Todos los días al despertar, antes de abrir los ojos, me pregunto si será un gran día; después, al abrirlos, me convenzo de que será un buen día. Pero hoy estaba convencida de que sería un día diferente.
Fue sin pensar, abrí los ojos, en realidad no sé si pensaba o no, durante toda la madrugada había estado despierta con los ojos cerrados, esperando el amanecer. Ahora los tenía abiertos mirando el techo, convenciéndome de que podría ser de otra forma.
Me levanté de la cama, sorteando la ropa mía y la de él regada por todo el piso, como en un juego de niños iba saltando en puntas de pie esquivando la ropa y la sangre. La sangre.
Llegué a la puerta del cuarto y me di cuenta de la escena, el cuarto regado, una botella de ron, cristales, latas de cerveza, ropas por el piso en señal de que hubo una gran orgía, un gran desenfreno sexual, un gran relajo, una gran gozadera; lo único que no encajaba en aquella escena era la sangre y el cuerpo de él, desnudo, en la cama, muerto.
Yo estaba muy asustada y apurada, no tenía tiempo para reparar en él, me esperaba uno de mis trabajos más importantes, la entrevista a un joven escritor que había chocado con la suerte económica, había dado el paletazo editorial con el cuento Zona de exclusión en un concurso internacional, como dicen ellos, solo por poner una bomba, o mejor dicho: uno de sus personajes puso una bomba en una estación de policía en La Habana, ahora que el terrorismo asusta más que nunca.
Dejé al muerto en la cama, fui al baño, me preparé rápido con todo, libreta de notas, grabadora, cámara, y partí sin mirar a atrás. Dejando la escena del crimen. Era la primera entrevista en mi primer día de trabajo después de graduarme, quizás sería mi última entrevista y mi único día de trabajo como periodista. No sería fácil, un grupo de escritores esperaba por mí. Todos con intereses más o menos comunes, lenguaje similar, códigos en la misma frecuencia. Solo uno me interesaba, el de la bomba.
Llegué y el escenario era el que esperaba, la gente estaba vestida sin una imagen predeterminada, descuidadamente uniformados, pulóver, jeans, campers, sayas largas, aretes por doquier, pelos largos, grelos, ambiente rockero y fusionado que delimitaba un espacio peculiar, casi un ecosistema, como si el mundo les perteneciera solo a ellos. Todos me recordaban a Miguel.
—Buenos días, yo soy la periodista. Sentí la mirada de todos y todas sobre mí, como si fuera un bicho raro; pero también me sentí desinhibida, la manzana deseada, como si entrara en una ciudad distinta, en una zona desconocida, una zona de exclusión que me era familiar y estuviera viviendo la vida de otra gente. Fue la misma sensación que había dejado en casa, en ese momento me convencí de que podía haber sido de otra manera, nunca imaginé que en algún momento de mi vida yo diría la frase esto no me está pasando a mí, es solo un sueño. No era un sueño, el fulano desnudo en la cama no era ningún desconocido, era solo el fulano que cinco años atrás había sido mi esposo, nos encontramos y terminamos en la cama, en mi cama.
Es mejor en mi casa, para tenerlo todo bajo control, le dije. Como tú quieras, me gusta tu control, me dijo él con una sonrisa llena de morbo y victoria machista, la misma sonrisa que cinco años atrás me excitaba mucho ahora me empujaba al odio, a convertir mi cuarto en la escena de un crimen, en una zona de exclusión.
Mientras preparaba los equipos, los escritores se sentaron a mi alrededor. Era como si Miguel me asediara, sentía sus ojos sobre mí. Ellos olían igual que él, sudor, cigarro, ron, tenis sucios.
—Prefiero que seamos nosotros solos —le dije, y nos fuimos a una oficina.
La primera pregunta fue un lugar común pero a la vez mi reafirmación de que no quería parecerme a esta gente, mi principal interés era la historia de Zona de exclusión.
