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Ronda de la inmundicia

Poesia. Foto por Jr Korpa en Unsplash

Foto por Jr Korpa en Unsplash

RONDA DE LA INMUNDICIA

I

Baja el sol, y las raíces emergen semejantes a un tropel de jubilados
que pasean o regresan a casa, según la pleamar.
Vienen despacio, los pies en la arena como detectores de uranio.
Suave se inclinan en el atardecer sin fuerza junto al mar
que siempre recomienza. Piden un cigarro y quieren decir:
entrepierna de muchacha/o.
La vista perdida entre las algas secas y las mujeres.
Tu mirada puede ser el tesoro de un día.

II

Si uno día y noche
vive con los brazos atados a la espalda
y la cabeza sujeta entre los pies
uno acaba cantándole a la tierra
haciéndola temblar.

Allí donde mueren a pedazos
tiran su piedra
que no asciende ni desciende.
A veces sienten alegría
como un ala que tratase de levantarlos.
La otra no es capaz de hacerlo.

III

Oikos o un día de verano: todos los bienes que un hombre posee y porta consigo se alejan oreándose en la orilla. Gris de cárcel, de casa de locos tal vez. No dejan palabras, no limpian nada. La caridad del trabajo, el placer de la caminata los atormenta.
Respiran antes de morir.

LA BARCA DE MICHAUX

I

Elegía, intentando tener constantemente presente la arbitrariedad del principio de elección. ¿Que hay detrás de un o de un esto? El espesor de una voz, la lumbre de un cuchillo, en el mejor de los casos la tibieza en el abrazo de un desconocido.
El sueño comenzaba río arriba y su tormento se dilataba en la inacabable ficción del retorno a las fuentes. No hay crines más mortíferas, no hay lugar más inane. Su desesperación se trocaba en instantánea herejía, la herejía en alquitrán tibio.
A menudo, al despertar, era incapaz de reconocer nada. Conseguía sosegarse en aguas profundas. Sólo le preocupaba la belleza de la virtualidad.

II

Había remontado la corriente del rio con la disposición del viajero que sabe de viajes inacabables, lentos, casi intemporales. (Con los chamanes había sido distinto: “bon voyage”, pudo articular su garganta, atravesando como un águila el aire quebradizo y helado hacia lo que le dijeron que era el rostro de Dios)
Al mediodía ve que se incendian las copas de los árboles y anota en el diario (la mano erra, apenas hay sentido): “el sol estalla en la copa de los árboles”.
Prosigue el viaje, la errancia. En un destello contra el agua sorprende la barba que no enmascara los belfos del ídolo negro.
Ya al final del rio (cierta quietud total le hace suponer que es el final del rio) ve que la noche suprime las copas de los árboles. (No puede anotarlo: la mano y el papel se anulan en un movimiento único)
Entonces su rostro, azaroso y veloz, se borra en la oscuridad, como si La Cuchilla Transversal De La Noche lo afeitara de un tajo.

BLUES DEL IMPERTÉRRITO

Haz como el águila o el leopardo
que no suelen reprocharse nada.
O el albatros. ¿Has visto el albatros?
Nunca piensa en la majestuosidad de su caída.

El corazón de una orca —dicen— pesa cien kilogramos
pero, en lo esencial, es “liviano como una pluma”.
Deja ya de admirarte
en el cuchillo del carnicero
como si fuera un espejo de putas.

Y si no, dime, belleza; ¿en qué banco,
en qué estación de policía
has dejado tu nombre?
¿En qué urinario?
Oh, sí, el corazón de una ballena
el corazón de una ballena es igual a mi pudor,
esa cerámica nívea y aromatizada
de los mingitorios comunales.
Ven, te lo diré otra vez: el albatros, el cetáceo,
el corazón del urinario público.

