La noche estaba extrañamente tranquila. Mientras nos sentábamos en la amplia galería, mirando las praderas anchas y sombrías, el silencio del momento inundó nuestros espíritus y durante largo rato nadie habló.
Entonces, en la lejanía de las borrosas montañas que trazaban el horizonte oriental, una bruma difusa empezó a resplandecer, y pronto salió una gran luna dorada, emitiendo una radiación fantasmal sobre la tierra y dibujando enérgicamente los macizos oscuros de sombras que formaban los árboles. Una brisa suave llegó susurrando desde el este, y la hierba sin segar se agitó en olas largas y sinuosas, difusamente visibles bajo la luz de la luna; y desde el grupo que estábamos en la galería brotó un fugaz suspiro, como si alguien tomara una profunda bocanada de aire que provocó que todos nos volviéramos a mirar.
Faming se inclinaba hacia delante, agarrándose a los brazos de la silla, la cara extraña y pálida bajo la luz espectral; un fino hilo de sangre goteaba del labio en el que había clavado sus dientes. Asombrados, le miramos, y de pronto se agitó con una risa breve semejante a un bufido.
—¡No hace falta que me miren con la boca abierta como si fueran un rebaño de ovejas! —dijo irritable, y se detuvo en seco. Permaneció sentado, perplejo, apenas sabiendo qué clase de contestación dar, y de pronto volvió a estallar—. Supongo que ahora será mejor que les cuente todo o se marcharán tachándome de lunático. ¡Que no me interrumpa nadie! Quiero sacarme esta cosa de la cabeza. Todos saben que no soy un hombre imaginativo; pero hay una cosa, una simple fantasía de la imaginación, que me ha acosado desde que era un niño. ¡Un sueño! —se encogió claramente en la silla al murmurar—: ¡Un sueño! ¡Y Dios, qué sueño! La primera vez… no, no puedo recordar la primera vez que lo soñé… He estado soñando esa cosa infernal desde que puedo recordar. Se trata de lo siguiente: hay una especie de bungalow, instalado sobre una colina en mitad de anchas praderas… no muy distintas de esta finca; pero la escena se desarrolla en África. Y vivo allí con una especie de sirviente, un hindú. Por qué estoy allí es algo que nunca queda claro para mi mente despierta, aunque en mis sueños siempre soy consciente de la razón. Como hombre en sueños, recuerdo mi vida pasada (una vida que en ninguna forma se corresponde con mi vida despierta), pero cuando estoy despierto mi mente subconsciente no consigue transmitir estas impresiones. El caso es que creo que soy un fugitivo de la justicia y que el hindú también es un fugitivo. Cómo llegó a aparecer allí el bungalow es algo que no puedo recordar, ni tampoco sé en qué parte de África está, aunque todas estas cosas son conocidas por mi yo en sueños. Pero el bungalow es pequeño y tiene pocas habitaciones, y está situado en lo alto de la colina, como dije. No hay más colinas alrededor y las praderas se extienden hasta el horizonte en todas direcciones; la hierba llega hasta la rodilla en algunos sitios, en otros hasta la cintura.
»El sueño empieza cuando estoy subiendo por la colina, al mismo tiempo que el sol empieza a ponerse. Llevo un rifle roto y he estado en una expedición de caza; cómo se rompió el rifle, y los detalles completos de la expedición, lo recuerdo claramente… en sueños. Pero nunca al despertar. Es como si un telón se levantara de pronto y empezase un drama; o como si fuera repentinamente transferido al cuerpo y la vida de otro hombre, recordando años pasados de aquella vida, y sin conocer ninguna otra existencia. ¡Y esa es la parte más infernal! Como bien saben, la mayoría de nosotros, al soñar, somos conscientes, en lo más hondo de nuestra inteligencia, de que estamos soñando. No importa lo horrible que pueda ser el sueño, sabemos que es un sueño, y por tanto la locura o la posible muerte se ven limitadas. Pero en este sueño concreto, no existe tal conocimiento. ¡Les digo que es tan vivido, tan completo en cada detalle, que a veces me pregunto si no será aquella mi verdadera existencia y esto un sueño! Pero no; pues entonces debería haber muerto hace años.
»Como estaba diciendo, subo por la colina, y lo primero de lo que soy consciente que se salga de lo normal es una especie de rastro que sube por la colina de forma irregular; es decir, la hierba está aplastada como si algo pesado hubiera sido arrastrado sobre ella. Pero no le presto especial atención, pues estoy pensando, con cierta irritación, que el rifle roto que llevo es mi única arma y que debo seguir cazando hasta que pueda mandar a por otra.
