Tony y los escarabajos
La luz amarillorrojiza del sol se filtraba por las gruesas ventanas de cuarzo del dormitorio. Tony Rossi bostezó, se movió un poco, abrió sus ojos negros y se incorporó al instante. De un solo movimiento apartó las sábanas y pasó los pies sobre el cálido suelo de metal. Desconectó el despertador y abrió el ropero.
El día era espléndido. El paisaje estaba inmóvil, sin que lo perturbaran vientos ni corrientes de polvo. El corazón del muchacho saltaba dentro de su pecho. Se puso los pantalones, subió la cremallera de la malla reforzada, luchó hasta ajustarse la pesada camisa de lona, y después se sentó en el borde de la litera para calzarse las botas. Cerró las costuras superiores e hizo lo mismo con los guantes. A continuación, ajustó la presión de su unidad respiratoria y la sujetó con correas entre los omóplatos. Cogió el casco que había dejado sobre la cómoda y se dispuso a iniciar el día.
Sus padres habían terminado de desayunar en el compartimento-comedor. Oyó sus voces mientras bajaba la rampa. Un murmullo airado. Se detuvo a escuchar. ¿De qué estaban hablando? ¿Había hecho algo malo otra vez?
Y entonces lo comprendió. Otra voz que dominaba las suyas. Estática y crujidos. La emisora de Rigel IV. La habían puesto a todo volumen . La voz del locutor atronaba el compartimento. La guerra. Siempre la guerra. Suspiró y entró en el compartimento.
—Buenos días —murmuró su padre.
—Buenos días, querido —dijo su madre, como ausente.
Estaba sentada con la cabeza vuelta a un lado, la frente surcada por arrugas de concentración. Sus labios delgados formaban una línea apretada que delataba preocupación. Su padre había apartado los platos sucios y fumaba, los codos apoyados sobre la mesa, con los peludos y musculosos brazos al aire. Toda su atención estaba concentrada en el altavoz que tronaba sobre el fregadero.
—¿Cómo va? —preguntó Tony. Ocupó su silla y alargó la mano de forma automática hacia las toronjas sintéticas—. ¿Alguna noticia de Orión?
Nadie respondió. Ni siquiera lo habían oído. Empezó a comerse la toronja. Ruidos indicadores de actividad se escuchaban en el exterior de la pequeña unidad de alojamiento, hecha de plástico y metal. Gritos y estampidos ahogados, procedentes de los camiones de mercaderes rurales que se arrastraban por la autopista hacia Karnet. La luz rojiza del día aumentó de intensidad. Betelgeuse ascendía con lentitud y majestuosidad.
—Bonito día—dijo Tony—. Ni una pizca de viento. Creo que iré un rato al centro. Estamos construyendo un espaciopuerto, una maqueta, por supuesto, pero hemos conseguido obtener suficientes materiales para poner tiras de…
Su padre lanzó un salvaje alarido y descargó el puño sobre el altavoz. La transmisión enmudeció al instante.
—¡Lo sabía! —se levantó de la mesa, enfurecido—. Les dije que ocurriría. Se fueron demasiado pronto. Antes tenían que haber construido bases de aprovisionamiento de clase A.
—Pero nuestra flota principal ha salido de Bellatrix para intervenir —la madre de Tony manoteó, nerviosa—. Según el resumen de anoche, lo peor que puede pasar es que Orión IX y X caigan.
Joseph Rossi lanzó una áspera carcajada.
—A la mierda el resumen de anoche. Saben tan bien como yo lo que está pasando.
—¿Y qué está pasando’? —preguntó Tony, mientras apartaba la toronja y se servía cereales—. ¿Estamos perdiendo la batalla?
—¡Sí! —su padre torció los labios— terrestres, derrotados por… escarabajos. Se los dije, pero no pudieron esperar. Dios mío, diez años desperdiciados en este sistema. ¿Por qué tuvieron que apresurarse? Todos sabíamos que Orión seria difícil. Toda la maldita flota de escarabajos nos había rodeado, esperándonos. Y nos lanzamos contra ella.
