¡Ay del mísero Maling!
Graham Greene
¡Pobre inofensivo e ineficaz Maling! No es mi intención que se rían de Maling y de su borborigmia, como se sonreían los médicos cuando los consultaba, como deben haber sonreído incluso después del triste clímax del 3 de septiembre de 1940, cuando su borborigmia pospuso durante veinticuatro fatales horas la fusión de las compañías impresoras Simcox y Hythe Newsprint...
El artista de lo bello
Nathaniel Hawthorne
Un hombre viejo, con su hermosa hija al brazo, paseaba por la calle, y emergió de la penumbra del nublado atardecer a la luz que iluminaba el pavimento, procedente del escaparate de una pequeña tienda. Era un escaparate saledizo; y en su interior había colgados una gran variedad de relojes, baratos, de plata, y uno o dos de oro, todos con sus esferas vueltas de espaldas a la calle, como si se negaran groseramente a informar a los transeúntes de la hora que era...
Ser infeliz
Franz Kafka
Cuando ya eso se había vuelto insoportable -una vez al atardecer, en noviembre-, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi pieza como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada, me di vuelta otra vez...
El hombre que ríe
J. D. Salinger
En 1928, a los nueve años, yo formaba parte, con todo el espíritu de cuerpo posible, de una organización conocida como el Club de los Comanches. Todos los días de clase, a las tres de la tarde, nuestro Jefe nos recogía, a los veinticinco comanches, a la salida de la escuela número 165, en la calle 109, cerca de Amsterdam Avenue...
Nido de avispas
Agatha Christie
John Harrison salió de la casa y se quedó un momento en la terraza de cara al jardín. Era un hombre alto de rostro delgado y cadavérico. No obstante, su aspecto lúgubre se suavizaba al sonreír, mostrando entonces algo muy atractivo...
Best seller
O. Henry
Un día del verano pasado salí de viaje hacia Pittsburg; era en realidad un viaje de negocios. Mi coche de línea iba provechosamente lleno de la clase de gente que se suele ver en los trenes. La mayoría eran señoras que llevaban vestidos de seda marrón con canesú cuadrado y remate de puntillas, tocadas con velos moteados, y que se negaban a dejar la ventana abierta...
De cuerpo presente
Rafael Barrett
Sobre la cama sucia estaba el cuerpo de doña Francisca, víctima de cuarenta años de puchero y de escoba. Entraban y salían del cuartucho las hijas llorosas. Chiquillos de todas edades, casi harapientos, desgreñados, corrían atropellándose, una vieja acurrucada pasaba las cuentas de un rosario entre sus dedos leñosos...
Abuelita
Hans Christian Andersen
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda...
Navidad en los Andes
Ciro Alegría
Marcabal Grande, hacienda de mi familia, queda en una de las postreras estribaciones de los Andes, lindando con el río Marañón. Compónenla cerros enhiestos y valles profundos. Las frías alturas azulean de rocas desnudas. Las faldas y llanadas propicias verdean de sembríos, donde hay gente que labre, pues lo demás es soledad de naturaleza silvestre...
El cocinero Chichibio
Giovanni Boccaccio
Currado Gianfiglazzi se distinguía en nuestra ciudad como hombre eminente, liberal y espléndido, y viviendo vida hidalga, halló siempre placer en los perros y en los pájaros, por no citar aquí otras de sus empresas de mayor monta...
El bote a la deriva
Stephen Crane
Ninguno de ellos supo en ese momento el color del cielo. Sus ojos miraron hacia arriba pero fueron rápidamente desviados a las corrientes y olas que venían hacia ellos. Las olas tenían un matiz verduzco, salvo por la parte de encima, que era espuma blanca, y todos los hombres conocían el color del mar. El horizonte se cerraba y se expandía y en su orilla parecía que las olas se convertían en rocas...
“Cross Country” en la nieve
Ernest Hemingway
El funicular se detuvo después de recorrer otro trecho. No podía seguir más allá, ya que la nieve estaba amontonada sólidamente entre los rieles. El vendaval barría la superficie abierta de la montaña, dejando cierto espesor de nieve. Nick, que estaba encerando sus esquíes en el vagón de equipaje, puso las botas en las puntas de hierro y cerró fuertemente la abrazadera...
El cazador
E. L. Doctorow
La ciudad se levanta sobre terrazas abiertas en el monte, a lo largo del río, es una ciudad construida a la zaga de una fábrica, hecha toda ella de casas de tablas de chilla, y la fachada de sus edificios municipales es de piedra roja. Tiene una biblioteca pública que consta de una sola estancia, y que se llama el Liceo...
El cuarto de enfrente
Rómulo Gallegos
La noticia voló de boca en boca: hacía varios días que venía apareciendo en Caracas un tipo raro. Una tarde lo vieron en El Paraíso cruzar veloz el paseo, jineteando a la europea y con un traje exótico, un caballo enjaezada de la manera más pintoresca; otra tarde recorría las calles de la urbe en una victoria de lujo, en compañía de un hermoso galgo blanco...
El ayuno
Émile Zola
Cuando el vicario subió al púlpito con su amplio sobrepelliz de blancura angelical, la pequeña baronesa estaba beatíficamente sentada en su sitio habitual, cerca de una salida de calor, delante de la capilla de los Santos Ángeles...
La toma del reducto
Prosper Mérimée
Un militar amigo mío, muerto de fiebre en Grecia hace unos años, me narró un día la primera acción de guerra en que tomó parte. Su relato me interesó en grado tal que lo reproduje de memoria, en cuanto tuve oportunidad para ello. Helo aquí...
El coloquio de los perros
Miguel de Cervantes Saavedra
Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Berganza, perros del hospital de la resurección, que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la puerta del campo, a quien comúnmente llaman «Los perros de Mahudes»
Herodías
Gustave Flaubert
La ciudadela de Machaerus se alzaba al oriente del Mar Muerto, en un picacho de basalto en forma de cono. Cuatro valles profundos la rodeaban, dos en los costados, otro enfrente y el cuarto detrás...
Adiós
Guy de Maupassant
Los dos amigos acababan de comer. Desde la ventana del café veían el bulevar muy animado. Les acariciaban los rostros esas ráfagas tibias que circulan por las calles de París en las apacibles noches de verano y obligan a los transeúntes a erguir la cabeza, incitándolos a salir, a irse lejos, a cualquier parte en donde haya frondosidad, quietud, verdor…
La estatua de bronce
Juan Vicente Camacho
Era Alberto uno de esos hombres que vienen al mundo para ocupar un lugar distinguido en la sociedad; así le abundaban las cualidades morales como se aventajaba en prendas físicas. Era alto, bien formado, de miembros delgados y nerviosos. Tenía ojos de mirada penetrante y fuego irresistible, una boca que envidiaría una niña de quince años, y una fisonomía llena de fuego e inspiración...