»Como ven, recuerdo pensamientos e impresiones del sueño mismo, de las ocurrencias del sueño; son los recuerdos que el “yo” del sueño tenía de aquella otra existencia en sueños lo que no puedo recordar. Bueno. Subo hasta lo alto de la colina y entro en el bungalow. Las puertas están abiertas y el hindú no está allí. Pero la habitación principal está sumida en el desorden; las sillas están rotas, hay una mesa patas arriba. La daga del hindú está tirada encima del suelo, pero no hay sangre por ningún sitio.
»En mi sueño, nunca recuerdo los otros sueños, como a veces le ocurre a algunos. Siempre es el primer sueño, siempre es la primera vez. Siempre experimento las mismas sensaciones, en mi sueño, con una fuerza tan viva como la primera vez que lo soñé. Bueno. No puedo entenderlo. El hindú ha desaparecido, pero (esto es lo que rumio, parado en medio de la habitación desordenada), ¿qué es lo que se lo ha llevado? Si hubiera sido una partida de asaltantes negros, habrían saqueado el bungalow y probablemente lo habrían quemado. Si hubiera sido un león, el lugar estaría empapado de sangre. Entonces, de pronto, recuerdo el rastro que vi subiendo por la colina, y un escalofrío me recorre el espinazo; pues instantáneamente queda todo claro: la cosa que subió de las praderas y arrasó el pequeño bungalow no podía ser nada más que una serpiente gigante. Y mientras pienso en el tamaño de la huella, un sudor frío perla mi frente y el rifle roto tiembla en mi mano.
»Entonces corro hacia la puerta, presa de un pánico salvaje, pensando únicamente en salir apresuradamente hacia la costa. Pero el sol se ha puesto y el crepúsculo se desliza sobre las praderas. Y ahí fuera, en algún sitio, acechando entre las altas hierbas está esa cosa espeluznante… ese horror. ¡Dios!».
La exclamación brotó de sus labios con tanto sentimiento que nos sobresaltó a todos, que no nos habíamos dado cuenta de la tensión que habíamos acumulado. Hubo un nuevo silencio, y luego continuó:
—Así que atranco puertas y ventanas, enciendo la única lámpara que tengo y me planto en mitad de la habitación. Y permanezco como una estatua, esperando, escuchando. Después de un rato sale la luna y su luz desvaída recorre las ventanas. Yo permanezco silencioso en el centro de la habitación; la noche está muy tranquila… se parece a esta misma noche; la brisa susurra ocasionalmente a través de la hierba, y cada vez que lo hace, aprieto las manos hasta que las uñas se me clavan en la carne y la sangre resbala por mis muñecas… ¡y yo permanezco allí, y espero, y escucho, pero esa noche no viene!
La frase llegó repentina y explosivamente, y un suspiro involuntario surgió de los demás; la tensión se relajó.
—Estoy decidido, si sobrevivo a la noche, a partir hacia la costa a primera hora de la mañana siguiente, jugándomela en las horripilantes praderas… con eso. Pero por la mañana, no me atrevo. No sé en qué dirección se fue el monstruo; y no me atrevo a arriesgarme a un encuentro con él en campo abierto, desarmado como estoy. Así que, como si fuera un laberinto, permanezco en el bungalow, y mis ojos se vuelven hacia el sol, que avanza implacable por el cielo, descendiendo hacia el horizonte. ¡Ay, Dios! ¡Si pudiera detener el sol en el cielo!
El hombre estaba presa de algún poder terrible; sus palabras nos saltaban encima.
—Entonces, el sol desaparece del cielo y las largas sombras grises llegan acechando a través de las praderas. Aturdido por el miedo, he atrancado las puertas y las ventanas y he encendido la lámpara mucho antes de que el último y débil resplandor del crepúsculo se desvanezca. La luz de las ventanas podría atraer al monstruo, pero no me atrevo a permanecer en la oscuridad. Y una vez más me planto en el centro de la habitación… esperando.
Hizo una pausa estremecedora. Luego continuó, con apenas algo más que un susurro, humedeciéndose los labios.
—No se puede saber cuánto tiempo permanezco allí; el tiempo ha dejado de existir y cada segundo es un eón; cada minuto es una eternidad que se alarga en eternidades interminables. ¡Entonces, Dios! ¿Pero qué es eso?
Se inclinó hacia delante, la luz de la luna dibujando en su cara una máscara de atención tan horrorizada que todos nosotros nos estremecimos y echamos una mirada apresurada por encima del hombro.
—Esta vez no es la brisa nocturna —susurró—. Algo hace que las hierbas crujan… como si un peso enorme, largo y flexible, estuviera siendo arrastrado a través de ellas. Cruje por encima del bungalow y luego cesa… delante de la puerta; entonces las bisagras gimen… ¡gimen! La puerta empieza a abombarse hacia dentro… un poquito… ¡luego un poco más!
El hombre había estirado los brazos hacia delante, como si se agarrara con fuerza a algo, y su aliento surgía en rápidas boqueadas.