—Pero nadie pensaba que los escarabajos lucharían —protestó sin convicción Leah Rossi—. Todo el mundo pensó que dispararían unos cuantos rayos y luego…
—¡Tienen que luchar! Orión es el último baluarte. Si no luchan aquí, ¿dónde coño van a hacerlo? Pues claro que luchan. Hemos capturado todos sus planetas, excepto el anillo interior de Orión. Si hubiéramos construido bases de aprovisionamiento fuertes, habríamos hecho trizas la flota de escarabajos.
—No digas «escarabajos» —murmuró Tony, mientras terminaba sus cereales—. Son pas-udeti, lo mismo que aquí. La palabra «escarabajo» proviene de Betelgeuse. Es una palabra árabe que nosotros mismos inventamos.
La boca de Joe Rossi se abrió y cerró.
—¿Qué pasa, te gustan los escarabajos?
—Joe, por el amor de Dios —lo reprendió Leah. Rossi se encaminó a la puerta.
—Si tuviera diez años menos, estaría ahí fuera. ¡Les enseñaría lo que es bueno a esos insectos de caparazón brillante! A ellos y a sus cascarones de nuez. ¡Cargueros reconvertidos! —echaba chispas por los ojos—. Cuando pienso que están disparando contra los cruceros terranos, con nuestros chicos dentro…
—Orión es su sistema—murmuró Tony.
—¡Su sistema! ¿Desde cuándo eres una autoridad en materia de ley especial? Debería… —se interrumpió, estremecido de cólera—. Mi propio hijo —masculló—. Una estupidez más y te arreo una que no podrás sentarte en toda la semana.
Tony empujó su silla hacia atrás.
—Me voy a Karnet con mi EEP.
—¡Sí, a jugar con tus escarabajos!
Tony no dijo nada. Se puso el casco y lo aseguró con las abrazaderas. Mientras pasaba por la puerta posterior a la membrana de enlace, desenroscó el tapón de oxígeno y conectó el filtro del depósito. Un acto reflejo, condicionado por toda una vida pasada en un planeta de un sistema extraterrestre.
*
Una leve corriente de aire agitó polvo rojo amarillento alrededor de sus botas. El sol arrancaba destellos del tejado metálico de su unidad de alojamiento, una más entre las interminables filas de cajas cuadradas que se extendían a lo largo de la pendiente arenosa, protegidas por las numerosas instalaciones para refinamiento de minerales que se recortaban contra el horizonte. Hizo un ademán de paciencia y su EEP salió del cobertizo de almacenamiento. El sol se reflejó sobre su chapa de cromo.
—Nos vamos a Karnet —dijo Tony, adoptando sin darse cuenta el dialecto de los pas—. ¡De prisa!
El EEP se situó detrás de él y se encaminaron sin más hacia la mercado. Se veían pocos comerciantes. Era un buen día para ir al mercado. Solo se podía viajar durante una cuarta parte del año. Beltegeuse era un sol errático, imprevisible, en nada parecido al Sol terrano, según las educacintas que pasaban a Tony cuatro horas al día, seis días a la semana. De hecho, él jamás había visto el Sol.
Llegó a la ruidosa carretera. Había pas-udeti por todas partes. Grupos compactos, con sus primitivos camiones de combustión, destartalados y sucios, cuyos motores protestaban y chirriaban. Movió la mano en dirección a los camiones. Al cabo de un momento, uno de los vehículos aminoró la marcha. Iba abarrotado de tis, montones de verduras grises, secas y preparadas para servir. El elemento principal de la dieta pas-udeti. Tras el volante se acomodaba un pas de edad avanzada y rostro oscuro, con un brazo apoyado en la ventanilla abierta y una hoja enrollada entre los labios. Era como los demás pas-udeti: flaco y con caparazón, embutido en una vaina quebradiza en la que vivía y moría.
—¿Quieres que te lleve? —murmuró el pas.
Era el protocolo acostumbrado cuando se topaban con un terrícola que iba a pie.
—¿Hay sitio para mi EEP?
El pas hizo un ademán de indiferencia con su garra.
—Que corra detrás —una expresión sardónica se dibujó en su rostro viejo y feo—. Si llega a Karnet, lo venderemos como chatarra. Aprovecharemos los condensadores y los cables. Vamos escasos de material eléctrico.