“Necesitas resistir todavía algunas horas de trabajo solitario.
Eres uno de los centinelas de la noche; ‘es necesario que
alguien vele, que alguien sea el centinela’, dice Kafka”
Gennadi Aigui

No existe lo oscuro sin ángeles. Figuras de donde no se ve, donde solo se perciben sombras y la silueta de un perro por falta de mejor visión. Se camina siempre por el filo de lo intuido, a riesgo de resbalar hasta la lucidez extrema o la locura.
¿Será nuestro resplandor lo único que puede mantener el equilibrio, una luz que se nutre de estímulos autoinducidos y lo portan en vilo, en su luminosidad?
Si debo oír el mundo amplificado, prefiero una melodía desconocida. No es ruido, sino una nitidez que asusta de tan diáfana. Igual pasa con las cosas: te imponen su presencia hasta cegarte.
Pero yo debo desplazarme, caminar por el filo a riesgo de no encontrar nada.
Y las palabras, ¿qué significan? ¿Quién las convierte en seda o estertores? ¿Son ángeles o perros? Trato de escuchar los rumores de la noche como si fuesen acordes de la eternidad.
La tristeza de los niños se parece a la de los animales.
La misma tristeza de todas las vidas involuntarias.
De pequeño aplastaba la nariz contra los cristales
como todos los niños.
Ahora mantengo cierta dignidad y una distancia.
Pero sigo deseando lo mismo.

PUZZLE

“Falta jirafa”, dice mi mujer. Faltan algunos pedazos del animal que, en el zoológico de la ciudad, sólo existió en la imaginación volitiva de sus visitantes. Yo intento conformar anatomías más cercanas, mientras absorbe su atención la paleontología de cartón y colores, bajo la luz de una lámpara que dispersa los fragmentos.
Un pensamiento brillante y una idea fija: nada hay más importante que eso. La intención, como el mamífero rumiante, es efímera. Pero de nada valdrá decir “pudo haber sido mejor”. La jirafa es trascendente de por sí, como su empeño –el de mi mujer-, aunque alguien pueda pensar que bien valdría la pena arrojar estas margaritas, esas preciosas piedras en cortiles de linaje parecido.

El viaje es la fidelidad del sedentario, que afirma en todas partes sus hábitos y sus maneras e intenta burlar, moviéndose en el espacio, la erosión del tiempo, para seguir repitiendo las cosas, los gestos familiares: dormir, sentarse a la mesa, amar, una conversación.
Entre las frases latinas que adornan una de las salas del Castello Sforzesco, hay una que celebra el lugar natural, el espíritu residente, arraigado en su propia morada y carente de la manía de abandonarla: Domi manere convenit felicibus, conviene a los felices quedarse en casa.

EL ESPIRITU DE FENIMORE

(Blues para ser tocado, únicamente,
por Miguel de Oca y Roberto Fajardo)

Mi amigo y yo dormíamos sobre el mármol
de una tumba
en un viejo cementerio bautista.
Un ángel de piedra blanca
Nos protegía con sus alas abiertas
Y con su rostro severo alejaba
La curiosidad de los protestantes.
Sin saber si era mágico o sacrílego el sueño
Un anciano llegó hasta nuestros pies
Y con la benevolencia del ángel susurró
loada sea la embriaguez
provocada por la euforia de un buen blues.
Duerman tranquilos y sigilosos
dos de mis últimos mohicanos
en esta tierra de bastardos
y boleros.

Luego trazó un signo en el aire.
¿Quién eres? Le preguntó el ángel.
Cuídalos, dijo el anciano
Y desapareció entre la hierba alta
Que cubría las lápidas
Blancas y relucientes en la madrugada
Como lunas acostadas.
Al despertar hacía frío, no había luna,
El ángel cerró sus alas.
Y regresamos a la casa del blues
En esta tierra de bastardos y boleros
Y regresamos a la casa del blues
Con plumas
En la cabeza.

BONSAI

Imagínate que eres un estanque
con peces que nadan hacia atrás
ignorando el alcance del ojo;
suponte en la rama de un ciruelo
alegrando diminuta la terraza
de alguien que no floreció;
mírate tendida en una nube
pronta a asumir la figura caprichosa
que instiga un viento autoritario.
Entonces sueña que una vez soñaste
ser un pez, un árbol, una forma indefinida:
he ahí tu contento.

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