Los hombros de la marquesa
Émile Zola
La marquesa duerme en su gran lecho, bajo el ancho dosel de satén amarillo. A las doce, al escuchar el sonido claro del reloj de pared, se decide a abrir los ojos. La habitación está tibia. Las alfombras, las colgaduras de puertas y ventanas la convierten en un nido mullido donde el frío no penetra...
Las fresas
Émile Zola
Una mañana de junio, al abrir la ventana, recibí en el rostro un soplo de aire fresco. Durante la noche hubo una fuerte tormenta. El cielo parecía como nuevo, de un azul tierno, lavado por el chaparrón hasta en sus más pequeños rincones...
La muerte de Olivier Becaille
Émile Zola
Fue un sábado, a las seis de la mañana cuando morí tras tres días de enfermedad. Mi pobre esposa miraba desde hacía un instante en el baúl, donde buscaba ropa. Cuando se incorporó y me vio rígido, con los ojos abiertos y sin aliento, acudió corriendo creyendo que se trataba de un desmayo, tocándome las manos, inclinándose sobre mi rostro...
El ataque al molino
Émile Zola
"Se produjeron dos nuevos muertos. Los colchones, destrozados, ya no protegían las ventanas. Una última descarga pareció que iba a llevarse por delante el molino. La posición no podía mantenerse más. Sin embargo, el oficial repetía:"
El ayuno
Émile Zola
Cuando el vicario subió al púlpito con su amplio sobrepelliz de blancura angelical, la pequeña baronesa estaba beatíficamente sentada en su sitio habitual, cerca de una salida de calor, delante de la capilla de los Santos Ángeles...
Angéline o la casa encantada
Émile Zola
Hace cerca de dos años, iba en bicicleta por un camino desierto del lado de Orgeval, más allá de Poissy, cuando la brusca aparición de una vivienda a orillas del camino me sorprendió de tal forma que salté de la bicicleta para contemplarla mejor. Se trataba, bajo el cielo gris de noviembre y el viento frío que barría las hojas secas, de una casa de ladrillo sin gran personalidad, en medio de un vasto jardín plantado de árboles viejos...