—Lo sé —afirmó con gravedad Tony, mientras trepaba a la cabina del camión—. Todo ha sido enviado a la gran base de reparaciones de Orión I. Para la flota de guerra. El rostro correoso perdió su expresión alegre—. Sí, la flota de guerra.
Apartó la cabeza y puso en marcha el camión. En la parte trasera, el EEP de Tony había tropezado con la carga de tis y se aferraba precariamente con sus cabos magnéticos.
Tony reparó en el súbito cambio de humor del pas-udeti, y se quedó asombrado. Se disponía a hablar de nuevo con él, pero se dio cuenta del extraño silencio que guardaban los pas de los demás camiones que los precedían o seguían. La guerra, por supuesto. Había barrido este sistema un siglo antes; esta gente había quedado olvidada. Ahora, todos los ojos estaban fijos en Orión, en la batalla librada entre la flota militar terrana y los cargueros armados de los pas-udeti.
—¿Es verdad que van ganando? —preguntó Tony con cautela.
El pas gruñó.
—Hemos oído rumores.
Tony reflexionó unos momentos.
—Mi padre dice que Terra se precipitó. Dice que teníamos que habernos consolidado. No construimos las bases de aprovisionamiento adecuadas. Cuando era más joven, fue oficial. Estuvo dos años en la flota.
El pas permaneció unos instantes en silencio.
—Es cierto que, cuando te encuentras lejos de casa, el aprovisionamiento es un gran problema —dijo por fin—. Nosotros, por otra parte, no tenemos ese problema. No debemos salvar ninguna distancia.
—¿Conoces a alguien en el frente?
—Tengo parientes lejanos.
La respuesta era vaga; era evidente que al pas no le gustaba hablar del tema.
—¿Has visto alguna vez tu flota?
—Tal como es ahora, no. Cuando este sistema cayó derrotado, la mayoría de nuestras unidades fueron destruidas. Los supervivientes se unieron a la flota de Orión.
—¿Tus parientes se contaban entre los supervivientes?
—Exacto.
—Entonces, ¿estabas vivo cuando conquistaron este planeta?
—¿Por qué lo preguntas? —replicó con furia el viejo pas—. ¿Qué más te da a ti?
Tony se asomó por la ventanilla y vio que los muros y edificios de Karnet se alzaban ante ellos. Karnet era una ciudad antigua. Se había erigido miles de años antes. La civilización pas-udeti era estable; había alcanzado cierto nivel de desarrollo tecnocrático, para estancarse a continuación. Los pas poseían naves intersistemas que habían transportado gente y mercancías entre los planetas durante los días anteriores a la Confederación Terrana. Tenían coches de combustión, audiófonos, una red energética de tipo magnético. Sus instalaciones sanitarias eran satisfactorias y su medicina muy avanzada. Poseían formas de arte, conmovedoras y sensibles. Tenían una vaga religión.
—¿Quién crees que ganará la batalla? —preguntó Tony.
—No lo sé —el viejo pas detuvo el camión de repente—. Hasta aquí hemos llegado. Sal y llévate a tu EEP, por favor.
—Tony se encogió, sorprendido.
—¿Pero no ibas…?
—¡Ni un metro más!
Tony abrió la puerta. Estaba algo inquieto. Había una expresión dura y fija en el rostro correoso, y en su voz vibraba un tono cortante que nunca había oído.
—Gracias —murmuró.
Saltó al polvo rojizo y llamó al EEP con una señal. El robot liberó sus cabos magnéticos, y el camión arrancó con gran estrépito, penetrando en la ciudad.
Tony lo vio alejarse, todavía perplejo. El caliente polvo se pegó a sus tobillos. Movió los pies y se sacudió los pantalones de forma automática. Sonó un bocinazo y el EEP lo apartó de la carretera y lo condujo hacia la rampa peatonal. Enjambres de pas-udeti, interminables filas de campesinos se dirigían a Karnet como cada día. Un inmenso autobús se detuvo ante el portal y descargó pasajeros. Pas de ambos sexos, y niños. Reían y chillaban; sus voces se fundían con el rumor sordo de la ciudad.
