¿Será que Leyla Leyva “vive” dentro de la poesía, como buscando un “nosotros” que le faculte el atisbo hacia el modo irrenunciable de proscribir al silencio de su ansia para ofrecérnoslo a flor de verso, ese silencio que es im-pulso y sospecha; reverberaciones del ejercicio lírico, personalización vehemente e imaginación desde el que la poeta escribe sus insinuaciones o, dicho desde su propia respuesta, el mostrar y el retirarme, el misterio de un acto que lleva algo de humildad?
De ese proteico aliento discreto nos dice Fina García Marruz en su trabajo “Hablar de poesía”: (…) El silencio es en la poesía, como en la naturaleza, un medio de expresión. La poesía vive de silencios, y lo más importante es, quizás, ese momento en que el pulso se detiene y va a la otra línea de abajo (…). De manera que cuando se con-versa con Leyla se tiene la impresión de estar delante de alguien que tiene el secreto impávido, la seguridad implícita y el encanto de la veracidad para ofrecérnosla como circunstancia de vida.
Con esas divisas concedió la periodista, poeta y crítica literaria esta entrevista, en diáfana conversación con Racso Morejón, promotor cultural, fundador y conductor del espacio habitual Informalmente formal, que se realizara en la Casa de la Poesía de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
RM: ¿Qué llegó primero: el periodismo, la crítica o la poesía?
LL: La poesía. De manera seria, cuando estudiaba el preuniversitario en los Camilitos de Matanzas, porque de niña me interesó mucho más el teatro. Pedí la carrera de Periodismo y me la dieron. Me hubiera gustado estudiar Filología, pero tengo un desarrollado sentido práctico y me ganó el hecho de que en aquellos manuales de orientación profesional que editaban en los 80 ponían: horario abierto. También la intuición me ayudó: supuse que sería fácil encontrar empleo como me imaginaba: escribiendo, aunque fuese desde el periodismo. En mi época universitaria todavía el teatro me llamaba, quizás porque los planes de estudio de Periodismo eran, y todavía son, bastante limitados. Como profesión nunca me estimuló mucho la labor reporteril; si la tengo que hacer la hago, pero la escritura de fondo, el artículo, la crítica, la reseña, incluso la entrevista, están más dentro de mi perfil personal. Aunque parezca que soy bastante extrovertida, con el tiempo aprendí a cuidar mejor mi intimidad, a buscar y defender los pequeños espacios, no sólo de la casa, sino esos rincones existenciales desde donde se puede ser fértil, crecer en un sentido amplio y sin excesivas interferencias.
RM: Tu primer libro publicado es Piélagos…
LL: Sí, del 2000, y es el resultado de ese modo de vida. La serenidad de la que me hablaste alguna vez, se corresponde con esa dinámica. Lo completé en unos meses de 1999. Fue catártico. Antes había escrito dos libros, pero los deseché, aunque puedo recordar poemas completos, poemas largos de estilo conversacional. Piélagos tiene dos momentos: uno de sonetos, décimas y poemas en prosa con un tensor lírico medio, y luego otro que es descriptivo, pero que completa la intención de no variar la nota noble, de navegar en aguas quietas todo el tiempo. Hay quien me reclama no escribir ya sonetos o décimas… No es que haya abandonado las formas clásicas o que reniegue de ellas, todo lo contrario; tengo con el soneto, sobre todo, un pacto de sangre (como diría Neruda) tanto para leerlo como para hacerlo, pero hay un tiempo para cada cosa y sé que lo cíclico de la vida, sus actos de recurrencia, me darán la razón. En el 2010 salió Ejercicios carnales, que cambia el discurso. De hecho, resulta un libro seco, que le interesa el conocimiento, sobre todo interior, la lectura en múltiples direcciones, el sabor de lo latente.
RM: Hablemos concretamente de la poesía: cuando la escribes, ¿cuáles son tus motivaciones más perentorias?
LL: Diversas, como las circunstancias en que me desenvuelvo, pero mi preocupación cuando hago poesía (o cualquier cosa) es ser sincera. Trato; me avergonzaría no serlo. Si algún temor tengo cuando escribo es el de no andar con pie firme sobre los territorios que pretendo. No se trata de quedar expuesta, de que mi mundo emocional, mis preocupaciones como individuo sean vistos por otros como un inventario de asuntos cotidianos más o menos cautivador, o en el peor de los casos como típica letra de mujer. Yo pretendo más desde las resonancias de la escritura, y ahí van las formas a proveerme de armas para la ocasión. Claro, siendo mujer (algo que me encanta) me expreso desde esa existencia.
RM: Entonces puedo acuñar, por ejemplo, o apostar, que la poesía la sientes más como una necesidad que como un oficio…
LL: Por supuesto, aunque espero que me acompañe la dignidad del oficio que demando.
RM: ¿Ante qué circunstancia te asumes como periodista y ante cuáles como poeta?