¿Realidad o ficción?, dije mirando a los ojos del joven escritor, el motivo de mi entrevista. Él, desinhibido, me tomó por el brazo igual que acostumbraba hacer Miguel, igual que había hecho Miguel la noche anterior. Me gustó.
Hay una frontera, respondía mi pregunta, un límite donde la ficción se acerca mucho a la realidad, es decir, nos parecemos al héroe de la historia y no nos damos cuenta cuando estamos hablando igual que él, caminando igual que él, odiando igual que él, aunque no siempre hay un héroe, a veces es una muchachita de diecisiete años, una heroína de diecisiete años que odia a sus padres, odia su nombre, odia la tierra en que nació, la tierra que pisan sus plantas y se convierte en un ser odiante que quiere que todo desaparezca, y se busca un novio de diecisiete años que también odia a sus padres, odia su nombre y la tierra que pisan sus plantas y también quiere eliminarlo todo.
Volvámonos locos, droguémonos, pongamos una bomba, dice el muchacho de diecisiete años. Sí, le responde ella, volvámonos locos, droguémonos, pongamos una bomba, dice ella desde sus 17
—Nunca he puesto una bomba. Tengo miedo —dijo él desde sus 17.
—Yo también tengo miedo, pero quiero poner la bomba.
—Me siento bien, hagámoslo.
—Y si morimos —dijo ella mirando los ojos enrojecidos de él
—Si morimos pasamos a la Historia, alguien lo escribirá o hablarán de nosotros.
—Odio la Historia, los libros de Historia y los profesores de Historia. Hagamos el amor antes de morir —dijo ella apretándole la mano.
—Siempre piensas en eso.
—¿En qué otra cosa se puede pensar sino en bombas y hacer el amor?
—¿Recuerdas cuándo lo hicimos por primera vez?
—No puedo olvidarlo, eras virgen.
—La virgen Janice. Me dolió mucho.
—Fue lindo.
—Yo no recuerdo nada lindo y tú temblabas, me dijiste que tenías experiencia.
—También era mi primera vez.
—Y me lo dices ahora, cuatro años después, me hiciste trampa.
—Quiero decir, mi primera vez de verdad, completo. Tenía pena.
—A ustedes los hombres siempre les da pena al principio, después son unos descarados.
—Yo estaba enamorado de ti.
—¡¿Estabas?!
—Estoy, no te preocupes, tú lo sabes.
Es mediodía, caminan, se esconden, creen que se ocultan debajo de la escalera de un viejo edificio; más que viejo son ruinas de una arquitectura. Todo se escucha, el canturreo de los pájaros citadinos, el paso de los transeúntes, el ruido del tráfico y el escándalo de la vecina que vive al lado de la escalera.
Ellos hacen el amor, lo gozan, lo disfrutan, se entregan entre las ropas, las mochilas, el calor, el sudor, el olor de la ciudad y la peste a orine de los borrachos que descargan en ese rincón del edificio durante la noche.
Apenas muestran los sexos, apenas hacen el amor, pero se empeñan en entregarse como última voluntad; van a morir, creen que morirán, son unos condenados a muerte. Pero la vecina grita, se escandaliza.
Ella grita y los censura, y ellos creen gozar, creen gozar pero están dopados, empastillados. Todo sale mal, no como ellos quisieran.
—No hicimos el amor, lo matamos
—Fue un palo malísimo —dijo él, y ambos rieron.
La vecina los escuchó, los observó, se excitó, pero sigue gritando, descarados, les dice, ellos salen, casi felices, casi drogados, con una mochila y sus ropas puestas.
—Ahora podemos morir, Yeni.
—Sabes que no me gusta que me llames Yeni.
—Pero ese es tu nombre.
—Lo odio, nunca has pensado cuántas Yenisleidis existen en este país.
—Es difícil ser original.
—Tú lo dices porque tienes un nombre irrepetible, ¿a quién se le ocurre nombrar a un hijo: Execrable?