—¿Vas a entrar? —una aguda voz pas-udeti resonó a su espalda—. No te pares, estás bloqueando la rampa.
Era una joven que sostenía un gran bulto entre sus garras. Tony se sintió violento. Las mujeres pas poseían cierto don telepático, una característica de su sexualidad. Obraba efecto en los terrestres a distancias cortas.
—Échame una mano —dijo la hembra.
Tony cabeceó y el EEP cogió el pesado bulto.
—Vengo de visita a la ciudad —explicó Tony, mientras avanzaban entre la multitud hacia las puertas—. Me recogió un camión, pero el conductor me bajó aquí.
—¿Eres de la colonia?
—Sí.
Ella le dirigió una mirada crítica.
—Siempre has vivido aquí, ¿verdad?
—Nací aquí. Mi familia llegó de la Tierra cuatro años antes de que yo naciera. Mi padre era oficial de la flota. Consiguió una Prioridad de Emigración.
—Eso quiere decir que nunca has visto tu planeta. ¿Cuántos años tienes?
—Diez años. Terranos.
—No tendrías que haber hecho tantas preguntas al camionero.
Pasaron el filtro de descontaminación y entraron en la ciudad. Había un panel informativo más adelante, rodeado de hombres y mujeres pas. Rampas móviles y coches de transporte retumbaban por todas partes. Edificios, cintas transportadoras y máquinas que funcionaban al aire libre; la ciudad estaba encerrada en una envoltura protectora a prueba de polvo. Tony se quitó el casco y lo colgó del cinturón. El aire era enrarecido, artificial, pero respirable.
—Voy a decirte algo —continuó la joven, mientras subía la rampa al lado de Tony—. Me pregunto si has venido a Karnet en un día intempestivo. Sé que vienes con frecuencia para jugar con tus amigos, pero tal vez hoy deberías haberte quedado en casa, en tu colonia.
—¿Por qué?
—Porque hoy todo el mundo está de mal humor.
—Lo sé. Mi madre y mi padre estaban de mal humor. Escuchaban las noticias de nuestra base en el sistema de Rigel.
—No me refiero a tu familia. También las escuchaba otra gente. La gente de aquí. Mi raza.
—Ya sé que están disgustados —admitió Tony—, pero siempre vengo aquí. En la colonia no puedo jugar con nadie y, en cualquier caso, estamos trabajando en un proyecto.
—La maqueta de un espaciopuerto.
—Exacto —Tony experimentó cierta envidia—. Ojalá fuera telépata. Debe de ser divertido.
La hembra pas-udeti guardó silencio, absorta en sus pensamientos.
—¿Qué pasaría si tu familia se marchara y regresara a la Tierra? —preguntó.
—Eso es imposible. En la Tierra no hay sitio. Las bombas C destruyeron la mayor parte de Asia y América del Norte en el siglo veinte.
—¿Y si tuvieran que regresar?
Tony no comprendió la pregunta.
—Si no podemos. Las partes habitables de la Tierra están superpobladas. El principal problema que tenemos los terranos es encontrar sitios donde vivir, en otros sistemas. En cualquier caso, no tengo ganas de ir a la Tierra. Estoy acostumbrado a esto. Todos mis amigos están aquí.
—Cogeré mis paquetes —dijo la hembra—. Me voy por esta rampa del tercer nivel.
Tony cabeceó en dirección a su EEP y este depositó los bultos en las garras de la hembra. Esta vaciló un momento, como si intentara encontrar las palabras precisas.
—Buena suerte —dijo.
—¿En qué?
La hembra sonrió casi con ironía.
—En tu maqueta de espaciopuerto. Espero que tú y tus amigos consigan acabarIa.
—Pues claro que la terminaremos —dijo Tony, sorprendido—. Casi lo está.
¿Qué quería decir aquella pas-udeti?
La hembra se alejó antes de que pudiera preguntárselo. Tony estaba preocupado, indeciso, acosado por las dudas. Al cabo de un momento pasó a la cinta que conducía a la parte residencial de la ciudad, más allá de las fábricas y las tiendas, el lugar donde vivían sus amigos.
