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Se buscan “autores negros”

Durante la última Semana Negra el cónclave asistente a Gijón se preguntaba qué hacer para no morir de éxito. Según cifras divulgadas en reportes de prensa: “Uno de cada cuatro libros vendidos y uno de cada cinco publicados es una ficción criminal. Un 25% de las obras de la clasificación de los más vendidos está dentro del género”. En el cenit de la Edad de Oro de la ficción criminal el temor que cunde es si tal cantidad sepultará la calidad o si quedarán saturados los lectores por sobreabundancia. Unas semanas después llegó el turno de BAN! (Festival Internacional de Novela Policial de Buenos Aires), cuasi clon del evento español, que tuvo la sagaz iniciativa de mezclar crimen real con muerte de novela, y para ello invitó a comisarios, peritos, abogados y delincuentes verdaderos y a periodistas de crónica roja.

Aportando esos datos inicié mi intervención en el Segundo Coloquio de Literatura Policial, ocurrido en la mañana del sábado 9 de agosto, en la sala Villena de la habanera sede de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba. Invitado a disertar sobre el policial en la isla por los años del nuevo siglo —ante una cuota aceptable de público para día y hora como esa— quise dibujar el cuadro nacional por contraste absoluto con el marco internacional.

Agregué la siguiente paradoja para rematar: “¿No es sospechoso que en las épocas más felices del país (décadas del 70 y 80) fue cuando más literatura del género tuvimos, mientras que del 90 hacia acá, cuando la gente se oculta tras rejas y miedos, en medio de tantas dificultades económicas y aumento de la violencia —que podían ser una inspiración para los autores— ha sido prácticamente inexistente?”

Más allá de las recurrencias de Leonardo Padura y Daniel Chavarría, autores estandartes del policial cubano, no hay muchos nombres para hacer lista en lo que va del XXI.  Lorenzo Lunar, con su serie del policía de barrio Leo Martín (En vez de infierno encuentres gloria, La vida es un tango), y  Amir Valle, con sus acercamientos a jineteras y bajos fondos (Si Cristo te desnuda, Las puertas de la noche), brotaron en el umbral del milenio. Un puntual aporte del “realista sucio”  Pedro Juan Gutiérrez: Nuestro GG en La Habana.  Marcial Gala y La catedral de los negros, una rara avis entre las ganadoras del autóctono Premio Alejo Carpentier de Novela. Algunos autores dispersos por la geografía local que aparecen en editoriales de provincia: Mario Brito (La muerte del cebú),  Reinaldo Cañizares (Never more). Otros cubanos:  Rodolfo Pérez Valero,  Yamilet García Zamora (Del otro lado, mi vida),  Teresa Dovalpage (Orfeo en el Caribe), que publican desde el exterior y no son accesibles a los lectores de intrafronteras.

Un puñado más para citar: Arnaldo Muñoz (Horizonte de las tres lunas), Armando Cristóbal (Cena con Buda), los  cuentos de María del Carmen Muzio, la simpática fusión policial-ciencia ficción de Yoss (Expreso Habana-Amstelven) o mis propias noveletas (Asesinos ilustrados, Historias del Abecedario). Además, un par de antologías: Confesiones. Nuevos Cuentos Policiales Cubanos (hecha por el dueto Lunar-Rebeca Murga) e Isla en negro. Historias de crimen y enigma (compilada por otro dúo: Grillo-Leopoldo Luis).

Antes de mi repaso a los años últimos, el programa del encuentro concebía una recapitulación total de los avatares de la literatura negra en Cuba. Para los comienzos del siglo XX y hasta 1969 tomó la palabra Julio Villazuso, director de programas en la emisora Radio Progreso. Lo relevó Lorenzo Lunar, quien bosquejó esas décadas del 70 y 80 donde se concretó la fórmula del “policial cubano de la Revolución”. A continuación el narrador y editor  Michel Encinosa planeó sobre los 90 y el llamado Período Especial, con su apagón casi total de la industria editorial cubana.

Ya para el cierre de este Segundo Coloquio (cuya primera cita tuvo al parecer muy poca resonancia), se hizo el lanzamiento oficial de El ocaso de los asesinos, un thriller ambientado en USA. pero de factura cubana. A su autor, Agustín García Marrero, pocos lo conocíamos antes de la convocatoria, a pesar de tener escrita ya la serie de 4 novelas titulada La Mafia en San Francisco y ser publicada esta bajo el sello “Impacto”, de reciente creación por la capitalina editorial Extramuros.

A la entusiasta gestión del propio Agustín García se debía la realización de este evento, y él mismo anunció su interés en sistematizarlo con una frecuencia semestral. Como colofón, quedó asentada la propuesta de un Tercer Coloquio, a realizarse para enero de 2015, donde el tema principal sea el análisis de la obra del autor de Herejes.

No haré un resumen de las exposiciones de cada conferencista para, en cambio, remitir a los lectores hacia un par de ensayos publicados en Isliada: “El Nuevo Cuento Policial Cubano. ¿La aguja en el pajar?” y “Diez negritos apuntes sobre la isla”, que describen cabalmente todos esos períodos. Pero sí vale la pena ampliar sobre las razones para un panorama desolador, expuestas por los distintos participantes.

Gentil asistente desde el público, Leonardo Padura reincidió en su tesis del desconocimiento por parte de lectores y escritores sobre lo mejor y más actual del género negro que se publica en el mundo, a causa del distanciamiento nacional (¿isliadamiento?) de los circuitos internacionales del libro. Leonelo Abello, sobreviviente de la generación de autores de los 80, arguyó sobre la necesidad de contacto entre los interesados en el género a través de iniciativas como la presente (a diferencia de otro subgénero como la ciencia ficción, que ha ganado espacios en los últimos tiempos merced a su congregación en talleres y eventos, los cultores del policial apenas se ven las caras). El “secuestro” del policial por la ideología oficial fue un argumento aportado por Lorenzo Lunar.

Espoleado a tributar más elementos, mi opinión introdujo las causas siguientes: la absoluta falta de un periodismo nacional sobre hechos delictivos; la pervivencia anacrónica dentro de la política cultural de un marco elitista, de “alta cultura”, que margina las literaturas de género; la casi nula presencia de sellos editoriales especializados y menos aún que estén correctamente concebidos en sus diseños de colección como para ser fácilmente distinguibles por los amantes del negro. También, la inexistencia de una revista exclusiva para el policial y la carencia de investigadores y críticos literarios que evalúen y promocionen las producciones del policial cubano, porque hasta ahora los mismos autores (Leonardo Padura, Modernidad, posmodernidad y literatura policial, Ediciones UNIÓN, 2000; Lorenzo Lunar, El que a hierro mata, Editorial Mecenas, Cienfuegos, 2013) son los que han arrostrado encima esta carga.

Con estos truenos…, como dice el refrán, poco puede esperarse que “las huestes negras” crezcan en Cuba al ritmo del marabú o al del policial más allá de los confines de la isla.

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