio Jorge Cardoso y Virgilio Piñera; charlas sobre el erotismo, el rock o la cuestión racial en la más reciente literatura nacional; sobre la cuentística que viene, sobre el bien y el mal en la literatura, sobre la condición del escritor de provincias; sobre el lugar del cuento dentro de las revistas cubanas, sobre La Habana en la narrativa contemporánea…
A propósito de La Habana… Habrá temores, sí, de que la capital se ahogue con un próximo ciclón; pero me cuestiono si el cataclismo no ocurrirá antes, tal vez por la inundación de peñas y tertulias literarias… La Toma del Cuento, en cambio, se me antoja distinta dentro del profuso organigrama: útil para escuchar a las plumas emergentes; útil por las aristas que se tocan, algunas peliagudas. Al parecer, todavía hay mucho cuento por donde cortar…
Tras el anuncio de la invitada Laideliz Herrera, hacemos silencio porque llegó la hora del cuentecito… Ella ataca con “Cuestión irreversible” y me atrae el grito de su personaje de ficción: “Quiero sexo, quiero sexo…”, mientras palpa —lujuriosamente, intuyo— “la novela de Reinaldo”. Detrás, lee otra historia breve sobre un “Café a media mañana”.
Prosigue el orden del día con la pelota en el guante de Leopoldo Luis, que va a introducir la visión que sobre la literatura cubana tiene RGE, un amante del béisbol y renombrado experto en materias literarias. Apoyado en su lectura del ensayo Oye mi son: el canon cubano —en el que RGE salva de la pira del olvido, de entre los anteriores a 1959, solo a Lezama y Carpentier; y de los posteriores a la fecha parteaguas, apenas a Cabrera Infante y sus Tres tristes tigres, Severo Sarduy y De donde son los cantantes, el Barnet de Biografía de un cimarrón, y no muchos más—, Leopoldo saca en claro que el cubanoamericano suele ser bien radical, de los que chapean bajito. También, se atreve a sugerir que RGE, quizás encaramado al tope de sus lauros académicos, lanzó su cáustico veredicto acerca del lamentable estado de las letras cubanas sin haber leído lo suficiente sobre la producción actual.
Ya en la rueda de las opiniones, Yoss sostiene que RGE propinó su Magíster dixit como quien suelta una broma colosal, para épater le bourgeoise. Alberto Guerra, en cambio, piensa que se trata de otro gesto de falta de humildad de “los grandes centros”, empeñados en el monopolio de la verdad. También cree este escritor, cuya última novela se titula La soledad del tiempo, que la dicotomía adentro-fuera de Cuba, el muro extraliterario cimentado por el diferendo de tipo político, pervierte la posibilidad de una justa valoración sobre lo que se está escribiendo en territorio patrio. Debería “ser la calidad la que decida y no las ideologías”, concluye Guerra.
No persuadido de que el juicio de RGE se base en ignorancias, y compartiendo el letal dictamen de este, se manifiesta Frank David Frías, un narrador de la hornada más reciente, al que tampoco parecen gustarle sus contemporáneos. (¿Y a sí mismo, cómo se juzgará?, me pregunto).
Rafael Grillo —no otro que yo mismo— interviene para atizar en alta voz a la reflexión sobre si criterios análogos a los de RGE, escuchados entre los propios escritores que habitan la Isla, no podrían estar también apuntalados en el desconocimiento recíproco. “Creo que no nos estamos leyendo lo suficiente ni entre nosotros mismos”, dijo el autor de Asesinos ilustrados —o sea, el que esta crónica escribe.
Atrás, el mismo Grillo —insisto en despersonalizarme— habla del fenómeno de “la falta de perspectiva histórica”. “Se suele ser injusto con el presente. Miren el caso de José María Heredia, que en su precursor Ensayo sobre la novela, habló horrores de Sterne y Fielding, esa novela realista inglesa que estaba surgiendo, y también de la novela histórica de su tiempo. Hasta denigró al Quijote, que hoy es clásico indiscutido”.
Alrededor de las cinco se han acabando los ímpetus discutidores, pero traen la noticia de un diluvio en el exterior. Al tópico aguacero del Trópico al final de la tarde se han agregado las nubes en la cola de la tormenta Emily. Por esta vez se frustra la conversación “de sobremesa”, a golpe de ronazos en el Prado. Aún así, circulan unos vasitos plásticos con olor y transparencia etílica.
Obligados a sortear el temporal dentro del oasis refrigerado del Centro Cultural Habana, los asistentes a la Toma del Cuento optan por brindar con la saudade por los buenos libros, los malos y los peores, que fueron leídos en pasadas décadas: “Señores, ¿alguien se acuerda de La última mujer y el próximo combate? Ese Manuel Cofiño fue todo un bestseller nacional.”
Rafael Grillo. (La Habana, 1970). Escritor y periodista.
Rafael Grillo (La Habana, 1970): Escritor y periodista. Jefe de Redacción de la revista El Caimán Barbudo y fundador de la web literaria Isliada. Licenciado en Psicología y Diplomado en Periodismo. Imparte cursos de técnicas narrativas en la Universidad de La Habana y otras instituciones. Ha publicado las novelas Historias del Abecedario y Asesinos ilustrados (Premio Luis Rogelio Nogueras 2009), los libros de ensayo Ecos en el laberinto y La revancha de Sísifo y el volumen de crónicas Las armas y el oficio (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2008). Incluido en numerosas antologías; las más recientes: El silencio de los cristales. Cuentos sobre la emigración cubana; Tres toques mágicos. Antología de la minificción cubana y Island in the Ligth / Isla en la luz (bilingüe, publicado por The Jorge Pérez Foundation, Miami). Como antologador participó en L@s nuev@s caníbales. Antología del microcuento del Caribe Hispano (2015) y es el responsable de la “Trilogía de las Islas” conformada por Isla en negro. Historias de crimen y enigma (2014); Isla en rojo. Historias cubanas de vampiros y otras criaturas letales (2016); Isla en rosa. Historias cubanas del amor y sus desdichas (2016). En 2018 recibió con Isla en rojo el Premio del Lector, que se entrega a los libros más leídos del año. En 2020 participó en la novela colectiva Mirar, sufrir, gozar… La Habana y vio la luz su volumen de relatos Revolicuento.com.