El grupo de niños pas-udeti lo miró en silencio cuando se acercó. Estaban jugando a la sombra de un inmenso bengelo, cuyas viejas ramas caían y oscilaban al compás de las corrientes de aire que se bombeaban en la ciudad. Se quedaron inmóviles.
—No te esperaba hoy —dijo B’prith, con voz inexpresiva. Tony se detuvo, sin saber qué hacer, y su EEP le imitó.
—¿Cómo va todo?—murmuró.
—Bien.
—Hice una parte del trayecto en camión.
Tony se acuclilló a la sombra. Ningún niño pas se movió. Estos eran más pequeños que los niños terranos. Sus caparazones aún no se habían endurecido, no se habían vuelto oscuros y opacos, como el cuerno. Esto los dotaba de una apariencia suave, informe, pero al mismo tiempo aligeraba su peso. Se movían con más agilidad que sus mayores; aún podían saltar y brincar. Sin embargo, ahora estaban quietos.
—¿Qué paso? —preguntó Tony—. ¿Qué les pasa a todos?
Nadie contestó.
—¿Dónde está la maqueta? —insistió—. ¿Han continuado trabajando?
Al cabo de un momento, Llyre cabeceó levemente. Tony empezó a enfadarse.
—¡Digan algo! ¿Qué paso? ¿Por qué están enfadados?
—¿Enfadados? —coreó B’prith—. No estamos enfadados.
Tony removió la arena por hacer algo. Ya sabía lo que pasaba. La guerra, una vez más. La batalla que tenía lugar cerca de Orión. Su rabia estalló de repente.
—Olviden la guerra. Todo iba bien ayer, antes de la batalla.
—Claro —dijo Llyre—. Todo iba bien.
Tony captó su tono seco.
—Ocurrió hace cien años. No es culpa mía.
—Claro —dijo B’prith.
—Esto es mi patria, ¿no? Tengo los mismos derechos que cualquiera. Nací aquí.
—Claro —repitió Llyre, en tono indiferente. Tony apeló a su amistad.
—¿Tienen que comportarse así? Ayer era diferente. Ayer estuve aquí… Todos estuvimos aquí. ¿Qué ha pasado desde entonces?
—La batalla —contestó B’prith.
—¿Y eso qué más da? ¿Por qué lo cambia todo? Siempre hay guerra. Siempre ha habido batallas, hasta donde alcanzan mis recuerdos. ¿Cuál es la diferencia?
B’prith arrancó un trozo de tierra con sus fuertes garras. Al cabo de unos segundos lo tiró lejos y se puso poco a poco en pie.
—Bien —dijo, en tono pensativo—, según nuestra emisora de radio, da la impresión de que nuestra flota va a ganar esta vez.
—Sí —admitió Tony, sin comprender—. Mi padre dice que no construimos las bases de aprovisionamiento adecuadas. Es probable que debamos retroceder a —y entonces todo quedó claro—. ¿Quieres decir que por primera vez en cien años…?
—Si—respondió Llyre, y también se levantó. Los demás lo imitaron. Se alejaron de Tony, hacia la casa cercana—. Estamos ganando. Forzaron el flanco terrano hace media hora. El ala derecha de ustedes ha sido desmantelada por completo.
Tony se quedó de una pieza.
—Y eso es importante. Es importante para todos ustedes.
—¡Importante! —saltó B’prith, enfurecido—. ¡Claro que es importante! Por primera vez, en un siglo. La primera vez en nuestra vida que los vencemos. Huyen a la desbandada, pandilla de… —casi escupió la palabra— … ¡gusanos blancos!
Desaparecieron en el interior de la casa. Tony siguió sentado. Contempló la tierra, atontado; después movió las manos sin objeto. Había oído antes la expresión, la había visto garrapateada en las paredes y en el polvo, cerca de la colonia. Gusanos blancos. El término despectivo con que los pas se referían a los terranos. A causa de su piel blanca y blanda, la falta de caparazones duros. Sin embargo, nunca se habían atrevido a pronunciarla en voz alta delante de un terrano.
