Cristales
Leopoldo Alas (Clarín)
Mi amigo Cristóbal siempre estaba triste… no, no es esa la palabra; era aquello una frialdad, una indiferencia, una abstinencia de toda emoción fuerte, confiada, entusiástica… No sé cómo explicarlo…
El libro talonario
Pedro Antonio de Alarcón
La acción comienza en Rota. Rota es la menor de aquellas encantadoras poblaciones hermanas que forman el amplio semicírculo de la bahía de Cádiz; pero con ser la menor no ha faltado quien ponga los ojos en ella. El duque de Osuna, a título de duque de Arcos, la ostenta entre las perlas de su corona hace muchísimo tiempo, y tiene allí su correspondiente castillo señorial, que yo pudiera describir piedra por piedra…
El recuerdo
Felipe Trigo
No había andado Juana la mitad del camino hacia la viña, con un cesto de mimbres al cuadril, cuando entre las encinas de la sierra se presentó Chuco de sopetón, diciendo...
El bohemio
Rafael Barrett
Era muy bueno. Tenía nobles aficiones. Hubiera aceptado la gloria. Cada detalle de su existencia era precioso para la humanidad. Nadie lo sospechaba sino él. ¿Qué importaba? Le bastaba saberse un profeta desconocido, cuya maravillosa misión puede fulminar de un momento a otro...
Gavilla de fábulas sin amor y otros divertimentos
Camilo José Cela
En Gavilla de fábulas sin amor y otros divertimentos, Camilo José Cela despliega su ingenio y maestría literaria en un compendio que destila humor, crítica social y un agudo sentido de la observación. Publicado en la década de los sesenta, este volumen ofrece una visión única del pintoresco mundo del autor, donde cada fábula y relato se convierte en una ventana abierta a su inigualable percepción de la realidad. Este libro reúne cinco obras que trascienden la simple narrativa para convertirse en un diálogo vibrante entre texto e imagen. Gavilla de fábulas sin amor, El solitario, Toreo de salón, Izas, rabizas y colipoterras y Nuevas escenas matritenses no solo cuentan historias, sino que crean un género nuevo y sorprendente, el fotorrelato celiano. Aquí, los dibujos de Picasso y Rafael Zabaleta, junto con las fotografías de Joan Colom, Maspons + Ubiña y Enrique Palazuelo, no son meros adornos. Se entrelazan con los textos de Cela para formar un universo propio, un cosmos literario y visual donde cada imagen potencia y complementa…
El pacto
José Echegaray
Don Benigno era un buen hombre, tan bondadoso, que si a los treinta años de edad le hubieran bautizado de nuevo, de nuevo se le hubiera puesto Benigno...
La novela en el tranvía
Benito Pérez Galdós
El coche partía de la extremidad del barrio de Salamanca, para atravesar todo Madrid en dirección al de Poza. Impulsado por el egoísta deseo de tomar asiento antes que las demás personas movidas de iguales intenciones, eché mano a la barra que sustenta la escalera de la imperial, puse el pie en la plataforma y subí...
No hacer nada
Azorín
Se iba acercando, para Martín Pascual, el momento de no hacer nada. Se lo tenía bien ganado; pero a Martín Pascual le interesaba más la psicología que el derecho. Tenía derecho—después de cincuenta, sesenta años de trabajar—a no trabajar...
Ajenjo
Rafael Barrett
Tres dedos de ajenjo puro —tres mil millones de espacios de ensueño. El espíritu se desgarra sin dolor, se alarga suavemente en puntas rápidas hacia lo imposible. El espíritu es una invasora estrella de llama de alcohol fatuo. Libertad, facilidad sublime. El mundo es un espectro armonioso, que ríe con gestos de connivencia...
Historia de macacos
Francisco Ayala
Si yo, en vista de que para nada mejor sirvo, me decidiera por fin a pechar con tan inútil carga, y emprendiera la tarea de cantar los fastos de nuestra colonia —revistiéndolos acaso con el purpúreo ropaje de un poema heroico-grotesco en octavas reales, según lo he pensado alguna vez en horas de humor negro—...
Elizabide el Vagabundo
Pío Baroja
Muchas veces, mientras trabajaba en aquel abandonado jardín, Elizabide el Vagabundo se decía al ver pasar a Maintoni, que volvía de la iglesia...
Suicidio en Alejandría
Federico García Lorca
Cuando pusieron la cabeza cortada sobre la mesa del despacho, se rompieron todos los cristales de la ciudad. “Será necesario calmar a esas rosas”, dijo la anciana. Pasaba un automóvil y era un 13...
Lo que lleva el rey Gaspar
Azorín
“Los tres reyes han salido de sus palacios. Los tres son viejecitos. El rey Melchor es alto, con una barba blanca, con sus ojos azules, con sus anteojos de oro. El rey Baltasar es bajo, un tantico encorvado, con un bigote largo y una perilla más larga todavía...
Un cuento de reyes
Ignacio Aldecoa
El ojo del negro es el objetivo de una máquina fotográfica. El hambre del negro es un escorpioncito negro con los pedipalpos mutilados. El negro Omicrón Rodríguez silba por la calle, hace el visaje de retratar a una pareja, siente un pinchazo doloroso en el estómago...
Las sirenas
Azorín
Cuando volvieron de la iglesia celebraron con una merienda espléndida el bautizo. La casa estaba llena de invitados; entraron todos en el comedor. Sobre el blanco mantel resaltaba la límpida cristalería..
El niño al que se le murió el amigo
Ana María Matute
Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: -El amigo se murió. Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar...
Accidente
Emilia Pardo Bazán
Bajo el sol -que ya empieza a hacer de las suyas, porque estamos en junio-, los tres operarios trabajan, sin volver la cara a la derecha ni a la izquierda. Con movimiento isócrono, exhalando a cada piquetazo el mismo ¡a hum!...
La canción de Lord Rendall
Javier Marías
Quería darle la sorpresa a Janet, así que no le comuniqué el día de mi regreso. Cuatro años, pensé, son tanto tiempo que no importarán unos días más de incertidumbre. Saber un lunes, por medio de una carta...
La mortaja
Miguel Delibes
El valle, en rigor, no era tal valle sino una polvorienta cuenca delimitada por unos tesos blancos e inhóspitos. El valle, en rigor no daba sino dos estaciones: invierno y verano y ambas eran extremosas, agrias, casi despiadadas...
El trasgo
Pío Baroja
El comedor de la venta de Aristondo, sitio en donde nos reuníamos después de cenar, tenía en el pueblo los honores de casino. Era una habitación grande, muy larga, separada de la cocina por un tabique, cuya puerta casi nunca se cerraba...