Reseña

Sobre Cábalas y amuletos

Hoy he vuelto a recordar la vehemencia con que Guillermo Vidal me insistía para que yo escribiera un libro de fútbol. ¡Tú, tú tienes que escribir ese libro, Caballo, se lo debes a Manatí! Y yo asentía siempre, sintiéndome el elegido de mi pueblo futbolero, y albacea de tantas historias que pensaba que un libro sería muy poco para tanto material anecdótico escuchado en el banco familiar de mi parque y vivido en el estadio Ovidio Torres, apodado “La Danzonera” por esa gloria musical nuestra que fue el Rey del Danzón: Barbarito Díez. ¡Yo, que estuve en 2001 en el Maracaná y me hice las mil fotos para contarles a todos en Manatí! Solía titubear, y entonces Guillermo volvía a regalarme posibles estructuras de ese libro de fútbol que a su juicio debía escribir ya. ¡Una novela Caballo, que arranque en el centro del campo con un partido y los personajes son los jugadores que aparecen en el orden que van tocando el balón, y así cada capítulo! Y yo decía que sí, pero luego no me decidía a escribir ese libro monotemático y apasionante, y las historias quedaban allí en el banco de suplentes en espera de salir al terreno de la página en blanco y ganar titularidad. De tanto esperar, sentadas y olvidadas, por su oportunidad me volví un jugador veterano que ya no va ni a los estadios. Al menos, no todo lo que quisiera. Sé de ese español ex delantero del Real Madrid que la vida lo llevó a trabajar en la construcción del central en Manatí allá por 1911, y que en las tardes reunía dos equipos de obreros en el descampado para jugar una canchita. Admiré desde niño a Ramón Núñez, alias Monguín, el 10 del equipo Cuba que Telesantana, el entrenador brasilero auguró que podría ser una estrella en cualquier club del mundo, luego de haberlo visto en la cuadrangular de Honduras que daba cupo al mundial de España 1982. Allí hizo el todos estrellas como centrodelantero y dejó fuera a Hugo Sánchez; se dice que el club merengue lo quiso fichar antes que al mexicano. Y jugué en mi barrio con el asombroso niño Julio César Rey Pagés, bautizado OreyPagé —que desertó en Venezuela, por un asunto de faldas, donde cumplía misión ya con 32 años y sin que hubiera sido convocado jamás a la selección—, en el Táchira y luego en La Florida los que lo veían jugar, argentinos y colombianos, le decían lo mismo que a muchos nacidos en Manatí: Tú, no pareces cubano. Tienes demasiada samba en esa cintura.

Y entonces Lorenzo, que sabe que he salpicado aquí y allá de fútbol, algunas de mis historias y hablado hasta el cansancio de Manatí, cuna del fútbol cubano, me pidió que leyera un libro que ya Rebeca me alcanzaba como cabeceado por encima de él. ¡Léetelo, Flaco, y escríbeme algo que es de fútbol! Yo, tras un pase tan corto sólo alcancé a leer el apellido Lunar en la portada. Después de un rato me percaté que su autor se llamaba Ariel y no Lorenzo. Recordé aquel verso del Club del Poste que bromeaba: lunares por todas partes, y asentí. Yo que suelo ser muy negativo siempre asiento, me explico. Y el viaje a Nueva Gerona desde La Habana y Batabanó lo hice leyéndome Cábalas y amuletos. Igual que si mirara un buen partido, me lancé a driblear las páginas de esta edición de Capiro. Y a ratos, me sentí como robado, este tal Ariel Lunar me estaba anticipando. Cuando me di cuenta ya iba por la cuarta historia, y ese poblado La Virtud, aunque me lo describía como un chinchal que no era Zulueta, también tenía mucho de Manatí. En el próximo cuento me autosacaría la roja, porque no lo iba a dejar pasar en su toque toque valencianista de Gaixca Mendieta. Soy Madridista 101%. Y ahí creí estar viviendo a través de un protagonista la cruel suerte de los futbolistas cubanos que siempre salen humillados en la Copa de Oro. Y en el siguiente cuento, ese tal Batistuta Yasmani se me hizo de carne y hueso la desafortunada leyenda del matador manatiense Geovany “El zorro” Ayala, goleador histórico del fútbol cubano que ni quedando pichichi del campeonato nacional lo llevaron a esa Copa de Oro en que desertaron casi la mitad de los jugadores que inmerecidamente fueron convocados para la lid. Y ya no pude hacer otra cosa que disfrutar del libro. Imaginar que si estuviera Guillermo allá en Las Tunas, podría telefonearle para decirle que se leyera un libro editado por Capiro, de un primo del gordo Lorenzo Lunar, para que viera cuánto le iban a agradar ciertos cuentos que ahí aparecen. Y después debería también negarle, como niego a Messi convencido de que aún no es el mejor ni estoy seguro que lo será. Porque a mí este libro bien editado, sobre todo para ser el debut en primera de un novato, debió tener once y no ocho cuentos. O tal vez más, ¿porque y los suplentes qué? Y si bien puede entenderse quien es Luis Omar Tapia, el comentarista de ESPN, le sobra, empobrece narrativamente mencionar a ese hombrecillo de la tele nacional Reynier González que un día dijo: el juego será en Manatí, Puerto Padre. Y eso lo anula en geografía y literariamente, me refiero al comentarista pitufo. A Ariel Lunar sólo me cabe felicitarle porque algunos de sus cuentos a mí me habría gustado escribirlos, y hasta retarlo a echar una canchita que ya no estamos a los cuarenta para un estadio. Quizá un día me siente a escribir ese libro que mi amigo El Guille quiso que yo escribiera, ya me siento más cerca y animado tras Cábalas y amuletos. De verdad que sí, este narrador de Mataguá o Virtudiño, tiene olfato a gol.

Nelton Pérez. Manatí, 1970. Narrador y poeta

Ha obtenido importantes premios a nivel nacional en los géneros cuento, novela y poesía. Ha publicado los libros de narrativa: El Viaje (Ediciones Áncoras); Desvaríos mágicos (Ediciones El Abra); Apuntes de Josué 1994 (Ediciones Coliseo de El Escorial, Madrid, España) y En la noche (Ediciones El Abra). Es autor, además, del poemario Soledades concurridas y de la novela El enigma y el deseo (Editorial Letras Cubanas, 2006). Varios de sus cuentos han aparecido en antologías de Cuba y el extranjero.