¿Sherlock Holmes escritor de ficción?
Sherlock Holmes nos dejó una amplia y significativa obra como autor de ensayos y monografías de variados temas, pero no se le conoce ningún poema y solo existen dos relatos de su autoría.
SH criticaba a Watson por su estilo sensacionalista y este, sin poder contener la cólera, lo retó a que escribiera sus propios relatos.
El genial investigador se anima y escribe casi al final de su carrera La aventura del soldado de la piel descolorida. Ya en plan de escritor, sin asomo de vergüenza alguna, copia del doctor el recurso del narrador-personaje.
Al inicio de la narración, se dirige al lector para explicarle que Watson durante mucho tiempo lo importunó para que él mismo escribiera una de sus aventuras, y por fin se había decidido.
Después ataca al Watson escritor al hacer notar “lo superficiales que son sus relatos”, y lo acusa de “satisfacer los gustos populares en lugar de ceñirse a los hechos”. Pero de inmediato se ve obligado a declarar que, “ahora que he empuñado la pluma, empiezo a darme cuenta que el asunto debe presentarse de forma que pueda interesar al lector”. Algo, que dicho sea de paso, parecen no conocer ciertos escritores muy postmodernos.
Para eso recurre al, ya en su época, gastadísimo recurso de anunciarle al lector que encontrará algo muy interesante, con frases tales como: “Será difícil que no le interese el siguiente caso”, “se trata de uno de los más extraños de mi archivo”. Y aclara de forma aviesa que “da la casualidad de que Watson no lo tenía en el [archivo] suyo”, como para que no esperemos a que el ameno doctor nos lo cuente.
Debemos reconocer que SH no estuvo muy atinado al seleccionar el argumento para su debut como literato. A pesar de todas las expectativas que al inicio despierta en nosotros, el asunto resulta ser poco interesante. Tanto, que he llegado a pensar que es mentira lo que dice Holmes de que Watson no lo tenía en su archivo, creo más bien que el buen doctor lo consideró indigno de su pluma y de nulo interés para el público.
Amén del fallo en la selección del caso, yerra a la hora de narrarlo. Hay continuas intromisiones del narrador, ya sea para criticar e incluso atacar a Watson, ya para exaltar sus propias cualidades como detective, ya para tratar de ganarse al público con lisonjeras manipulaciones tan burdas como “el sagaz lector”.
Buena parte del discurso se va en sendas exposiciones que hacen dos de los personajes, de forma que si SH se limitó a transcribir las palabras de ellos, bien poco tuvo que crear él.
El estilo es descuidado y adolece del abuso de los adjetivos, los adverbios terminados en mente y los gerundios. No evita las repeticiones de palabras, ni las asonancias y consonancias.
En determinado momento, de forma tendenciosa oculta información clave, cuando dice “De camino a la estación de Euston recogimos a un caballero muy serio y taciturno, de aspecto férreo, con el que yo había quedado previamente”. Nos informa esto y sin embargo nos oculta el nombre y la profesión de dicho caballero, que eran conocidos por él, y que como narrador honesto debió habernos dado en ese momento. Esto se habría podido evitar si de forma egocéntrica no se hubiera escogido a sí mismo como narrador.
Lo anterior no es impedimento para que casi acto seguido acuse a Watson de manipulador: “Ocultando precisamente estos eslabones de la cadena, Watson conseguía presentar sus sensacionalistas finales”. En estas palabras se nota que el autor ya ha reconocido que no logrará un final impactante, y se huele la envidia que vela la admiración.
La misoginia de SH salta a la vista en el tratamiento despectivo de los dos únicos personajes femeninos: la nodriza y la madre de Godfrey, la primera de “aspecto tan raro” y la segunda “que parecía una ratoncita”. No pone ni una palabra en boca de ellas, que solo son parte del decorado. La madre lo único que hace es poner fin a la obrita con su desmayo.
En un par de ocasiones, y cuando aún quedan ocho páginas para el final, nos anticipa que “tenía ya el caso solucionado”. A pesar de esto alarga la narración de modo innecesario y abusa de la paciencia del sufrido lector.
Al entrar en la recta final no le queda otro remedio que reconocer “aquí es donde más echo de menos a mi (sic) Watson”. Y hace un muy somero e incompleto listado de los recursos que con tanta habilidad usaba el doctor para dar color y sabor a sus relatos: “Mediante ingeniosas preguntas y exclamaciones de asombro, él era capaz de elevar mi sencillo arte”. Y como guinda tiene que admitir: “Ahora que soy yo el que cuenta la historia, no dispongo de tales ayudas”. Amén.
La solución se nos presenta vía deus ex máchina, pero de forma tan simplona que resulta en extremo inverosímil. Y para colmo ya desde el título, SH nos la vende.
Casi al final, en pose de augusto escritor, vuelve a mostrar su oreja peluda, esta vez con una disquisición filosófica: “una vez eliminado todo lo imposible, lo que queda, por muy improbable que resulte, tiene que ser la verdad”. Elemental, Holmes… Aunque es justo reconocer que era muchísimo mejor filósofo que narrador.
Frank Campos. Frank Campos (La Habana, 1965). Narrador y ensayista.
Licenciado en Historia. Miembro fundador del Grupo de Creación Literaria Punto de Giro. Profesor del curso “Las herramientas del escritor” en la Casa de Cultura Mirtha Aguirre de Playa. Instructor de literatura en el Cerro.