A su lado, el EEP se agitó, inquieto. Su complejo mecanismo de radio percibía el ambiente hostil. Relés automáticos se conmutaron; los circuitos se abrieron y cerraron.
—No pasa nada —murmuró Tony, y se reincorporó sin prisa—. Será mejor que regresemos.
Caminó con paso inseguro hacia la rampa, aturdido. El EEP le precedió con calma, su rostro metálico inexpresivo y confiado, sin sentir nada, sin decir nada. La cabeza de Tony era un remolino de pensamientos. La agitó, pero el huracán no amainó. No conseguía calmar su mente, doblegarla.
—Espera un momento—dijo una voz.
Era la voz de B´prith, desde la puerta abierta. Fría y contenida, casi desconocida.
—¿Qué quieres?
B’prith se acercó, las garras enlazadas a la espalda, la postura formal utilizada por los pas-udeti para hablar con desconocidos.
—Hoy no tenías que haber venido.
—Lo sé.
B’prith sacó un trozo de su tallo de tis y empezó a enrollarlo. Fingió concentrarse en el trabajo.
—Escucha, dijiste que tenías derecho a estar aquí, pero te equivocas.
—Yo… —murmuró Tony.
—¿Entiendes el motivo? Dijiste que no era culpa tuya. Yo opino lo mismo, pero tampoco es culpa mía. Tal vez no sea culpa de nadie. Hace mucho tiempo que te conozco.
—Cinco años. Terranos.
B’prith enderezó el tallo y lo tiró.
—Ayer jugamos juntos. Trabajamos en la maqueta del espaciopuerto. Pero hoy no podemos jugar. Mi familia no quiere verte nunca más por casa —titubeó, sin mirar a Tony—. Quería decírtelo yo, antes que ellos.
—Ah.
—Todo lo que ha ocurrido hoy, la batalla, el éxito de nuestra flota… No lo sabíamos. No nos atrevíamos a abrigar la menor esperanza. ¿Lo entiendes? Un siglo huyendo. Primero de este sistema, después del sistema Rigel, de todos los planetas. Luego, de las demás estrellas de Orión. Hemos librado batallas aisladas, un poco en todas partes. Los que huyeron se unieron a la base de Orión. Ustedes no lo sabían. Sin embargo, no había esperanza; al menos, nadie pensaba que la hubiera —se produjo un momento de silencio—. Es curioso lo que ocurre cuando estás acorralado contra una pared, y no hay otro lugar al que puedas ir. En esos casos, hay que luchar.
—Si nuestras bases de aprovisionamiento… —empezó Tony con voz ronca, pero B’prith lo interrumpió con brusquedad.
—¡Sus bases de aprovisionamiento! ¿Es qué no lo entiendes? ¡Les estamos dando una paliza! Ahora tendrán que largarse. Todos los gusanos blancos. ¡Fuera del sistema!
El EEP de Tony avanzó con aire amenazador. B’prith se dio cuenta. Se agachó, cogió una piedra y la tiró contra el EEP. La piedra rebotó en la superficie metálica. B’prith cogió otra piedra. Llyre y los demás salieron a toda prisa de la casa, seguidos de un pas adulto. Todo sucedía a demasiada velocidad. Más piedras se estrellaron contra el EEP. Una alcanzó a Tony en el brazo.
—¡Vete! —chilló B’prith—. ¡No vuelvas! ¡Este es nuestro planeta —sus garras se clavaron en Tony—. Te despedazaremos si…
Tony lo golpeó en el pecho. El suave caparazón cedió como si fuera de goma y el pas cayó al suelo, lanzando fuertes gemidos y chirridos.
—Escarabajo —dijo Tony con voz ronca.
Estaba aterrorizado. Una multitud de pas-udeti se había concentrado a gran velocidad. Surgían de todos lados, rostros hostiles, sombríos y coléricos, una creciente oleada de furor.
Llovieron más piedras Algunas se estrellaron contra el EEP, otras cayeron alrededor de Tony, cerca de sus botas. Una rozó su cara. Se colocó el casco. Estaba asustado. Sabía que el EEP ya había enviado la señal, pero la nave tardaría unos minutos en llegar. Además, había que proteger a otros extraterrestres en la ciudad. Había terrestres por todo el planeta. En otras ciudades. En los veintitrés planetas de Betelgeuse. En los catorce planetas de Rigel. En los otros planetas de Orión.
