La tiranía del las moscas
Elaine Vilar Madruga
«Ojalá hubiera caído en mis manos, siendo chavala, un libro como este, en el que se invita a los hijos a rebelarse contra sus padres, y no en un sentido metafórico. En La tiranía de las moscas ni la mamá mima ni el papá posa con los hermanitos y un selecto en lo alto. En La tiranía de las moscas la hermana mayor es una shakesperiana heroína llamada Casandra cuya epopeya consiste en la autodeterminación de su sexualidad contra el reaccionarismo tiránico por parte de su padre y patologizante por parte de su madre», Cristina Morales en el prólogo.
Francisca y la muerte
Onelio Jorge Cardoso
—Santos y buenos días —dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer. ¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo...
La espalda marcada
Yunier Riquenes
Antes de meterse a la ducha se detiene en el espejo. Las manos le recorren la cara, los labios y los lados de la nariz. Le había respondido no pasa nada; y no pudo disfrutar la mejor parte aunque se lo propuso. Quizás por eso no logró gemir con desesperación, ahogarse.
Testigo
Ian Rodríguez Pérez
"Esto huele a perro muerto en la carretera" ha llegado a ser la expresión que con más frecuencia tienes a punta de colmillo para referirte a una situación embarazosa, pero no es la única.
La manzana de Eva
Yadira Álvarez Betancourt
—Deberías volver a hacer juguetes, madre. —Ya no hago juguetes, sólo los reparo. La hija frunció el ceño ante la brusquedad de la respuesta. —Madre, no es que esté harta de venir hasta aquí a verte, pero deberías preocuparte más por tu bienestar y salir de este lugar.
Los venenos
Heriberto Machado Galiana
Las más grandes y feas son las que están en el corral de los puercos. En el baño viejo al final del patio, donde los machos orinamos para que el de casa no apeste, también las he visto así. Ni siquiera las que mamá vio en el rancho, donde se guardan los sacos de arroz y de frijoles, pueden ser del tamaño de estas.
Memorial de Penélope
Ernesto Pérez Castillo
Ya me aburrí de alejar de esta casa a los que me pretenden y ahora juego a que me violan y los decapito al amanecer. Pero son insaciables. Cada noche vuelven y beben y se hartan mientras yo les miro desde mi sillón de viuda probable y espero la medianoche en que sortean cuál me poseerá esa madrugada.
En candela con Ochosi
Erick J. Mota
Primero fue el dolor de muelas. Y luego. Y luego también. El dolor de muelas persiste en todo momento y carece de posición de alivio. Los calmantes casi nunca funcionan y siempre la cura es mucho más dolorosa. No existe sentencia ni castigo en el mundo que supere a un dolor de muelas.
Patas al aire
Rafael de Águila
Cuando llegué Roger hablaba con alguien, un tipo alto y pelirrojo. Me fui a la terraza, el piso estaba lleno de hojas secas, y flores, unas flores rojas y pequeñas con manchas blancas. Siempre me gustó sentarme allí, uno se sentaba y la paz bajaba quién sabe de dónde, pero bajaba, uno la sentía llegar, dar vueltas y vueltas hasta echarse ahí, a los pies, como lo haría un perro...
El último jonrón
Leopoldo Luis
Martincito estaba en el comedor mirando el juego de pelota entre Villa Clara e Industriales cuando sintió un ruido extraño en la terraza. Recién terminaba de almorzar, pasadas las dos de la tarde, como acostumbra a hacer cada domingo después de beber unos tragos con el primero que aparezca y le acompañe.
Las lecciones del vampiro
Miguel Terry Valdespino
Una semana antes de que yo cumpliera los cuarenta y nueve, mi esposa armó sus maletas y se fue a vivir con un tío que decidió dejarle su casa en herencia. El viejo no viviría demasiado. La herencia vino a acelerar el fin de un matrimonio muerto..
Sacrificio
José Luis Fariñas
Había cosas que quería para siempre: ardides, plenilunios, coleópteros de marzo, pánicos vitales de color azul prusia tostado, la semilla heptagonal de una noche de infancia bajo unos canisteles en flor o el dibujo escabroso de los días más imposibles, esos donde parece suceder sin detenerse la danza macabra de la felicidad...
Confesiones
Obdulio Fenelo
La segunda vez que lanzó la mirada a la calle, la dejó rondar las fachadas disparejas, elevarse sobre el montón de construcciones y caer de golpe contra el campanario de la iglesia. A esa hora del día el crepúsculo acentuaba el color amarillento de El Sagrado Corazón y lo tornaba irreal. Siempre rezaba antes de hacer un trabajo, así resolvía lo del arrepentimiento...
Ciento cinco escalones
Sergio Cevedo
¿Y qué? Nada, pasaba por aquí. Abre la puerta un poco más, espera porque entre y luego de cerrarla, avanza al centro de la sala. Así que más o menos pasabas por aquí, pero te molestaste en detenerte y en contar escalones hasta este quinto piso. No los conté...
Minucia
José Martín Díaz Díaz
Minucia no era persona, tampoco animal, supongo. Parecía un muñeco para niños, sin especie definida. Cuatro patas con manitas. Orejas redondas. Grandes ojos.
El viejo que se comía la suerte
Mario Brito
Soligial llora por no ser como debía ser. Llora por no haber sido nunca como siempre quiso. Por su mala estrella. Llora con rabia. Por haber sentido rabia. Por haber sido siempre un animal. Porque de un animal femenino de trabajar y fornicar, había degenerado en un animal doméstico, aguantón y resignado...
Fangio’s in memoriam big race
Yoss
The sweden Thor Olafssen, number one de la carrera, atravesó the colossal holograma publicitario bilingüe like a silver arrow y dobló around el Memorial Castro sin aminorar the speed, pero without neither derrapar por eso...
El cangrejo volador
Onelio Jorge Cardoso
Había una vez un cangrejito nuevo que estaba haciendo un hueco profundo en la tierra, cuando, sin más ni más, vino una paloma torcaza a darle conversación...
La deuda
Rafael A. Inza
Dijo toma, y me puso cien dólares en la mano. Si lo haces bien hay doscientos más. Es mucho dinero, el que nadie me pagó nunca, solo que al médico no le importa. Está millonario, por eso todo el mundo quiere cumplir misiones...
El Pueblo de Siracusa
Antonio Enrique González Rojas
La primera Gran Rebelión comenzó cuando el filósofo Aquilonte demostró cómo, por una misteriosa razón sólo revelada a los dioses, todo objeto, fruto o persona, por mucho que ascendiera, caía irremediablemente al suelo.