Cuentos portugueses

Ante la puesta de sol

Fernando Pessoa

Ayer por la tarde, un hombre de ciudad hablaba ante la puerta de la posada. También hablaba conmigo. Hablaba de la justicia y de la lucha por la justicia, y de los obreros que sufren, y del trabajo constante, y de los que pasan hambre, y de los ricos, que tienen anchas las espaldas por eso...

José Matías

José Maria Eça de Queirós

¡Linda tarde, amigo mío!… Estoy esperando el entierro de José Matías: de José Matías de Albuquerque, sobrino del vizconde de Garmilde… Usted seguramente lo conoció: un chico airoso, rubio como una espiga, con un bigote crespo de paladín sobre una boca indecisa de contemplativo, diestro caballero, de una elegancia sobria y fina...

El difunto

José Maria Eça de Queirós

"Esperó con impaciencia a la puerta, entre los mendigos, secando los claveles con el ardor de sus manos trémulas, pensando lo demorado que era el rosario que ella rezaba. Todavía doña Leonor bajaba la nave y ya él sentía dentro del alma el dulce rugir de las sedas fuertes que arrastraba sobre las losas..."

Excentricidades de una chica rubia

José Maria Eça de Queirós

Empezó diciéndome que su caso era sencillo y que se llamaba Macario… Debo contar que conocí a este hombre en una fonda del Minho. Era alto y gordo: tenía una calva llamativa, reluciente y lisa, con guedejas blancas que se le erizaban alrededor, y sus ojos negros, cercados por una piel arrugada y amarillenta y ojeras papudas, tenían una singular claridad y rectitud, por detrás de sus gafas redondas con aros de carey...

El tesoro

José Maria Eça de Queirós

Los tres hermanos de Medranhos, Rui, Guanes y Rostabal, eran entonces, en todo el reino de Asturias, los hidalgos más hambrientos y los más remendados...
The Course of the Empire

El aya

José Maria Eça de Queirós

Érase una vez un rey, joven y valiente, señor de un reino abundante en ciudades y cosechas, que partía a batallar por tierras distantes, dejando solitaria y triste a su reina y a un hijo chiquitín, que todavía vivía en su cuna, envuelto en sus fajas.

El cuento de la isla desconocida

José Saramago

El rey dudó durante un instante, verdaderamente no le gustaba mucho exponerse a los aires de la calle, pero después reflexionó que parecería mal, aparte de ser indigno de su majestad, hablar con un súbdito a través de una rendija, como si le tuviese miedo, sobre todo asistiendo al coloquio la mujer de la limpieza, que luego iría por ahí diciendo Dios sabe qué, De par en par, ordenó...