Cuentos ingleses

Los tres jinetes del Apocalipsis

G. K. Chesterton

La singular y a veces inquietante impresión que Mr. Pond me causaba, a pesar de su cortesía trivial y de su corrección, se vinculaba tal vez a alguno de mis primeros recuerdos y a la vaga sugestión verbal de su nombre. Era un viejo amigo de mi padre, un funcionario; y sospecho que mi imaginación infantil había mezclado de algún modo el nombre de Mr. Pond con el estanque del jardín...

El joven Arquímedes

Aldous Huxley

Fue la vista lo que nos decidió a alquilarla. Es cierto que la casa tenía sus inconvenientes. Estaba bastante lejos de la ciudad y no tenía teléfono. El alquiler era excesivamente caro y los desagües deficientes...

Belleza

Graham Greene

La mujer llevaba la frente ceñida con una cinta anaranjada que recordaba el estilo de los años veinte. Su voz destacaba sobre la charla de sus dos compañeros, sobre el muchacho que aceleraba su motocicleta en la calle, hasta sobre el ruido de los platos en la cocina del pequeño restaurante de Antibes, casi vacío ahora que empezaba el otoño...

Cura de reposo

Aldous Huxley

Era una mujercita de pelo oscuro, cuyos ojos de color gris azulado llamaban la atención, tan grandes parecían en su carita pálida. Una cara de niña, con menudas facciones delicadas, pero marchitas prematuramente; pues la señora Tarwin solo tenía veintiocho años y sus grandes ojos bien abiertos estaban llenos de inquietud y tenían al mirar un fulgor extraño...

¡Ay del mísero Maling!

Graham Greene

¡Pobre inofensivo e ineficaz Maling! No es mi intención que se rían de Maling y de su borborigmia, como se sonreían los médicos cuando los consultaba, como deben haber sonreído incluso después del triste clímax del 3 de septiembre de 1940, cuando su borborigmia pospuso durante veinticuatro fatales horas la fusión de las compañías impresoras Simcox y Hythe Newsprint...

Nido de avispas

Agatha Christie

John Harrison salió de la casa y se quedó un momento en la terraza de cara al jardín. Era un hombre alto de rostro delgado y cadavérico. No obstante, su aspecto lúgubre se suavizaba al sonreír, mostrando entonces algo muy atractivo...

Al final del callejón

Rudyard Kipling

Cuatro hombres, cada uno con derecho “a la vida, a la libertad y a la conquista del bienestar”, jugaban al whist sentados a una mesa. El termómetro señalaba —para ellos— ciento un grados de temperatura. La habitación estaba tan oscurecida que apenas era posible distinguir los puntos de las cartas y las pálidas caras de los jugadores...

El relato del niño

Charles Dickens

Una vez, hace ya muchos años, hubo un caminante que partió para un prolongado viaje. Era un viaje mágico, que parecía muy largo al comienzo y muy corto cuando llegó a la mitad de la ruta...

Antes de la fiesta

W. Somerset Maugham

A Mrs. Skinner le gustaba llegar a tiempo a todas partes. Vestía un traje de seda negro en consonancia con su edad y con el luto que llevaba por su yerno. Se ajustó la toca de su sombrero. Dudó antes de hacerlo, porque las plumas de águila marina que lo adornaban podían suscitar acerbos comentarios entre algunos amigos que seguramente encontraría en la fiesta...

Luces antiguas

Algernon Blackwood

Desde Southwater, donde se apeó del tren, el camino iba derecho hacia poniente. Eso lo sabía; por lo demás, confiaba en la suerte, ya que era uno de esos andariegos impenitentes a los que no les gusta preguntar. Tenía ese instinto, y generalmente le funcionaba bastante bien...

La casa embrujada

Catherine Crowe

En un estrecho callejón de angostos recodos que unía St. Mary Axe con Bishopgate, llamó la atención de la policía un incendio de escasa importancia, en una antigua y bella casa señorial, perteneciente a la familia L…

Una broma extraña

Agatha Christie

-Y esta -dijo Juana Helier completando la presentación- es la señorita Marple. Como era actriz, supo darle entonación a la frase, una mezcla de respeto y triunfo...

La historia de los duendes que secuestraron a un enterrador

Charles Dickens

En una antigua ciudad abacial, en el sur de esta parte del país, hace mucho, pero que muchísimo tiempo -tanto que la historia debe ser cierta porque nuestros tatarabuelos creían realmente en ella-, trabajaba como enterrador y sepulturero del campo santo un tal Gabriel Grub...

Un resumen

Virginia Woolf

Como sea que dentro de la casa hacía calor y las estancias estaban atestadas, como sea que en una noche como aquélla no había riesgo de humedad, como sea que los farolillos chinos parecían pender como frutos rojos y verdes, en el fondo de un bosque encantado, el señor Bertram Pritchard llevó a la señora Latham al jardín...
Mangosta

Rikki tikki tavi

Rudyard Kipling

Esta es la historia de la gran batalla que sostuvo Rikki-tikki-tavi, sin ayuda de nadie, en los cuartos de baño del gran bungalow que había en el acuartelamiento de Segowlee. Darzee, el pájaro tejedor, la ayudó, y Chuchundra, el ratón almizclero, que nunca anda por el centro del suelo, sino junto a las paredes, silenciosamente, fue quien la aconsejó...
Martillo de juez

El presidente del jurado

Charles Dickens

Han pasado ya algunos años desde que se cometió en Inglaterra un asesinato que atrajo poderosamente la atención pública. En nuestro país se oye hablar con bastante frecuencia de asesinos que adquieren una triste celebridad...
Casa victoriana

La casa B… en Camden Hill

Catherine Crowe

La casa que habitaba el matrimonio B… en Camden-Hill no tenía nada de particular, salvo su gran número de habitaciones, todas ellas igualmente confortables...
Espíritu. Por George Roux

El pequeño monstruo blanco

Catherine Crowe

En el barrio de Marylebone había en otro tiempo una casa habitada por un fantasma muy especial. El espectro solo aparecía intermitentemente y en épocas muy distanciadas. En realidad, solamente estaba ocupada la planta baja de la casa, pues los departamentos estaban realquilados como oficinas, cuyo personal se retiraba a las siete u ocho de la tarde...
Monjes budistas. Foto por Sergio Capuzzimati en Unsplash

Los constructores de puentes

Rudyard Kipling

Lo mínimo que esperaba Findlayson, del Departamento de Obras Públicas, era una C. I. E.; él soñaba con una C. S. I. En realidad, sus amigos le decían que se merecía más. Durante tres años había aguantado calor y frío, decepciones, incomodidades, peligros y enfermedades, con una responsabilidad casi excesiva para un solo par de hombros...
Paciente histérica

El manuscrito de un loco

Charles Dickens

¡Sí…! ¡Un loco! ¡Cómo sobrecogía mi corazón esa palabra hace años! ¡Cómo habría despertado el terror que solía sobrevenirme a veces, enviando la sangre silbante y hormigueante por mis venas, hasta que el rocío frío del miedo aparecía en gruesas gotas sobre mi piel y las rodillas se entrechocaban por el espanto!...