Benedictino
Leopoldo Alas (Clarín)
Don Abel tenía cincuenta años, don Joaquín otros cincuenta, pero muy otros: no se parecían a los de don Abel, y eso que eran aquellos dos buenos mozos del año sesenta, inseparables amigos desde la juventud, alegre o insípida, según se trate de don Joaquín o de don Abel...
El amor tomado del natural
Enrique Jardiel Poncela
La mesa de al lado estaba vacía. Pero estuvo vacía poco tiempo. Porque una mujer joven y elegante entró en el café, miró a su alrededor, dio unos pasos, vaciló, se detuvo, dudó y, por fin, vino a sentarse a la mesa de al lado. La dama se ceñía con un abrigo negro, y llevaba debajo del abrigo dieciocho gramos de vestido verde...
Confesión encontrada en una prisión de la época de Carlos II
Charles Dickens
Tenía el grado de teniente en el ejército de Su Majestad y serví en el extranjero en las campañas de 1677 y 1678. Concluido el tratado de Nimega, regresé a casa y, abandonando el servicio militar, me retiré a una pequeña propiedad situada a escasos kilómetros al este de Londres, que había adquirido recientemente por derechos de mi esposa...
A campo traviesa en la nieve
Ernest Hemingway
El funicular se detuvo después de recorrer otro trecho. No podía seguir más allá, ya que la nieve estaba amontonada sólidamente entre los rieles. El vendaval barría la superficie abierta de la montaña, dejando cierto espesor de nieve...
El jardín encantado
Italo Calvino
Giovannino y Serenella caminaban por las vías del tren. Abajo había un mar todo escamas azul oscuro azul claro; arriba un cielo apenas estriado de nubes blancas. Los rieles eran relucientes y quemaban...
El pájaro azul
Rubén Darío
París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al café Plombier, buenos y decididos muchachos -pintores, escultores, poetas- sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde!, ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba, y, como bohemio intachable, bravo improvisador...
El último rostro
Álvaro Mutis
Las páginas que van a leerse pertenecen a un legajo de manuscritos vendidos en la subasta de un librero de Londres pocos años después de terminada la segunda guerra mundial. Formaron parte estos escritos de los bienes de la familia Nimbourg-Napierski, el último de cuyos miembros murió en Mers-el Kebir combatiendo como oficial de la Francia libre...
El acto libre
José Edwards
La Secretaria privada del Señor X, Director General de la Confederación Internacional de la Producción Universal, entró tímidamente en su privadísimo despacho con una tarjeta en la mano. Se la entregó balbuceando...
El don Juan
Benito Pérez Galdós
«Esta no se me escapa: no se me escapa, aunque se opongan a mi triunfo todas las potencias infernales», dije yo siguiéndola a algunos pasos de distancia, sin apartar de ella los ojos, sin cuidarme de su acompañante, sin pensar en los peligros que aquella aventura ofrecía...
El ama de casa de clase media
Patricia Highsmith
Pamela Thorpe consideraba que Liberación Femenina era uno de esos estúpidos movimientos de protesta sobre los cuales les gusta escribir a los periodistas para llenar sus páginas. Las de Liberación Femenina afirmaban que «querían independencia» para las mujeres, mientras que Pamela pensaba que, de todas formas, las mujeres dominaban a los hombres...
El niño suicida
Rafael Dieste
Cuando el tabernero acabó de leer aquella noticia inquietante -un niño se había suicidado pegándose un tiro en la sien derecha- habló el vagabundo desconocido que acababa de comer muy pobremente en un rincón de la tasca marinera, y dijo:..
A matacaballo
Stephen Crane
Richardson detuvo su caballo y volvió la vista por el sendero en el que el sarape rojo de su criado brillaba entre el polvo del mezquital. Las montañas en el poniente se volvían picachos del azul más profundo...
El crimen invisible
Catherine Crowe
En 1842 en el barrio de Marylebone, se derribó una casa a la que ya no acudía ningún huésped desde hacía ya muchos años, y cuyos propietarios no estaban dispuestos a gastar más dinero en reparaciones...
La ganga
Truman Capote
Varias cosas de su marido irritaban a la señora Chase. Por ejemplo, su voz: siempre sonaba como si estuviera apostando en un juego de póquer. Escuchar su pronunciación lenta e indiferente la exasperaba, sobre todo ahora que, hablando con él por teléfono, ella estaba tan exaltada...
La última batalla
Rosa Chacel
Los creyentes estaban agolpados en la falda de la colina alrededor del Profeta. –Combatid a los infieles hasta que ni uno solo pueda dar lugar con su existencia a la tentación. Luchad olvidando los bienes de la tierra, porque mayores serán los que alcanzaréis muriendo por la fe. Él es misericordioso...
La ahogada
Agatha Christie
Don Henry Clithering, excomisionado de Scotland Yard, estaba hospedado en casa de sus amigos, los Bantry, cerca del pueblecito de St. Mary Mead. El sábado por la mañana, cuando bajaba a desayunar a la agradable hora de las diez y cuarto, casi tropezó con su anfitriona, la señora Bantry, en la puerta del comedor. Salía de la habitación evidentemente presa de una gran excitación y contrariedad...
Una mujer amaestrada
Juan José Arreola
Hoy me detuve a contemplar este curioso espectáculo: en una plaza de las afueras, un saltimbanqui polvoriento exhibía una mujer amaestrada. Aunque la función se daba a ras del suelo y en plena calle, el hombre concedía la mayor importancia al círculo de tiza previamente trazado, según él, con permiso de las autoridades...
Caronte
Lord Dunsany
Caronte se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su cansancio. Para él no era una cosa de años o de siglos, sino de ilimitados flujos de tiempo, y una antigua pesadez y un dolor en los brazos que se habían convertido en parte de un esquema creado por los dioses y en un pedazo de Eternidad...
Sauce ciego, mujer dormida
Haruki Murakami
Al cerrar los ojos percibí el olor del viento. Un airecillo de mayo con turgencias afrutadas. Ahí estaba la piel, y la pulpa, blanda y jugosa, y las semillas. La fruta reventó en el aire y las semillas, convertidas en una nube de blandos perdigones, dieron contra mi brazo desnudo. Atrás, sólo dejaron un dolor tenue...
El blanco y el negro
Voltaire
Todo el mundo en la provincia de Candahar conoce la aventura del joven Rustán. Era hijo único de un mirza de la región; como quien dice un marqués en Francia o un barón en Alemania. Su padre, el mirza, tenía una fortuna considerable. El joven Rustán debía casarse con una doncella o mirzesa de su condición. Las dos familias deseaban apasionadamente. El debía ser el consuelo de sus padres, hacer feliz a su mujer y serlo con ella...