RESURRECCIÓN
Dentro de la bañera me hundo hasta el cuello
aprieto los ojos con fuerza y me olvido de la bala,
en el frío reconozco los dolores que persiguen a la vida
e incluso soy consciente de la voluntad que tienen en su esencia
para mutilar en silencio una por una, las extremidades de la carne.
Aparece la muerta entre las cortinas
y sostiene entre sus dedos una vela encendida,
me observa con una delicadeza aterradora
y no se inmuta, pero de su boca reseca resuenan las palabras
que nunca se dijeron:
Esperé que tomaras mi mano, me pusieras los dientes
y presionaras mi pecho en el auxilio
como una muestra del respeto hacia tu ombligo,
por eso tu destino
es alcanzar el lecho que no está en este mundo
y llorar conmigo nuestra muerte.
ANTECESOR
Le escribí desde la muerte y desde la intemperie
al pequeño ángel que vivía encerrado en su cueva oscura
ya hace algunos años, para decirle:
Asumo en contra de mi deseo, ser un sirviente del naufragio,
te olvidé cuando la violencia del abandono
nos tomó a ambos por el cuello
y nos apretó tan fuerte que alcanzamos el umbral
de una vida desconocida, al otro lado de la vida.
Desde entonces, tus plumas debajo de la cama
nos impiden olvidarnos el uno del otro,
porque la necesidad de estar juntos se acrecienta
y el intenso desconcierto de no saber cómo pasó el tiempo
nos sumerge en la duda de buscarnos,
tú, el antecesor de un hueco que cada vez se hace más profundo.
HERIDA
La herida se alimenta de mi madre, se alimenta de mi padre,
se alimenta de mi cuerpo, se alimenta de los vivos a mi alrededor
y les dicta la manera correcta de callarse su presencia.
Es gris y oscura, tiene un sabor agrio y se trepa por las piernas
hasta apropiarse de todo lo que no le pertenece,
de todo lo que nunca será suyo.
Viene en la placenta, en la memoria,
engorda y enflaquece,
se esfuma con el sueño y se aparece en la madrugada
para ser reconocida y buscar entendimiento.
En la hora de su génesis
y con el cansancio de mis dientes
le hago una pregunta:
¿Cuándo dejarás libre a mi carne y a mi alma?
APAREAMIENTO
Amanece
y el dolor también despierta conmigo,
despierta la ausencia perenne de un beso que recibía
luego de abrir los ojos.
El dolor que es un portal, me transporta
hacía el lado derecho de la cama en aquella habitación
donde la ausente fumaba un cigarro, se aplicaba un tónico en la nariz
y tomaba café como una buena ermitaña;
yo sentía su calor, su respiración, su corazón latiendo
sentía como bajaba por su garganta el sorbo de café
y lloraba en silencio, se acostaba lentamente
y cerraba los ojos
como si quisiera olvidarse del mundo
como si quisiera olvidarse del dolor,
sin embargo
mientras su cuerpo muerto descansa,
su dolor y el mío se aparean
hasta multiplicarse.