LL: En las circunstancias objetivas en que se necesita ser una periodista lo soy. La poesía es de otro reino. Además, resulta fatal intentar hacer poesía del periodismo, aunque haya muchos que crean lo contrario. Nuestra prensa se da a menudo el triste lujo de la mermelada rosa y el abuso de la primera persona. Poetizar contra viento y marea no hace el estilo, y tenerlo como meta, menos. El estilo es personalidad. Un periodista puede convertirse en un efectivo relator y en un creador de primer orden, pero no debe perder de vista que su primera labor es informar. Incluso, el tan llevado y traído periodismo literario precisa de información y formación intelectual priorizada para que ese estilo fluya, se dé, haga la obra.
RM: Digamos que como creadora tienes potencialmente un público ávido de lo que dices; me gustaría saber: para conseguir a ese público, ¿qué prefieres, la objetividad del periodismo o la subjetividad de la poesía?
LL: La utilidad y efectividad de la poesía están a un nivel de comprensión que es limitado en cuanto a los receptores. El periodismo siempre va de cara al lector de ahora mismo. Urge y debe funcionar siempre sobre el sentido recto, gramaticalmente hablando. En poesía la comunicación se produce a nivel de subconsciente, a niveles simbólicos, por vía de los recursos del leguaje poético. Te repito la frase de Retamar: la poesía es reino autónomo.
RM: Cuando se trata de buscar las sensibilidades, ¿qué lecturas sufragan los presupuestos estéticos de tu poesía?
LL: Yo leo y releo lo que puedo, de todo. Incluso, muchas veces me encuentro leyendo por disciplina, aunque releer sí lo hago por puro gusto. Con algunos escritores no puedo, aunque en esas ocasiones me culpo por ser incapaz de encontrar una brecha para que esa sensibilidad vaya formando un sustrato intelectual en mí. Pero los leo, sin desprecio; los respeto, asimilo, tomo, examino y sigo andando. Siento admiración por la poesía de Lezama Lima, por ejemplo, pero buena parte de ella no me gusta. En época de universidad su Poesía Completa era como mi Biblia, el símbolo me tenía loca, recitaba de memoria versos que hoy me acompañan; pero ha llovido bastante y no son buenas ciertas obsesiones. Si yo encuentro identificación con un poeta, un escritor, un artista, lo sigo con entusiasmo, busco todo lo que pueda de él, desde su vida hasta su narrativa, su periodismo, su biografía (un género, junto con el ensayo, que me apasiona leer). Mi comprensión del hecho creativo, en todos los géneros, pasa en un alto grado por la identificación emocional e intelectual al mismo tiempo. Puede que esta confesión suene poco seria, pero es lo que hago.
RM: Si tuvieras que hacer una catarsis, ¿con qué género la harías como creadora y con cuál como persona?
LL: Bueno, eso también tiene que ver con los momentos existenciales que una vive, ¿no? Hay épocas en que para esa catarsis bien viene un siquiatra o una asistencia divina que consuele tus reclamos de la más variada naturaleza, incluso la social; pero yo, en verdad, soy fiel a la poesía, supongo que ella me otorga una seguridad que no me ofrecería el grito humano en cualquier calle habanera.
RM: Usé el término catarsis porque en nuestra sociedad hay una pregunta casi obligatoria de los poetas que he tenido la posibilidad y el orgullo de entrevistar. Casi todos van a carenar o parten del silencio como un alfa o un omega, eso también lo noté en tu obra. Me gustaría conocer cuál es tu relación con este mundo del silencio.
LL: El saber callar a tiempo, poner un punto donde se debe, hacer una omisión en cualquier circunstancia de la vida, cambia el destino de los hechos. En poesía, el silencio, el conocimiento de su empleo, le da eficacia al discurso. Hay quien prefiere mis poemas de largo aliento, esos que son conversacionales. Largos o cortos, yo sigo reverenciando al silencio, el casi silencio que es la sugerencia, el mostrar y el retirarme, el misterio de un acto que lleva algo de humildad.
RM: A los poetas que empezamos, a los en alguna medida nos acercamos al ejercicio de la crítica literaria, a estas alturas de tu bregar por ese género —y por la poesía misma— qué nos aconsejarías, qué lecturas, qué posturas.
LL: No creo ser yo la indicada para dar consejos, sólo repetiría lo que he aprendido de otros, lo que todavía tengo como lección de rutina y que debe mucho al buen periodismo y a un buen periodista que tengo cerca. Es vital ser honesto y establecer las distancias del gusto y de la preferencia cuando haces cualquier ejercicio crítico, y huirle a la pedantería que oculta el tener poco que decir o el no contar con ideas claras. Enfocarte en que existe un destinatario, saber cuál es, no subestimarlo y darle lo mejor de ti, también con información. No entrar en la pelea de parecer inteligente y sobrescribir lo que examinas, en un juego que se ha hecho común en las revistas especializadas y hasta en las publicaciones periódicas: suplantar el texto comentado por otro que ensaya una competencia de talentos. Y la escritura debe fluir, aunque sea compleja por necesidad de expresión. Lo demás sigue siendo cuestión de estilo. Al final todo deriva en una cuestión de estilo, en que seas capaz de escribir un trabajo que revele novedades y mueva el pensamiento. La belleza no se busca, se encuentra en los mejores trayectos.
