Relatos

El ciego

Kate Chopin

Con una pequeña caja roja en una mano, un hombre caminaba lentamente por la calle. Su viejo sombrero de paja y su ropa descolorida daban la impresión de que la lluvia los había batido muchas veces, y las mismas veces el sol los había secado encima de él...

El caso Plattner

H. G. Wells

Si se debe dar o no crédito a la historia de Gottfried Plattner, es una buena cuestión por lo que respecta al valor de la evidencia. Por una parte, contamos con siete testigos —para ser del todo exactos, contamos con seis pares y medio de ojos y un hecho innegable— y por la otra contamos con —¿cómo diríamos?— prejuicios, sentido común e inercia de opinión...

La marea es puntual

Siegfried Lenz

Primero apareció el marido. Lo vio salir, solo, de la casa baja techada de caña detrás del dique, el gigante de rostro triste. Llevaba sus altas botas impermeables de siempre y la chaqueta gruesa con el cuello de piel. Desde la ventana observó cómo se lo subía...

El ladrón

Tommaso Landolfi

Hacía dos horas que el ladrón, escondido en el sótano, oía cómo aquel paso medía despiadadamente las habitaciones de arriba sacudiendo las viejas vigas, haciéndolas crujir y haciendo caer a ratos menudos trozos de yeso: ¿Es que aquella gente no se iba nunca a la cama?...

El cuchillo

Juan Bosch

Afuera se come la luz el paisaje; aquí dentro está el hombre y la soledad le come el pecho. Por las lomas va subiendo el hacha y clarea el monte; se empinan, todavía, algunos troncos sobre el agua; pero el hacha sobra en la tierra llana y sobra también el sol...

En una estación de ferrocarril

Lafcadio Hearn

Ayer un telegrama de Fukuoka anunció que un desesperado criminal capturado allí sería traído hoy a Kumamoto para su juicio, en el tren pasado el mediodía. Un policía de Kumamoto había ido a Fukuoka para hacerse cargo del prisionero...

Caperucita Roja

Charles Perrault

Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita Roja...

¡Ay del mísero Maling!

Graham Greene

¡Pobre inofensivo e ineficaz Maling! No es mi intención que se rían de Maling y de su borborigmia, como se sonreían los médicos cuando los consultaba, como deben haber sonreído incluso después del triste clímax del 3 de septiembre de 1940, cuando su borborigmia pospuso durante veinticuatro fatales horas la fusión de las compañías impresoras Simcox y Hythe Newsprint...

El artista de lo bello

Nathaniel Hawthorne

Un hombre viejo, con su hermosa hija al brazo, paseaba por la calle, y emergió de la penumbra del nublado atardecer a la luz que iluminaba el pavimento, procedente del escaparate de una pequeña tienda. Era un escaparate saledizo; y en su interior había colgados una gran variedad de relojes, baratos, de plata, y uno o dos de oro, todos con sus esferas vueltas de espaldas a la calle, como si se negaran groseramente a informar a los transeúntes de la hora que era...

Ser infeliz

Franz Kafka

Cuando ya eso se había vuelto insoportable -una vez al atardecer, en noviembre-, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi pieza como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada, me di vuelta otra vez...

El hombre que ríe

J. D. Salinger

En 1928, a los nueve años, yo formaba parte, con todo el espíritu de cuerpo posible, de una organización conocida como el Club de los Comanches. Todos los días de clase, a las tres de la tarde, nuestro Jefe nos recogía, a los veinticinco comanches, a la salida de la escuela número 165, en la calle 109, cerca de Amsterdam Avenue...

Nido de avispas

Agatha Christie

John Harrison salió de la casa y se quedó un momento en la terraza de cara al jardín. Era un hombre alto de rostro delgado y cadavérico. No obstante, su aspecto lúgubre se suavizaba al sonreír, mostrando entonces algo muy atractivo...

Best seller

O. Henry

Un día del verano pasado salí de viaje hacia Pittsburg; era en realidad un viaje de negocios. Mi coche de línea iba provechosamente lleno de la clase de gente que se suele ver en los trenes. La mayoría eran señoras que llevaban vestidos de seda marrón con canesú cuadrado y remate de puntillas, tocadas con velos moteados, y que se negaban a dejar la ventana abierta...

De cuerpo presente

Rafael Barrett

Sobre la cama sucia estaba el cuerpo de doña Francisca, víctima de cuarenta años de puchero y de escoba. Entraban y salían del cuartucho las hijas llorosas. Chiquillos de todas edades, casi harapientos, desgreñados, corrían atropellándose, una vieja acurrucada pasaba las cuentas de un rosario entre sus dedos leñosos...

Abuelita

Hans Christian Andersen

Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda...

Navidad en los Andes

Ciro Alegría

Marcabal Grande, hacienda de mi familia, queda en una de las postreras estribaciones de los Andes, lindando con el río Marañón. Compónenla cerros enhiestos y valles profundos. Las frías alturas azulean de rocas desnudas. Las faldas y llanadas propicias verdean de sembríos, donde hay gente que labre, pues lo demás es soledad de naturaleza silvestre...

El cocinero Chichibio

Giovanni Boccaccio

Currado Gianfiglazzi se distinguía en nuestra ciudad como hombre eminente, liberal y espléndido, y viviendo vida hidalga, halló siempre placer en los perros y en los pájaros, por no citar aquí otras de sus empresas de mayor monta...

El bote a la deriva

Stephen Crane

Ninguno de ellos supo en ese momento el color del cielo. Sus ojos miraron hacia arriba pero fueron rápidamente desviados a las corrientes y olas que venían hacia ellos. Las olas tenían un matiz verduzco, salvo por la parte de encima, que era espuma blanca, y todos los hombres conocían el color del mar. El horizonte se cerraba y se expandía y en su orilla parecía que las olas se convertían en rocas...

“Cross Country” en la nieve

Ernest Hemingway

El funicular se detuvo después de recorrer otro trecho. No podía seguir más allá, ya que la nieve estaba amontonada sólidamente entre los rieles. El vendaval barría la superficie abierta de la montaña, dejando cierto espesor de nieve. Nick, que estaba encerando sus esquíes en el vagón de equipaje, puso las botas en las puntas de hierro y cerró fuertemente la abrazadera...

El cazador

E. L. Doctorow

La ciudad se levanta sobre terrazas abiertas en el monte, a lo largo del río, es una ciudad construida a la zaga de una fábrica, hecha toda ella de casas de tablas de chilla, y la fachada de sus edificios municipales es de piedra roja. Tiene una biblioteca pública que consta de una sola estancia, y que se llama el Liceo...