—Tiene su ventajas, a mí tampoco me gusta, pero como todos me llaman Exe. Tiene swing.
—Sabes que me gusta Janice, con jota, pero se pronuncia con ye.
—En el mundo hay muchas Janice con jota que se pronuncian con ye.
—Pero es el nombre que me gusta.
—¿Ya podemos poner la bomba, Janice?
—Sí, hagámoslo.
Caminan, se ajustan la ropa, van despacio, se ríen, se besan, tropiezan, sacan una botella de la mochila, beben, se besan. Llegan a un parque, se sientan.
Es mediodía, la algarabía de los gorriones no les molesta, no les importa, están concentrados en el edificio donde pondrán la bomba. No tienen un plan previo.
Me soltó el brazo, su temperatura y el sudor de sus manos permanecieron en mi piel unos segundos que me parecieron suficientes para desearlo. Él estaba apasionado con su historia, con su cuento.
La siguiente pregunta también fue un lugar común: ¿Crees que la narrativa cubana está en un proceso de ósmosis?
Es exactamente eso lo que está pasando entre los jóvenes escritores, me dijo y se me acercó, podía sentir su aliento, el olor a cerveza y cigarro baratos; sus palabras perdían significado, su voz llegaba a mis oídos como un bálsamo y mi grabadora recogía disciplinadamente cada uno de sus criterios. Sobre todo en la ciudad, decía, aunque no hay equilibrio, hay más concentración, más preocupación por algunos temas que se repiten y se están convirtiendo en cíclicos, reiterativos: el sexo, la diáspora, la ciudad, entonces el resto de los escritores, es decir, donde hay menos concentración, están sacrificando los temas de siempre: el amor, la soledad, la muerte, aunque están tratando de fundir estos temas con una nueva forma de decir, que creo se va a demorar un poco, porque tenemos un lector muy rápido, que no quiere perder el tiempo, un lector que busca cosas nuevas pero fáciles de leer, un lector que no quiere complicarse.
Las palabras comenzaron a grabarse en mi grabadora y mi cabeza seguía rondando y rodando por el día anterior. El fulano y yo nos encontramos en la calle, yo iba camino a casa cuando sentí el asedio del lobo, no pude escapar.
—Hola, estás en el bosque equivocado —me dijo.
—Hola, Lobo —le dije sorprendida, y se me aproximó con su olor a sudor, cigarro, ron y tenis sucios. Realmente era como un encuentro entre lobo y oveja. Fue cuando se me ocurrió llevarlo a casa. Vengarme.
A veces creemos que hicimos algo novedoso, creemos que estamos fundando el nuevo estilo del siglo y lo que estamos es reescribiendo lo que ya se ha hecho en otro país, en otra época o por otra generación, quizás por tu vecino o tu padre, y no le has prestado atención. Mi grabadora seguía grabando y yo seguía pensando, estaba poniéndome de acuerdo con este criterio pero no quería aceptarlo; se parecía demasiado a Miguel, eran sus palabras, su criterio, su modo de pensar. Esas palabras iban y venían y solo me hacían pensar en el fulano, en el lobo camino a casa.
Hay mucha preocupación por marcar la diferencia y puede ser bueno, pero a veces se valida como lo único, lo mejor, y se van relegando obras, temas y autores que no se dejan arrastrar por la concentración.