—Hemos de salir de aquí —susurró al EEP—. ¡Haz algo!
Una piedra lo alcanzó en el casco. El plástico se rompió. Se escapó aire, pero el sellado automático funcionó. No cesaban de caer piedras. Los pas se aproximaban, una masa vociferante de seres quitinosos. Percibió su acre olor a insecto, oyó el chasquido de sus garras, notó su peso.
El EEP lanzó su rayo energético. El rayo describió una amplia curva y se dirigió hacia la muchedumbre de pas-udeti. Hicieron aparición toscas armas manuales. Una lluvia de balas cayó alrededor de Tony; estaban disparando contra el EEP. Apenas era consciente del cuerpo metálico erguido a su lado. Un repentino estruendo: el EEP se derrumbó. La muchedumbre se lanzó sobre él, ya no pudo ver el bulto metálico.
La muchedumbre, como un animal enloquecido, descuartizó al EEP, que se revolvió en vano. Algunos le aplastaron la cabeza; otros arrancaron piezas y partes de los brazos. El EEP se quedó inmóvil. La multitud, jadeante, con restos de robot en la mano, se apartó. Vieron a Tony.
Cuando los primeros estaban a punto de cogerlo, la envoltura protectora se rompió. Una nave terrana descendió como una furia y barrió el suelo con rayos energéticos. La masa se disolvió en total confusión Algunos dispararon, otros tiraron piedras, la mayoría buscó refugio.
Tony consiguió serenarse y avanzó con paso vacilante hacia el punto en que había aterrizado la nave.
*
—Lo siento —dijo Joe Rossi con dulzura. Tocó el hombro de su hijo—. No tendría que haberte dejado ir. Debí figurármelo.
Tony estaba sentado en la butaca de plástico. Se mecía adelante y atrás, aún pálido del susto. La nave que lo había rescatado había regresado de inmediato a Karnet. Tenían que sacar a los demás terrestres. El muchacho no decía nada. Tenía la mente en blanco. Aún oía el rugido de la multitud, percibía su odio, un siglo de furia y rencor reprimidos. Sus recuerdos no abarcaban otra cosa; todo seguía vivo en su memoria, incluso ahora. Y la visión del EEP caído, el sonido metálico de las piernas y brazos a medida que eran arrancados.
Su madre curó sus cortes y rasguños con un antiséptico. Joe Rossi encendió un cigarrillo con mano temblorosa.
—Si no te hubiera acompañado el EEP, te habrían matado. Escarabajos —se estremeció—. No debí dejarte ir, nunca. Todos estos años… Podrían haberlo hecho en cualquier momento, cualquier día. Apuñalarte, destriparte con sus asquerosas garras.
El sol amarillo rojizo arrancaba destellos de los cañones. Sordas detonaciones despertaban ecos en las colinas circundantes. El anillo defensivo había entrado en acción. Formas oscuras corrían por la ladera de la pendiente. Manchas negras salían de Karnet en dirección a la colonia terrana, atravesaban la línea divisoria que los supervisores de la Confederación hablan trazado un siglo antes. Karnet bullía de actividad. Toda la ciudad era presa de un entusiasmo febril.
Tony levantó la cabeza.
—Han… han forzado nuestro flanco.
—Sí —Joe Rossi aplastó su cigarrillo—. Ya lo creo. A la una. A las dos rompieron el centro de nuestra línea. Partieron la flota en dos. Huimos. Nos fueron cazando de uno en uno. Son como maníacos, carajo. Ahora que han probado el sabor de nuestra sangre, han enloquecido.
—La situación mejora—murmuró Leah—. Las unidades de nuestra flota principal están empezando a intervenir.
—Acabaremos con ellos —dijo Joe—. Tardaremos un tiempo, pero por Dios que los borraremos del espacio. Hasta el último de ellos. Aunque tardemos mil años. Seguiremos a todas y cada una de las naves. Los cazaremos a todos —su voz adquirió un tono de histeria—. ¡Escarabajos! ¡Repugnantes insectos! Cuando pienso en ellos intentando hacer daño a mi chico, con sus asquerosas garras negras.
