Relatos

Banco con corazón pintado

Catorce pies

Aleksandr Grin

-¿Así que ella les dio calabaza a los dos? -dijo el dueño de la posada a modo de despedida-. ¿Y ustedes qué dijeron?...

Dos palabras

Isabel Allende

Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con él. Su oficio era vender palabras...

El sur

Jorge Luis Borges

El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino...

Santa Lucía y san Lázaro

Federico García Lorca

A las doce de la noche llegué a la ciudad. La escarcha bailaba sobre un pie. “Una muchacha puede ser morena, puede ser rubia, pero no debe ser ciega”. Esto decía el dueño del mesón a un hombre seccionado brutalmente por una faja. Los ojos de un mulo que dormitaba en el umbral me amenazaron como dos puños de azabache...

La casa embrujada

Catherine Crowe

En un estrecho callejón de angostos recodos que unía St. Mary Axe con Bishopgate, llamó la atención de la policía un incendio de escasa importancia, en una antigua y bella casa señorial, perteneciente a la familia L…

La hectárea

Giovannino Guareschi

-Margherita -dije, mientras me sentaba a la mesa-, ¿te acuerdas de aquel terreno del que te hablé el año pasado? -No -respondió Margherita-, ¿por qué? -Porque lo he comprado.

Bernardino

Ana María Matute

Siempre oímos decir en casa, al abuelo y a todas las personas mayores, que Bernardino era un niño mimado...

Trenzas

María Luisa Bombal

Porque día a día los orgullosos humanos que ahora somos, tendemos a desprendernos de nuestro limbo inicial, es que las mujeres no cuidan ni aprecian ya de sus trenzas...

El muñeco

Shirley Jackson

Era un restaurante respetable, bien decorado, con un buen chef y un grupo de artistas de variedades con aspiraciones. La gente que acudía al local se reía discretamente y cenaba a satisfacción, reconociendo la verdad del lema según el cual la cuenta siempre era un poco más de lo que ameritaba el restaurante, el espectáculo y la compañía...

La coqueta

Patricia Highsmith

Había una vez una coqueta que tenía un pretendiente del cual no podía librarse. Él se tomaba en serio sus promesas y declaraciones y no quería dejarla. Se creía hasta sus insinuaciones. Esto la irritaba, porque estorbaba sus buenas relaciones eventuales y los regalos, halagos, flores, cenas y demás que podría obtener de ellas...
Caballo. Foto por Helena Lopes en Unsplash

Capataz buena persona, montado en caballo blanco

Emilio S. Belaval

Quirincho Morales nació tan paciente, que la paciencia le chorreaba por el cuerpo como una mantequita. Sus coterráneos en ese limbo telúrico que forma el caraveral —jíbaros¹ lijosos, con cuatro callos de misterio en la conciencia, por cuya somnolencia de encuclillados no se atrevía a pasar una ardilla—, se mofaban constantemente de la falta de astucia que tenía Quirincho para luchar con la caña...

Cabeza rapada

Jesús Fernández Santos

Era un viento templado. Las hojas volaban llenando la calzada, remontándose hasta caer de nuevo desde las copas de los árboles. Su cabeza rapada al cero, aparecía oscura del sudor y el sol, como las piernas con sus largos pantalones de pana. No había cumplido los diez años; era un chico pequeño...

Agustina de Villeblanche o la estratagema del amor

Marqués de Sade

De todos los extravíos de la naturaleza, el que más ha hecho cavilar, el que más extraño ha parecido a esos pseudofilósofos que quieren analizarlo todo sin entender nunca nada -comentaba un día a una de sus mejores amigas la señorita de Villeblanche...

Debo olvidar…

Elena Garro

Debo olvidar que encontré estas páginas escondidas entre las tablas sueltas del armario… después de todo la habitación es enorme y en los días que corren es un lujo gozar de espacio. No me molesta la suciedad de los muros, ni las duelas rotas. Tampoco me importan las manchas de humedad que hay en el techo, ni el agua de la lluvia que se cuela a raudales...

Si me olvido de ti, oh Tierra…

Arthur C. Clarke

Cuando Marvin tenía diez años, su padre lo condujo por los largos y resonantes corredores que subían a través de Administración y Fuerza, hasta que al fin llegaron a los niveles superiores y se encontraron entre la vegetación de las Tierras de Labrantío, que crecía rápidamente...

La coartada perfecta

Patricia Highsmith

La multitud se arrastraba como un monstruo ciego y sin mente hacia la entrada del metro. Los pies se deslizaban hacia adelante unos pocos centímetros, se paraban, volvían a deslizarse. Howard odiaba las multitudes. Le hacían sentir pánico...

Un clavito en el aire

Efrén Hernández

Lo barato cuesta caro -no de pronto, sino andando el tiempo. Y la puerta es de palo barato. Con las lluvias se hinchaba, y cuando pasó el tiempo de aguas, al día siguiente de la postrera lluvia, el calor, cortés, estuvo a despedirse de nosotros...

Andamios

Mario Benedetti

“…Javier se había aprontado para almorzar a solas en una mesa del fondo. Todavía no había asimilado del todo el relato de Nieves sobre la muerte de Ramón. Quería evaluar con serenidad ese hecho insólito, medir su profundidad, administrar para sí mismo la importancia de una imagen que le resultaba aterradora...

A bordo

Rafael Barrett

Remontando el Alto Paraná. Una noche cálida, perfecta, como si durante la inmovilidad del crepúsculo se hubiesen decantado, evaporado, sublimado, todas las impurezas cósmicas; un cielo bruñido, de un azul a la vez metálico y transparente, poblado de pálidas gemas, surcado de largas estelas de fósforo. Al ras del horizonte, el arco lunar esparcía su claridad de ultratumba...

Mari Belcha

Pío Baroja

Cuando te quedas sola a la puerta del negro caserío con tu hermanillo en brazos, ¿en que piensas, Mari Belcha, al mirar los montes lejanos y el cielo pálido?...