Concentración era lo que yo necesitaba, este muchacho usaba las mismas palabras de Miguel, el mismo modo de cruzar las piernas, el mismo modo de mirarme a los ojos mientras toma una bocanada de humo del cigarro que fuma; yo necesitaba concentración y él me estaba desconcentrando con sus palabras y con toda su proyección de escritor, igual que la mano de Miguel apretando mi brazo frente a la puerta de mi casa. Por eso te digo que es posible que haya ósmosis pero es un proceso lento, por otra parte existe como una barrera generacional que también está concentrada, pero en este caso no es permeable, entonces el concepto de ósmosis de que las sustancias se mueven de las zonas de más concentración a las de menos concentración, no funciona. Como en mi cuento Zona de exclusión, los personajes se mueven en zonas diferentes, tienen una perspectiva de lo que quieren y su objetivo es poner una bomba. Desde el banco todo se ve perfectamente. Los hombres uniformados entran y salen constantemente, los autos paran y los hombres uniformados sacan a los detenidos. Llegan más autos y detenidos, jóvenes y viejos negros, algunos blancos. Los hombres uniformados que permanecen en la puerta del edificio no se han percatado de los jóvenes que los vigilan.
Janice y Exe, desde el banco del parque, reconocen a uno de los negros detenidos, lo conocen bien, conocen sus ropas, el pañuelo que lleva en forma de cinta en la frente y todos los collares multicolores que cuelgan de su cuello. Ellos ven como lo sacan del auto, lo conducen hasta la puerta del edificio, ven como el negro esposado penetra en el edificio que ellos vigilan. Lo conocen, el negro no es amigo de ellos pero no tienen intenciones de matarlo, el negro no es culpable, piensan ellos, no quieren que el negro esté ahí cuando estalle la bomba.
El negro es llevado, conducido, cacheado, esposado, registrado, encerrado.
El espacio es pequeño, oscuro, apestoso, cincuenta hombres se disputan un lugar, cincuenta negros intentan moverse de un lugar a otro.
Cincuenta detenidos, delincuentes, cincuenta ciudadanos, sospechosos, presuntos implicados, ladrones, cuatreros, matarifes, timadores, vendedores ambulantes, emigrantes, proxenetas, voyeristas, travestis, traficantes, jineteros, boliteros, carteristas, rateros, arrebatadores, asaltantes, guías turísticos por cuenta propia, falsos limosneros, mendigos, locos, negros tatuados, con sus bocas llenas de caries y llenas de oro, sudados, pestilentes, grajientos, hacinados.
—Nagüe, ¿cómo te dejaste cazar?
—Un chivatazo, nagüe. Un grifo me empujó hasta aquí.
—Esta gente está en tos lao.
—Había un bonche en El oasis y de momento todo se nubló, asere.
—¿Y había humo?
—Como Dios manda, asere, había de to, jevita, humo, carne, to el mundo estaba viviendo, hasta un choo de eso de jevita y pato, to el mundo sin ropa. Riquísimo to.
—¿Y cómo saben que fue un lenguazo?
—Claro asere, ese fue el chamita ese nuevo que cayó de descanso la semana pasada y él es un punto y seguro se aflojó.
—Los estaban orillando, asere,
—La cosa está añil allá afuera. Hay azules por tos lao.
—¿Y te encontraron algo?
—Asere, y por qué tú preguntas tanto, tú eres fula o periodista por cuenta propia.
—No asere, es que llevo tres días aquí en el claustro y quiero saber cómo está el clima allá afuera.
El resto de los negros se mueven como si no les interesara de lo que se habla, pero en ese espacio es imposible no escuchar, es casi imposible no sentir el olor del otro, es casi imposible no rozar al otro.
—¿Qué tú me mira, asere? ¿Tú me estás cachando o tú eres mona?
—Mona el coño de tu madre, asere, ¿Qué pinga te pasa?
El guardia en la puerta no dio tiempo al primer piñazo, con la tonfa golpea los barrotes de hierro, después abre la puerta y le ordena salir al último negro que encerraron, le quita el pañuelo rojo de la cabeza, lo esposa nuevamente. Los demás presos ven como es conducido, ven como es llevado hasta una puerta, al parecer de una oficina, una puerta que se cierra. La oficina del jefe.
Nunca pude resistirme a Miguel, ya estaba entre sus brazos, entre sus labios, entre sus piernas. Tampoco podía resistirme a este muchachito que cada vez lo deseaba más, pero debía seguir mi entrevista.
