Dos personas delicadas
Graham Greene
Estaban sentados en silencio en un banco del Pare Monceau. Era una prometedora tarde de principios de verano. Una brisa ligera empujaba algunas nubecillas blancas en el cielo. En cualquier momento soplaría el viento y el cielo quedaría totalmente limpio y azul...
Esperando
Osamu Dazai
Todos los días voy a la pequeña estación de tren a buscar a alguien. Quién es ese alguien, no lo sé. Siempre paso por ahí después de hacer las compras en el mercado. Me siento en una fría banca, pongo la cesta de las compras sobre mis rodillas, y miro abstraídamente hacia los molinetes...
También los niños son población civil
Heinrich Böll
-No puede ser -gruñó el centinela. -¿Por qué? -pregunté. -Porque está prohibido. -¿Por qué está prohibido? -Porque está prohibido, tú, está prohibido que los pacientes salgan. -Pero yo -dije con orgullo- soy un herido...
Del que no se casa
Roberto Arlt
Yo me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. ¿Quién es el audaz que se casa con las cosas como están hoy? Yo hace ocho años que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de casarse “debe conocerse” o conocer al otro, mejor dicho...
Delicadeza de langosta
Charles Bukowski
—¡Qué cojones! —dijo él—. Estoy harto de pintar. Vámonos por ahí. Estoy harto del olor de la pintura, estoy harto de ser grande. Estoy harto de esperar la muerte. Vámonos por ahí...
El espejo
Alphonse Daudet
Al Norte, a orillas del Nieman, ha llegado una pequeña criolla de quince años, blanca y rosa como una flor de almendro. Viene del país de los colibríes, la trae el viento del amor…
El mentiroso
Elena Garro
El camión Flecha Roja iba muy aprisa cruzando campos verdes. Cuando se detuvo junto a unos árboles le dije a mi mamá: «Voy a hacer de las aguas», y ella dijo: «Ve»...
Ajenjo
Rafael Barrett
Tres dedos de ajenjo puro —tres mil millones de espacios de ensueño. El espíritu se desgarra sin dolor, se alarga suavemente en puntas rápidas hacia lo imposible. El espíritu es una invasora estrella de llama de alcohol fatuo. Libertad, facilidad sublime. El mundo es un espectro armonioso, que ríe con gestos de connivencia...
La madre de Ernesto
Abelardo Castillo
Si Ernesto se enteró de que ella había vuelto (cómo había vuelto), nunca lo supe, pero el caso es que poco después se fue a vivir a El Tala, y, en todo aquel verano, solo volvimos a verlo una o dos veces. Costaba trabajo mirarlo de frente...
Los cinco ratones blancos
Stephen Crane
Freddie preparaba una bebida. El largo agitador en su mano daba vueltas con lentitud, y el hielo, como reloj barato, percutía en el vaso. Un tahúr, un gran potentado, un maquinista y el agente de un enorme sindicato de Estados Unidos jugaban a las cartas al otro lado de la ventana...
El cómplice secreto
Joseph Conrad
A mano derecha se veían unas estacas de pesca parecidas a un extraño sistema de vallas de bambú; estaban a medio sumergir y resultaban un tanto incomprensibles en aquella división que marcaban sobre un mar de peces tropicales...
El beso de Salomy Jane
Bret Harte
Solo un tiro había sido disparado. No dio en el blanco —el cabecilla de los Vigilantes— y dejó a Red Pete, que lo había disparado, cubierto por sus rifles y a su merced. Pues su mano estaba acalambrada por mucho cabalgar y su ojo distraído por el repentino ataque, y así había llegado el fin inevitable...
El elemento humano
W. Somerset Maugham
Siempre he ido a Roma en pleno verano. En los meses de agosto y septiembre, de paso para un sitio u otro, me quedo un par de días en la ciudad y vuelvo a ver lugares y cuadros a los que van asociados gratos recuerdos de mi vida. En tal época del año hace mucho calor y los habitantes de Roma pasan el interminable día paseándose de un extremo a otro del Corso...
Tierra extraña
Edmond Hamilton
El muerto estaba de pie en un pequeño claro iluminado por la luna en mitad de la jungla, donde Farris lo había encontrado. Era un hombrecillo aceitunado vestido con una tela de algodón blanca. Un miembro típico de las tribus laosianas de aquella tierra de nadie, en plena Indochina...
Esto sí que no podía esperarse
Eduardo Mallea
Por una coincidencia, o por un azar, Apestain se halló en posesión del dato. El dato decía poca cosa. Apenas cuatro líneas, escritas con letra grande. Su importancia resaltaba de que era fidedigno: “La mujer de Escamídez se acuesta todas las tardes con Aláez en el departamento de Aláez”. Luego un domicilio y una cruz...
El lobanillo desaparecido
Osamu Dazai
Este anciano vivía a los pies del monte Tsurugi en la provincia de Awa, en la isla de Shikoku. Por lo menos, eso es lo que parece, aunque no hay ningún fundamento concreto para asegurar que así fuera...
Lo que su esposo no hacía
Yasunari Kawabata
«Comienzo por la oreja. Sigo por las cejas. Y después…». A medida que Junji fue imaginando el orden de los besos que le daría esa noche, las diferentes partes de la señora Kiriko se le fueron representando una por una...
En el bote
J. D. Salinger
Era un poco más de las cuatro de la tarde de un veranito de San Juan. Unas quince o veinte veces, desde el mediodía, Sandra, la criada, se había apartado de la ventana de la cocina que daba al lago, con la boca apretada en un gesto de disgusto...
Una casa en la llanura
E. L. Doctorow
Mamá dijo que de ahí en adelante yo debía ser su sobrino y que la llamara tía Dora. Dijo que nuestra fortuna dependía de que ella no tuviera un hijo de dieciocho años que aparentaba más bien veinte. Di tía Dora, dijo. Lo dije. No quedó satisfecha...
La Bella Durmiente del bosque
Charles Perrault
Había una vez un rey y una reina que estaban tan afligidos por no tener hijos, tan afligidos que no hay palabras para expresarlo. Fueron a todas las aguas termales del mundo; votos, peregrinaciones, pequeñas devociones, todo se ensayó sin resultado...