Cinco marineros y un ataúd verde
Francisco Coloane
Un día de principios de invierno arribó a Punta Arenas un barco tan deslastrado que llevaba más de media paleta de la hélice fuera del agua; el casco plomizo, algo descascarado por la intemperie o por las faenas de pintura en alta mar, estaba surcado de grandes manchas de azarcón rojo que semejaban heridas cuya sangre aún no se lograba restañar...
El aristócrata solterón
Arthur Conan Doyle
Hace ya mucho tiempo que el matrimonio de lord St. Simon y la curiosa manera en que terminó dejaron de ser temas de interés en los selectos círculos en los que se mueve el infortunado novio...
Escándalo en Bohemia
Arthur Conan Doyle
Para Sherlock Holmes ella es siempre «la mujer». Rara vez le he oído mencionarla con otro nombre. A sus ojos eclipsa a la totalidad de su sexo y la supera. Y no es que sintiera hacia Irene Adler un sentimiento semejante al amor...
La cruz azul
G. K. Chesterton
Bajo la cinta de plata de la mañana, y sobre el reflejo azul del mar, el bote llegó a la costa de Harwich y soltó, como enjambre de moscas, un montón de gente, entre la cual ni se distinguía ni deseaba hacerse notable el hombre cuyos pasos vamos a seguir...
El anillo de Thoth
Arthur Conan Doyle
Ni los más entusiastas de los admiradores de John Vansittart Smith podrían asegurar que era un hombre atractivo. Su larga nariz aguileña y la barbilla prominente tenían el mismo carácter agudo e incisivo que distinguía su intelecto...
Los tres instrumentos de la muerte
G. K. Chesterton
Dos o tres curiosos bajaron, cruzaron la ahumada cerca, y vieron, casi al pie del edificio, el cuerpo de un anciano con una bata amarilla que tenía un forro de rojo vivo. En una pierna se veía un trozo de cuerda enredado tal vez en la confusión de una lucha. Había una o dos manchas de sangre: muy poca...
El médico moreno
Arthur Conan Doyle
La pequeña habitación estaba fuertemente iluminada por una gran lámpara colocada en la mesa del centro, que era un revoltijo de libros y de instrumentos. Pero no vio a nadie ni observó nada de particular, fuera de que en la sombra que la mesa proyectaba sobre el lado interior se veía tirado en la alfombra un manoseado guante blanco...
El corazón delator
Edgar Allan Poe
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte...
El escarabajo de oro
Edgar Allan Poe
-¡Una calavera! -repitió Legrand-. ¡Oh, sí...! En fin, no hay duda de que el dibujo puede tener algún parecido con ella. Las dos manchas negras superiores dan la impresión de ojos, ¿no es verdad?, y las más grandes de la parte inferior forman como una boca..., sin contar que la forma general es ovalada...