—Si fueras más joven, estarías en el frente —dijo Leah—. No es culpa tuya que seas demasiado viejo. La tensión sería demasiado fuerte para tu corazón. Ya cumpliste tu cometido. No pueden permitir que una persona mayor corra el riesgo. No es culpa tuya.
Joe apretó los puños.
—Me siento tan… inútil. Si pudiera hacer algo…
—La flota se ocupará de ellos —lo calmó Leah—. Tú mismo lo has dicho. Los cazarán a todos. Los destruirán. No hay por qué preocuparse.
Joe se derrumbó.
—Es inútil. Ya basta. Dejemos de engañarnos.
—¿Qué quieres decir?
—¡Seamos francos! Esta vez no vamos a ganar. Hemos ido demasiado lejos. Nuestra hora ha llegado.
Se hizo el silencio.
Tony se incorporó un poco.
—¿Cuándo lo supiste?
—Lo sé desde hace mucho tiempo.
—Yo lo he averiguado hoy. Al principio, no lo entendía. Vivimos en una tierra robada. Nací aquí, pero es una tierra robada.
—Sí, es robada. No nos pertenece.
—Estamos aquí porque somos más fuertes, solo que ahora ya no lo somos. Nos están derrotando.
—Saben que es posible liquidar a los terranos. Como a todo el mundo —Joe Rossi estaba pálido—. Les robamos sus planetas. Ahora, los están recuperando. Tardarán un tiempo, desde luego. Nos iremos retirando poco a poco. Tardaremos otros cinco siglos. Hay muchos sistemas entre este y Sol.
Tony movió la cabeza, aún sin comprender.
—Incluso Llyre y B’prith. Todos. Esperaban que llegara su momento. Que perdiéramos y nos marcharámos a nuestro lugar de origen.
Joe Rossi paseaba de un lado a otro.
—Sí, a partir de ahora retrocederemos. Cederemos terreno, en lugar de conquistarlo. Será como hoy… Combates perdidos, retiradas y cosas peores.
Levantó sus ojos febriles hacia el techo de la pequeña unidad de alojamiento, el rostro descompuesto.
—¡Pero, por Dios, haremos que paguen caro! ¡Por cada centímetro!
FIN
Philip K. Dick. Escritor estadounidense, estudió algunos años en la Universidad de Berkeley, aunque tras cursar varias asignaturas no llegó a licenciarse. Allí fue donde Dick se aficionó a la música y la radio, descubriendo el ambiente contracultural americano, en aquellos años dominado por el movimiento beat, escribiendo sus primeros relatos.
De hecho, Dick es muy conocido por su maestría dentro del campo del relato de ciencia ficción, donde plasmó gran parte de sus inquietudes y obsesiones. Además, fue autor de varias novelas de gran importancia dentro del género en los años 70, como Sueñan los androides con ovejas eléctricas -que fue llevada al cine con el título de Blade Runner-, Una mirada a la oscuridad, Paycheck, Ubik o Fluyan mis lágrimas dijo el policía.
Pese al premio Hugo de 1963, Dick fue considerado en vida como un autor de culto y poco conocido para el gran público. Sus obras no le permitieron una independencia económica solvente pese a los más de 120 relatos que llegó a publicar. Contó con el apoyo y reconocimiento de la mayoría de autores de género de ciencia ficción de su época. Hoy en día es considerado como uno de los escritores del siglo XX más adaptados al cine y la televisión, con recientes estrenos como El hombre en el castillo, serie producida por Amazon en 2015.
La última parte de su obra escrita estuvo muy influida por una serie de visiones que, unidos a ciertos problemas psicológicos, le hicieron creer que estaba en contacto con una entidad divina a la que llamó SIVAINVI -VALIS-. En sus últimos años, Dick mostró síntomas de una paranoia aguda, obsesión que se ve también reflejada en obras como Una mirada a la oscuridad.
Philip K. Dick murió el 2 de marzo de 1982 en Santa Ana.