Relatos españoles

Cristales

Leopoldo Alas (Clarín)

Mi amigo Cristóbal siempre estaba triste… no, no es esa la palabra; era aquello una frialdad, una indiferencia, una abstinencia de toda emoción fuerte, confiada, entusiástica… No sé cómo explicarlo…

El libro talonario

Pedro Antonio de Alarcón

La acción comienza en Rota. Rota es la menor de aquellas encantadoras poblaciones hermanas que forman el amplio semicírculo de la bahía de Cádiz; pero con ser la menor no ha faltado quien ponga los ojos en ella. El duque de Osuna, a título de duque de Arcos, la ostenta entre las perlas de su corona hace muchísimo tiempo, y tiene allí su correspondiente castillo señorial, que yo pudiera describir piedra por piedra…

Femeninas y Epitalamio

Ramón del Valle-Inclán

"Femeninas" y "Epitalamio", dos de las primeras obras de Ramón del Valle-Inclán, nos transportan a un mundo de estética modernista en el que el amor y el erotismo se entrelazan con un profundo lirismo. Publicadas en 1895 y 1897 respectivamente, estas narraciones muestran al autor en sus primeros pasos literarios, cuando su estilo aún no había alcanzado la madurez de sus trabajos más conocidos, pero ya dejaba entrever las claves de su genio. A través de seis historias en "Femeninas" y una en "Epitalamio", Valle-Inclán celebra lo "femenino" en toda su complejidad, desde el ideal romántico hasta el erotismo más sensual, retratando episodios amorosos llenos de simbolismo y emociones intensas. Ambas obras son claras muestras del modernismo, movimiento literario que buscaba la belleza formal y la expresión de sentimientos profundos, a menudo envueltos en una atmósfera cargada de misterio y exotismo. Las historias de Valle-Inclán exploran el poder de la feminidad desde múltiples ángulos, otorgando a las protagonistas una presencia arrolladora que desafía la pasividad de los roles tradicionales. En…

El pacto

José Echegaray

Don Benigno era un buen hombre, tan bondadoso, que si a los treinta años de edad le hubieran bautizado de nuevo, de nuevo se le hubiera puesto Benigno...

La novela en el tranvía

Benito Pérez Galdós

El coche partía de la extremidad del barrio de Salamanca, para atravesar todo Madrid en dirección al de Poza. Impulsado por el egoísta deseo de tomar asiento antes que las demás personas movidas de iguales intenciones, eché mano a la barra que sustenta la escalera de la imperial, puse el pie en la plataforma y subí...

No hacer nada

Azorín

Se iba acercando, para Martín Pascual, el momento de no hacer nada. Se lo tenía bien ganado; pero a Martín Pascual le interesaba más la psicología que el derecho. Tenía derecho—después de cincuenta, sesenta años de trabajar—a no trabajar...

Historia de macacos

Francisco Ayala

Si yo, en vista de que para nada mejor sirvo, me decidiera por fin a pechar con tan inútil carga, y emprendiera la tarea de cantar los fastos de nuestra colonia —revistiéndolos acaso con el purpúreo ropaje de un poema heroico-grotesco en octavas reales, según lo he pensado alguna vez en horas de humor negro—...

Elizabide el Vagabundo

Pío Baroja

Muchas veces, mientras trabajaba en aquel abandonado jardín, Elizabide el Vagabundo se decía al ver pasar a Maintoni, que volvía de la iglesia...

Suicidio en Alejandría

Federico García Lorca

Cuando pusieron la cabeza cortada sobre la mesa del despacho, se rompieron todos los cristales de la ciudad. “Será necesario calmar a esas rosas”, dijo la anciana. Pasaba un automóvil y era un 13...

Lo que lleva el rey Gaspar

Azorín

“Los tres reyes han salido de sus palacios. Los tres son viejecitos. El rey Melchor es alto, con una barba blanca, con sus ojos azules, con sus anteojos de oro. El rey Baltasar es bajo, un tantico encorvado, con un bigote largo y una perilla más larga todavía...

Un cuento de reyes

Ignacio Aldecoa

El ojo del negro es el objetivo de una máquina fotográfica. El hambre del negro es un escorpioncito negro con los pedipalpos mutilados. El negro Omicrón Rodríguez silba por la calle, hace el visaje de retratar a una pareja, siente un pinchazo doloroso en el estómago...

Las sirenas

Azorín

Cuando volvieron de la iglesia celebraron con una merienda espléndida el bautizo. La casa estaba llena de invitados; entraron todos en el comedor. Sobre el blanco mantel resaltaba la límpida cristalería..

Accidente

Emilia Pardo Bazán

Bajo el sol -que ya empieza a hacer de las suyas, porque estamos en junio-, los tres operarios trabajan, sin volver la cara a la derecha ni a la izquierda. Con movimiento isócrono, exhalando a cada piquetazo el mismo ¡a hum!...

La canción de Lord Rendall

Javier Marías

Quería darle la sorpresa a Janet, así que no le comuniqué el día de mi regreso. Cuatro años, pensé, son tanto tiempo que no importarán unos días más de incertidumbre. Saber un lunes, por medio de una carta...

Historia de un día en tres esquelas

Jacinto Benavente

Vergüenza me cuesta, pero has de perdonarme. Hoy no asistiré a la Junta. El motivo es pecaminoso. Justamente de cinco a siete tengo que ir a probarme unos vestidos a casa de Laura. Ya sabes lo que es ella; si pierdo mi turno, me deja desnuda este invierno...

La mortaja

Miguel Delibes

El valle, en rigor, no era tal valle sino una polvorienta cuenca delimitada por unos tesos blancos e inhóspitos. El valle, en rigor no daba sino dos estaciones: invierno y verano y ambas eran extremosas, agrias, casi despiadadas...

El trasgo

Pío Baroja

El comedor de la venta de Aristondo, sitio en donde nos reuníamos después de cenar, tenía en el pueblo los honores de casino. Era una habitación grande, muy larga, separada de la cocina por un tabique, cuya puerta casi nunca se cerraba...

El lujo

Vicente Blasco Ibáñez

La tenía sobre mis rodillas dijo el amigo Martínez, y comenzaba a fatigarme la tibia pesadez de su cuerpo de buena moza...

La grajilla

Miguel Delibes

Al llamar a la grajilla, al cuco y al cárabo pájaros de cuenta no quiero decir que sean malos. No hay pájaros buenos ni malos. Las aves actúan por instinto, obedecen a las leyes naturales, aunque, a los ojos de los hombres, algunas de sus acciones puedan parecer buenas y otras reprobables...

Una carta de mujer

Jacinto Benavente

…Nunca sabrás cuánto me cuesta contestar a tu carta. No es que renueves en mí dolorosas memorias; es que al fijarlas para escribirte, caigo en la cuenta de que son memorias de cosas pasadas, cuando mi pensamiento no sabía diferenciar el recuerdo de la esperanza...