El mentiroso
Elena Garro
El camión Flecha Roja iba muy aprisa cruzando campos verdes. Cuando se detuvo junto a unos árboles le dije a mi mamá: «Voy a hacer de las aguas», y ella dijo: «Ve»...
El Duende
Elena Garro
"Eva la había engañado. «Estoy envenenada», se repitió mirando a su hermana, que ignorante de su suerte seguía jugando con el agua. La presencia de su muerte próxima la asombró. Pronto empezaría a caer cabeza abajo por los siglos de los siglos. ¿Quién iba a darle la mano?..."
El robo de Tiztla
Elena Garro
"El jefe de la policía pareció desconcertado. Insistió en mirar con ojos vidriosos a Fili y ésta agachó la cabeza, entornó los párpados y se acomodó las trenzas sobre el pecho. El hombre miró a su derredor e hizo una especie de mueca, que quiso ser sonrisa, a la señora y a sus hijas, que escuchaban el interrogatorio con aire distraído, como si no les interesara lo más mínimo. Ahora era el turno de Carmen, la cocinera."
El día que fuimos perros
Elena Garro
"Y saltó a mi cama para mirarme de cerca. El pelo rubio le cubría la frente. De mi cama salió al suelo, se puso un dedo en los labios y penetró con cautela por el día que avanzaba paralelo al otro. Yo la seguí. Nadie. El día estaba solo y era tan temible como el otro. Los árboles quietos, el cielo redondo, verde como una pradera tierna, sin nadie también, sin un caballo, sin un jinete, abandonado."
La semana de colores
Elena Garro
"No era verdad. Había días mejores para morir. El martes era delgadito y transparente. Si morían en martes, verían a través de sus paredes de papel de china los otros días, los de adelante y los de atrás. Si morían en jueves, se quedarían en un disco dorado dando vueltas como en los «caballitos» y verían desde lejos a todos los días."
Antes de la Guerra de Troya
Elena Garro
Antes de la Guerra de Troya los días se tocaban con la punta de los dedos y yo los caminaba con facilidad. El cielo era tangible. Nada escapaba de mi mano y yo formaba parte de este mundo. Eva y yo éramos una...
Debo olvidar…
Elena Garro
Debo olvidar que encontré estas páginas escondidas entre las tablas sueltas del armario… después de todo la habitación es enorme y en los días que corren es un lujo gozar de espacio. No me molesta la suciedad de los muros, ni las duelas rotas. Tampoco me importan las manchas de humedad que hay en el techo, ni el agua de la lluvia que se cuela a raudales...
Andamos huyendo, Lola
Elena Garro
Aube y Karin se sintieron dichosas. Habían abandonado el establo de Connecticut en el que vivieron los dos últimos años y ahora terminaban de instalarse en un estudio de muros blancos y alfombras verdes. Un verde césped que les recordaba el campo en sus mejores días...
¿Qué hora es…?
Elena Garro
—¿Qué hora es, señor Brunier? Los ojos castaños de Lucía recobraron en ese instante el asombro perdido de la infancia. El señor Brunier esperaba la pregunta. Miró su reloj pulsera y dijo marcando las sílabas para que Lucía entendiera bien la respuesta:..
El zapaterito de Guanajuato
Elena Garro
Iba yo bajando la avenida, llevaba a Faustino de la mano, mi nietecito no decía nada, aunque yo bien veía que los tres días de girar por la ciudad, sin alimento y sin cobijo, lo habían amedrentado...
La culpa es de los Tlaxcaltecas
Elena Garro
"—Lo terrible es, lo descubrí en ese instante, que todo lo increíble es verdadero. Allí venía él, avanzando por la orilla del puente, con la piel ardida por el sol y el peso de la derrota sobre los hombros desnudos. Sus pasos sonaban como hojas secas. Traía los ojos brillantes. Desde lejos me llegaron sus chispas negras y vi ondear sus cabellos negros en medio de la luz blanquísima del encuentro. Antes de que pudiera evitarlo lo tuve frente a mis ojos."