¿Qué literatura está marcando a esta generación de escritores? Fue mi tercera pregunta, parada en la ventana, sabía que él me miraba. Es que el humo del cigarro me molesta, disculpa, me dijo y comenzó a responder. Las generaciones en la literatura, y el arte en general, las definen la edad biológica del escritor, los temas que aborda, pero sobre todo la coincidencia en el tiempo de las obras con los otros autores, con el momento que les tocó vivir, aunque a veces no tienen puntos de coincidencia.
Esta generación sigue escribiendo de temas campesinos, temas fantásticos, los grandes temas, como te dije anteriormente: la muerte, el amor, la soledad, el entorno, el sexo —cuando dijo sexo no pude evitar una leve sonrisa de la que él también se percató— pero desgraciadamente la situación no se mueve igual geográficamente, la ciudad sigue marcando la diferencia, quizás porque tiene más cantidad de escritores o porque se publican más, entonces son más conocidos y se imponen temas y estilos, pero ahora mismo en la ciudad se abre paso la literatura fragmentada y la literatura rizomática. No estoy muy seguro de lo que significa cada cosa pero creo que de eso se trata, del significante, ya sea por la forma o por el contenido. Yo tampoco estaba segura de lo que significaba, pero sí estaba segura de mi excitación, definitivamente este muchacho me excitaba, este muchacho me recordaba a Miguel, el fulano, pero Miguel estaba en mi cama, muerto, y yo intentaba que el día fuera diferente. Trataba de olvidar pero el recuerdo se imponía, el momento en que apareció el ron, unas cervezas, el momento en que Miguel me tiro a la cama. La pasamos bien. Como siempre.
Esta generación esta tratando de decir y de ocultar algo, entonces utilizan el paratexto como soporte de la historia, que a la vez se convierte en soporte ideotemático, funden y (con)funden el qué y el cómo y ambos tienen el mismo valor, establecen un equilibrio conceptual, y lo más importante es que se están fundiendo diferentes géneros, el cuento, el ensayo, el relato, la biografía, el informe, como un pastiche.
—Ya lo olvidaste todo —me dijo Miguel esa noche. Fue cuando supe que no estaba arrepentido y me di cuenta de que todo sería diferente. Él me lo recordó todo, el engaño, la traición, la mentira. ¡¿Con mi mejor amigo?! Nunca pude perdonárselo. Lo más cercano que tenía era la botella de ron…
Todo es un gran collage y eso parece nuevo, se asume como lo mejor, los jurados de los concursos están comenzando a validarlo, están entronizando las nuevas poéticas, modos y estilos, y estos estilos están encontrando lectores cada ves mas capaces de asimilarlos. El joven estaba enternecido en su teoría crítica, mi grabadora seguía en sus funciones y yo me daba cuenta de lo que había hecho.
El golpe con la botella en la cabeza de Miguel lo hizo marearse un poco, se fue contra el espejo y lo rompió con la caída, después todo sería lo inesperado, el pedazo de cristal en el cuello, la hemorragia, la sangre en el piso, la angustia, la palidez, el cuerpo desplomado, subirlo nuevamente en la cama. La contemplación del muerto.
Esto ya lo hemos visto en el arte pop, yo le llamo new pop art, que también es circunstancial, también responde a la necesidad generacional de un grupo de escritores por intentar perpetuarse dentro de una sociedad determinada y eso no es nuevo, hasta los escritores esquimales lo están haciendo ahora mismo. Seguía el escritor hablando, mi grabadora grabando y yo simulando.
