La hormiguita
Fernán Caballero
Había vez y vez una hormiguita tan primorosa, tan concertada, tan hacendosa, que era un encanto. Un día que estaba barriendo la puerta de su casa, se halló un ochavito...
Amarguras de un joven escritor
Rubem Fonseca
El día empezó mal desde temprano, cuando fui a la playa. No podía ver el mar, me hacía mal, por eso atravesaba la avenida Atlántica con los ojos cerrados, después volvía el cuerpo, abría los ojos y caminaba de espaldas por la arena hasta encontrar mi sitio...
Un hombre llamado Flitcraft
Dashiell Hammett
Flitcraft salió un día de su oficina de corredor de fincas para ir a comer. Salió y jamás volvió. No acudió a una cita que tenía a las cuatro de la tarde para jugar al golf, a pesar de que fue idea suya concertarla solamente media hora antes de salir...
El peatón
Ray Bradbury
Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios, nada le gustaba más al señor Leonard Mead...
La casa de las bellas durmientes
Yasunari Kawabata
No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido...
El trasgo
Pío Baroja
El comedor de la venta de Aristondo, sitio en donde nos reuníamos después de cenar, tenía en el pueblo los honores de casino. Era una habitación grande, muy larga, separada de la cocina por un tabique, cuya puerta casi nunca se cerraba...
La bandeja de plata
Saul Bellow
¿Qué hace uno ante la muerte, en este caso, la muerte de un padre anciano? Si uno es una persona moderna, de sesenta años de edad, y un hombre de mundo, como Woody Selbst, ¿qué es lo que hace?...
La balanza de los Balek
Heinrich Böll
En la tierra de mi abuelo, la mayor parte de la gente vivía de trabajar en las agramaderas. Desde hacía cinco generaciones, pacientes y alegres generaciones que comían queso de cabra, papas y, de cuando en cuando, algún conejo...
Diez indios
Ernest Hemingway
Después de un 4 de julio, Nick, que volvía a casa ya tarde en la gran carreta de Joe Garner tras haber estado en el pueblo, vio a nueve indios borrachos junto a la carretera...
2 de la tarde
Inés Arredondo
Esperaba el camión en la esquina de siempre. Mirando los edificios mugrientos, la gente desesperada que se golpea y se insulta, el acoso de los autos, se vio solo y el hambre que sentía se transformó en rabia...
Las fresas
Émile Zola
Una mañana de junio, al abrir la ventana, recibí en el rostro un soplo de aire fresco. Durante la noche hubo una fuerte tormenta. El cielo parecía como nuevo, de un azul tierno, lavado por el chaparrón hasta en sus más pequeños rincones...
Academia de ciencias
Sławomir Mrożek
Desde aquella montaña se divisaban los valles en toda su amplitud, y en el suelo había dos vigas cruzadas. —Ahora túmbate —dijo el mayor. —¿Y para qué me tengo que tumbar?...
Caín
Virgilio Díaz Grullón
El mensajero de la oficina colocó la tarjeta sobre el escritorio, Vicente la miró distraídamente y la rodó hacia un lado con el dorso de la mano, concentrándose de nuevo en la lectura del documento que tenía enfrente...
El cardenal Napellus
Gustav Meyrink
Aparte de su nombre, Hieronymus Radspieller, solo sabíamos de él que vivía año tras año en el castillo semiderruido cuyo propietario, un vasco canoso y siempre malhumorado -ex sirviente y luego heredero de un antiguo y noble linaje que se fue perdiendo en la soledad y la tristeza...
En el café
Kjell Askildsen
Una de las últimas veces que estuve en un café fue un domingo de verano, lo recuerdo bien, porque casi todo el mundo iba en mangas de camisa y sin corbata, y pensé: tal vez no sea domingo, como yo creía, y el hecho de que pensara exactamente eso hace que me acuerde...
¡Abre la puerta, Rickard!
Stig Dagerman
Abre la puerta. Dicen que abra la puerta, y yo no la abro. No solo dicen que la abra, ruegan; y cuando los ruegos no surten efecto, amenazan, pero cuando las amenazas no surten efecto se callan un rato, susurran jadeantes y ansiosos mientras están totalmente quietos al otro lado de la puerta como si quisieran hipnotizarla...
El alma del guerrero
Joseph Conrad
El viejo oficial de grandes bigotes blancos dio rienda suelta a su indignación. —¿Cómo es posible que todos ustedes, jovenzuelos, no tengan más sentido común? A muchos de ustedes no les vendría mal limpiarse los labios de leche antes de juzgar a los rezagados de una generación que han hecho mucho, y sufriendo no poco, por su tiempo...
La señorita Julia
Amparo Dávila
La señorita Julia, como la llamaban sus compañeros de oficina, llevaba más de un mes sin dormir, lo cual empezaba a dejarle huellas. Las mejillas habían perdido aquel tono rosado que Julia conservaba, a pesar de los años, como resultado de una vida sana, metódica y tranquila...
El lujo
Vicente Blasco Ibáñez
La tenía sobre mis rodillas dijo el amigo Martínez, y comenzaba a fatigarme la tibia pesadez de su cuerpo de buena moza...
Hernán
Abelardo Castillo
Me atrevo a contarlo ahora porque ha pasado el tiempo y porque Hernán, lo sé, aunque haya hecho muchas cosas repulsivas en su vida, nunca podrá olvidarse de ella: la ridícula señorita Eugenia...