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Talud

Ilustración: Frank Guiller

AMARELO

Viste una foto del otoño,
te pareció que allí faltaba algo.

Abrimos una revista de moda.
Pásame las tijeras. Toma.
Recortaríamos a esa muchacha
que nunca había visto el otoño,
era tan probable que no lo entendiera.
La dejaríamos sola en ese crepitar
de hojas bajo los pies.

Fue ella quien de repente empezó a sentir
que allí seguía faltando algo.
¿Ahora qué hacemos?
Recorta un perro, pinta una luna,
¡haz algo!
Ya está: un perro.
La luna no, que es demasiado.

Dejaríamos que caminara
así, crepitando bajo los pies las hojas.
Nos dio la sensación de que tenía
que encontrarse con algo.
¿Alguien? ¡Sí, recortamos!

¿Este tipo tan triste?
¡No! Tiene que haber otro.
Bueno, éste está
que se sale de contento.
Lo recortaríamos y le saldría al camino.

No la mira. Está ido.
Va por ahí cantando… qué de pájaros.

Empújalo un poquito. Pega ahí.
¡Se escapó el perro! ¡Ella, qué oronda!
Ya está, ahora déjalos darse un beso.

PIEDRA BLANCA

Este es un poema para inventar a Ulises,
para ponerlo como siempre a prueba.

Sabe que estoy sentada frente al mar,
que oigo cantar a las gaviotas, y no vuelve.

La última vez nos amamos
en este motel sin ventanas de la costa.

Este es un poema donde estoy sentada
sobre piedras blancas que no lo son.

Todos los peces que encallaron aquí
perdieron el camino al mar, sedimentados.

Sobre los esqueletos de miles de peces
se formó la arena blanca de la espera.

Ulises, estoy en Piedra Blanca. Honda
la bahía, frente al mar, ¿lo recuerdas?

LLORA DE NOCHE

La ciudad planta fortalezas
allende los mares, se defiende.
Nada puede, blande
hasta el último cañón,
es tomada, los bárbaros,
se reparten las ruinas.

La ciudad gime,
es el latido del mar,
el respirar bajo los túneles,
el sollozo frente al muro,
y un devenir de forasteros
toda ella.

Lanza un grito en la noche,
cuenta su historia.
Al despertar sabe
que más le valdrán
el mar y el silencio
para que alguien
escuche su quejido.

DEFINIENDO

Marítima tristeza de portales,
confabulada soledad de las aceras,
negro el poeta que canta
a la pulcritud de sus sábanas
oreando en los balcones.

Taciturnos noctámbulos,
algo de proxenetas y de putas,
¿y qué ciudad no tiene?
Pero un azul transparente, eso sí,
rumiando entre susurros cada sueño,
fundido con salitre y caracola.

Un despertar del sol en las ventanas,
una amalgama de razas y colores,
y atardeceres incomparables,
donde la luz no es más
que el reflejo del mar en cada lágrima.

NOCTURNO

Rosario de guirnaldas, la ciudad,
en las aciagas noches finge
despertar de su letargo.
Vuelve a sacudirse fiel
al estallido de su hora. Y como

recordar querrá a los piratas
un ojo: aquí nada ha cambiado,
sobre cada disparo nos renace
aunque la farsa perpetuada
dure solo un instante. Sea

la comedia suficiente para que
el corsario, corra en estampida
a cualquier madriguera, máscara en vano, y ya
ebria quédele el alma
con vino de sus mujeres. Mañana

despertaremos menos
inocentes, nos habrán poseído,
y volverá, como a cada novena
hora de la noche,
el recuerdo, azotando,
otra vez, la conciencia.

URBE DE LA NADA

A Javier Marín.

Ninguna ciudad se parece a ésta,
me ha dicho el visitante.

En los atardeceres amargos,
fachada por fachada se sobrepone
de un todo que destiñe
y emerge sobre las olas,
como buen arcoíris
después de tanta lluvia.

La ciudad de las nostalgias,
y de los nostálgicos que la habitan,
ha dejado de existir.

Una parte de sí ha huido
tras el recuerdo
de lo que fue.
La otra se resignó con
lo que sueña ser.

Este ir y venir entre la realidad y la fantasía
la hace humana, luego ninfa,
hasta volverla diosa.

Y un día cualquiera de no sé qué año,
te sorprendes adorando
la criatura de tu propio engendro.
Cuando te acercas a ella,
atraído por el influjo marino que despide,
eres sólo un soñador errante.

Pero cuando te arrastras
a refugiarte en su seno,
sorbido violentamente
por sus afrodisíacos vahos,
eres ya un perdedor,
un torpe enamorado de la nada.

Ninguna ciudad se ama como esta,
concluye el visitante.
Y se marcha alucinado.

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