Lunes o martes
Perezosa e indiferente, sacudiendo con facilidad el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda. ¿Un lago? ¡Quítale las orillas! ¿Una montaña? Sí, perfecto, con el oro del sol en las laderas. Cae desde lo alto. Helechos o plumas blancas, siempre, siempre…
Deseando la verdad, esperándola, destilando laboriosamente unas pocas palabras, deseando siempre (se inicia un grito a la izquierda, otro a la derecha; ruedas golpean divergentes; omnibuses se conglomeran en conflicto), deseando siempre (el reloj asevera con doce claras campanadas que es mediodía; la luz vierte escamas de oro; niños se arremolinan), deseando siempre verdad. Roja es la cúpula; de los árboles cuelgan monedas; el humo sale lento de las chimeneas; ladrido, alarido, grito. «Compro metal»… ¿Y la verdad?
Como rayos orientados hacia un punto, pies de hombres, pies de mujeres, negros o con incrustaciones doradas (Esa niebla… ¿Azúcar? No, gracias… La commonwealth del futuro), la luz del fuego salta y deja roja la estancia, salvo las negras figuras y sus ojos brillantes, mientras descargan una camioneta fuera, la señorita Thingummy sorbe té en su mesa escritorio, y las vitrinas protegen abrigos de pieles.
Cacareada, leve cual hoja, rizada en los bordes, pasada por las ruedas, plateada, en casa o fuera de casa, reunida, esparcida, derrochada en diferentes platillos de la balanza, barrida, sumergida, desgarrada, hundida, ensamblada… ¿Y la verdad?
Recordar ahora junto al fuego del hogar la blanca plaza de mármol. De las profundidades de marfil se alzan palabras que vierten su negrura, florecen y penetran. El libro caído; en la llama, en el humo, en las perecederas chispas; o ya viajando, la bandera en la plaza de mármol, minaretes debajo y mares de la India, mientras los espacios azules corren y las estrellas brillan… ¿la verdad?, o bien, ¿satisfacción con su proximidad?
Perezosa e indiferente la garza regresa; el cielo cubre con un velo sus estrellas; las borra luego.
FIN
Adeline Virginia Woolf. Nacida el 25 de enero de 1882 en Londres, es una de las figuras más influyentes de la literatura del siglo XX. Escritora, ensayista y editora, Woolf destacó como una de las principales voces del modernismo literario en inglés, experimentando con técnicas narrativas innovadoras como el monólogo interior y el flujo de conciencia. Estas herramientas le permitieron explorar las complejidades de la mente humana y de la percepción del tiempo de una manera única, lo que puede observarse en algunas de sus obras más conocidas, como La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) y Las olas (1931).
Criada en un entorno intelectual, Virginia nació en el seno de una familia acomodada de la sociedad victoriana, lo que facilitó su acceso a la cultura desde temprana edad. Fue en su hogar donde Woolf comenzó a experimentar la literatura y el arte, y su talento emergente encontró pronto eco en el círculo de Bloomsbury, un grupo de intelectuales y artistas británicos que compartían una visión crítica de la sociedad de su época y que impulsaron el pensamiento progresista.
La vida de Woolf estuvo marcada tanto por sus éxitos literarios como por sus luchas personales. Sufrió episodios de inestabilidad mental a lo largo de su vida, algo que influyó profundamente en su escritura y visión del mundo. Pese a sus batallas internas, Woolf abordó con valentía temas complejos y, en su ensayo Una habitación propia (1929), defendió la independencia económica e intelectual de las mujeres, sentando las bases para el feminismo contemporáneo. Su legado en este ámbito sigue siendo muy relevante hoy en día.
Virginia Woolf se suicidó el 28 de marzo de 1941, dejando un profundo vacío en la literatura y la crítica literaria. Su influencia perdura en la literatura moderna, y su estilo innovador y su capacidad para explorar la psicología y la condición humana continúan inspirando a escritores y lectores de todo el mundo.