Capataz buena persona, montado en caballo blanco
Emilio S. Belaval
Quirincho Morales nació tan paciente, que la paciencia le chorreaba por el cuerpo como una mantequita. Sus coterráneos en ese limbo telúrico que forma el caraveral —jíbaros¹ lijosos, con cuatro callos de misterio en la conciencia, por cuya somnolencia de encuclillados no se atrevía a pasar una ardilla—, se mofaban constantemente de la falta de astucia que tenía Quirincho para luchar con la caña...
Alegoría
Emilio S. Belaval
Hacía tres meses, un barco español había dejado al infortunado Fernando de Almagro, a merced de unos parientes. Un avispillas del consignatario lo hizo remontar la cuesta que flota sobre el Jardín Botánico, y al llegar al miradero, le advirtió:...
La viuda del manto prieto
Emilio S. Belaval
Por la noche, la viuda del manto prieto arropaba el cañaveral del barrio con sus tocas harapientas. ¡Condená! Tenía los ojos llenos de ceniza, la boca llagada y unas manos huesudas que no se acababan de morir...
La candelaria de Juan Candelario
Emilio S. Belaval
"Cuando hubo entregado su última carga, Juan Candelario se sentó una noche, frente a su bohío, a seguirle la lucecita a un cucubano para ver si se le ocurría algo. La mujer, adivinando la desazón de su hombre, se le sentó al lado, por si acaso le daba a otro cucubano por volar cerca del primero..."