RM: Teniendo en cuenta que te has acercado a la poesía con ojo crítico, me gustaría saber qué semblante le distingues tú a la poesía escrita por mujeres en la Isla.
LL: Las mujeres entraron en la literatura cubana por la puerta de la poesía, en su historia hay ejemplos elocuentes, harto conocidos. Luego han seguido escribiendo. El desarrollo ha traído la subversión de la mujer escritora, también de la poeta cubana, y hoy hay discursos muy interesantes en nuestro panorama, en contenido y en forma. Son temas diversos, no sólo “asuntos de mujer”; hay de todo, unos mejores que otros, pero existen, es un cuerpo cada vez más nutrido, más irreverente (a veces chocante) que se desentiende de zonas claves del discurso tradicional. Otras tienen conciencia de que en la expresión de tono neutro podría estar la respuesta a una resistencia masculina a considerar la voz femenina sólo un segmento que se distingue, que da color y variedad a la poesía en general, pero no necesariamente debe integrarse a la idea de la gran poesía cubana, salvo contadas excepciones. Ahora la mujeres poetas son sarcásticas en extremo, se ríen de su propia condición, su erotismo es porno, irritante incluso, el texto lésbico abunda. Algunas apuestan por el lenguaje, hacen pastiches, juegan a la mezcla de géneros, huyen de los esquemas. En fin, que son una fuerza con una energía imparable.
“Hay un verso de un poema de Gleyvis Coro, un soneto: Yo quiero aquí en mi cama un negro prieto…, me da mucha gracia su atrevimiento, el que sea tan explícita. Como lectora prefiero de tanto en tanto alguna sutileza, priorizo el sustrato, trate de lo que trate. Tengo el convencimiento, no sé si errado, de que nuestra cultura falocéntrica se siente menos agredida cuando una mujer escribe poesía o narrativa de esa forma y no desde la posición de la adarga al brazo, como diciendo: ‘este es mi mundo, chocante, además, y presumo de él. ¡Prueba tú a ver si puedes callarme!’. Ya no nos queremos llamar poetisas. Yo tampoco quiero llamarme poetisa, me parece que estoy en el XIX, me cuesta trabajo el término, se me traba, se me traba la lengua al referirme a la poetisa Caridad Atencio o a la poetisa Soleida Ríos”.
RM: En algunos medios vemos discursos de género, de mujeres que se acercan al tema desde variadas posturas. ¿Te parece válida la polémica feminista que se asoma a las publicaciones?
LL: Estéril me parece, pero no tengo derecho a censurar, sólo soy una simple espectadora. Defiendo la posición de la escritura de la mujer desde la creación, desde su propio coto: su individualidad y su condición femenina. Mujer parte de un núcleo, un seno, una familia. Tampoco soy feminista, no me interesa el feminismo, por lo menos no ese feminismo ramplón de querer que digamos “niñas y niños”, que considera pecado usar el término “niños” para referirse a los dos géneros, porque insulta, segrega, ¿pero a quién? Yo me resisto a pronunciar: “Los niños y las niñas tienen derecho a…” Demasiado largo… Y ridículo.
“No hacen falta plazas para defender posiciones de creación femenina, sólo hay que escribir, crear, cuando se pueda, como se pueda. Hay que ir ganando territorios, economizando energías y dándoles la dirección correcta. Katherine Mansfield le cambió la cara al cuento escrito por mujer con textos que prescinden de argumento y final, lo que le insufló a este tipo de escritura el carácter expansivo de la vida interior. Esta mujer también ganó la batalla por el reconocimiento intelectual haciendo crítica literaria. La condición femenina no nos otorga ninguna bandera, pero cuando creas te expresas como el ser que eres, por mucha ficción que emplees. Si la expresión es efectiva en lo literario, vale. El resultado final estará en correspondencia con el talento que poseas y el esfuerzo que dediques a hacerte de un oficio sólido, coherente. Yo rescaté para la poesía experiencias de vida, como han hecho millones de creadores. Ejercicios carnales se centra en lo cotidiano, lo doméstico, la convivencia en pareja, el matrimonio, aunque también agradece la compañía, el trayecto, la existencia con sus obstáculos, pero no es sólo eso”.
“Me piden que lea Almuerzo, un poema del libro; supongo que resume un gesto. A mi marido le gusta, particularmente. Ahí va: todo el bendito día horneo y boto/ boto y horneo/ escondiendo en las bolsas de comida/ la proximidad del error.”
RM: La última pregunta que te hubiera gustado que te hicieran…
LL: ¿Eres feliz en tu matrimonio?
RM: ¡Totalmente!
(Risas y palabras de agradecimiento mutuas).