La literatura rizomatica, aunque me parece que tiene los mismos soportes, se basa más en las intenciones, es más dirigida, más conceptual, es insidiosa, como lo dice su nombre, es subterránea, casi imperceptible, pero se va expandiendo poco a poco, aquí entra cualquier modo, estilo o forma de escribir, aquí lo importante es lo que se cuenta o de quién se cuenta, es casi una literatura personalizada, lo que corre el riesgo de que está siendo poco leída, aunque me parece que tiene más valor literario y al lector cubano lo percibo muy lento para captar las intenciones de esta corriente, aunque creo que los autores de esta literatura no tienen intenciones abiertas, o posibilidades reales de convertirla en literatura de masas, también se mueven en una zona de exclusión, son como parias, a veces gregarios como los personajes que crean, personajes con vidas paralelas, con bajas pasiones, personajes que ocultan herméticamente el inframundo en que se mueven, aunque muestren una vida plena y feliz como en Zona de exclusión.
El jefe sale de su oficina a las siete de la noche, saluda a todos y se dirige al parqueo, entra al auto, enciende, lo pone en marcha y va a su casa; no quiere llegar, pero hoy tiene que hacerlo temprano, le espera su esposa en casa, hoy no es día para estar con su amante, lo lamenta, hoy tiene que estar con la madre de su hija. Ella lo espera. No quiere recordar el día que tiró la puerta mientras ella gritaba y los cristales de la puerta se rompían mientras él se alejaba y ella gritando más y más fuerte y la partícula de cristal penetrando en su córnea derecha y el dolor intenso en el ojo lleno de lágrimas. El regresa sin entender lo que pasa, después la sorpresa, el hospital, la operación. Ya la herida no tiene solución, no hay regreso, no ve, solo una prótesis puede suplantar su ojo derecho, su hermoso ojo color de miel, un ojo que él no puede ubicar cada vez que intenta mirarle a la cara. La lástima es el peor de los afectos, piensa él mientras conduce a su casa de matrimonio feliz. El policía llega, la hermosa mujer tuerta lo observa como un visor, ella lee y hace anotaciones y marcas. Lo mira a él de reojo con su solo ojo.
—¿Ya llegó la niña? —pregunta él desde la puerta.
—Ya es hora de que le digas su nombre —replica ella.
—¿Ya llegó Yeni?
—Yenisleidis. Ella se llama Yenisleidis.
—Necesito hablar con ella. Es mi hija, tengo todo el derecho.
—Tienes el derecho y el izquierdo también…
Comenzaron a sudarme las manos, el joven escritor seguía con su historia increíble de bombas, policías y mujeres tuertas; por suerte me quedaba solo una pregunta: ¿Crees en la literatura de masas? Yo solo pude imaginarme a los investigadores de la Policía y yo sin poder negar nada. Las huellas, las evidencias, salir esposada de la casa, los vecinos sin entender nada. Sin dudas sería un día diferente, al menos para mí.
La literatura de masas es un hecho que no se puede negar, el lector se da cuenta de que puede haber algo raro, se da cuenta de que está siendo manipulado y no la toma muy en serio, pero depende del lector. Desgraciadamente en Cuba no tenemos como medir si una obra funciona o no, si está siendo leída o no. Todo depende del tipo de lector. Al lector lo que le interesa es que explote la bomba, le interesa la sirena de los bomberos, los carros que van y vienen, el número de muertos y heridos, ¡pero están locos esos muchachos!, a quién se le ocurre eso, ¡esto no es Bosnia!, le interesa saber por qué los personajes dejaron la mochila con la bomba en el edificio de la mujer gritona, pero de forma general no creo en la literatura de masas.
Yo tampoco creo ni me interesa la literatura de masas, piensa la mujer mientras cierra el libro, piensa en la periodista, mira dormir a su esposo, piensa que él también podría estar muerto, piensa en una noche de sexo, piensa qué él, su esposo, podría ser un escritor excéntrico, culto y despistado, de los que hay por ahí, entonces estaría muerto en su cuarto, en su cama, a su lado, sangrando, mientras ella va a hacer una entrevista a un joven escritor que habla de bombas, policías y mujeres tuertas, esperando que el día sea diferente.