—Sé que debería apoyarme contra la puerta y mantenerla cerrada, pero no lo hago, no puedo moverme. Me quedo allí, como una oveja esperando el sacrificio… ¡pero la puerta aguanta!
Una vez más, el suspiro que expresa sentimientos reprimidos.
Se pasó una mano temblorosa por la frente.
—Y toda la noche me quedo en el centro de la habitación, tan inmóvil como una estatua, excepto para girarme lentamente, cuando el crujido de la hierba indica el recorrido del demonio alrededor de la casa. Siempre mantengo los ojos en la dirección del sonido siniestro y suave. A veces cesa un instante, o durante varios minutos, y luego me pongo en pie respirando dificultosamente, pues tengo la horrible obsesión de que la serpiente de alguna forma ha conseguido entrar en el bungalow, y me sobresalto y me giro hacia uno y otro lado, temeroso de hacer un ruido, aunque siempre tengo la sensación de que la criatura está a mis espaldas, no sé por qué. Entonces los sonidos vuelven a empezar y me quedo paralizado, inmóvil.
»Este es el único momento en que mi conciencia, que me guía en la vigilia, consigue de alguna forma desgarrar el velo de los sueños. En el sueño no soy consciente en modo alguno de que sea un sueño, pero, en cierta manera distanciada, mi otra mente reconoce ciertos hechos y se los transmite a mi… llamémosle “ego” dormido. Es decir, mi personalidad durante un instante es verdaderamente dual y separada hasta cierto punto, igual que la derecha y la izquierda están separadas, aunque forman parte de la misma entidad. Mi mente soñadora no tiene conciencia de mi mente superior; por el momento la otra mente está subordinada y la mente subconsciente tiene el control absoluto, hasta tal punto que ni siquiera reconoce la existencia de la otra. Pero la mente consciente, ahora dormida, es consciente de difusas ondas de pensamiento que emanan de la mente soñadora. Comprendo que no dejo esto completamente claro, pero el hecho es que sé que mi mente, tanto consciente como inconsciente, está al borde de la perdición. Mi terrible obsesión, mientras permanezco en mi sueño, es que la serpiente se erguirá y me mirará a través de la ventana. Y sé, en mi sueño, que si esto ocurre me volveré loco. Y es tan viva la impresión que percibe mi conciencia, que ahora es la mente dormida, que las ondas de pensamiento agitan los oscuros mares del sueño, y de alguna forma puedo sentir mi cordura tambalearse igual que mi cordura se tambalea en mi sueño. Se bambolea y se mece adelante y atrás, hasta que el movimiento toma un aspecto físico y en mi sueño me balanceo de lado a lado. La sensación no es siempre la misma, pero les digo que si ese horror alguna vez levanta su espantosa forma y me mira impúdicamente, si alguna vez contemplo la criatura temible de mi sueño, me volveré completamente loco, loco furioso.
Hubo un movimiento de inquietud entre los demás.
—¡Dios! ¡Pero qué perspectiva! —murmuró—. ¡Estar loco y soñar eternamente el mismo sueño, día y noche! Pero el caso es que sigo allí, y pasan siglos, pero por último un pálido rayo grisáceo empieza a deslizarse a través de las ventanas, el crujido desaparece en la distancia y pronto un sol rojizo y ojeroso se eleva en el cielo oriental. Entonces me doy la vuelta y me miro en un espejo… y mi pelo se ha vuelto completamente blanco. Me tambaleo hasta la puerta y la abro de par en par. No hay nada a la vista más que una gruesa huella que se aleja por la colina y a través de las praderas… en dirección opuesta a la que debería tomar para dirigirme a la costa. Con un alarido de risa demente, me precipito colina abajo y corro por las praderas. Corro hasta caer extenuado, y luego me quedo tumbado hasta que puedo levantarme dando tumbos y seguir adelante.
»Sigo así todo el día, con un esfuerzo sobrehumano, espoleado por el horror que tengo a mis espaldas. Mientras me impulso sobre unas piernas que se debilitan, mientras estoy echado tomando aire a bocanadas, observo el sol con una terrible ansiedad. ¡Qué rápido se mueve el sol cuando un hombre corre por su vida! Y es una carrera que perderé, lo sé cuando veo el sol hundiéndose sobre el horizonte, y las colinas que tenía que alcanzar antes de la puesta del sol aparentemente tan lejanas como siempre.
Bajó la voz e instintivamente nos inclinamos hacia él; estaba aferrado a los brazos de la silla y la sangre manaba de su labio.
—Entonces se pone el sol y llegan las sombras y avanzo tambaleante y me levanto y vuelvo a dar tumbos. ¡Y me río, me río, me río! Luego me detengo, pues sale la luna y sumerge las praderas en una paz fantasmal y plateada. La luz es blanca sobre la tierra, aunque la luna misma es como la sangre. Y miro hacia atrás por el camino por el que he venido… y… a lo… lejos… —todos nos inclinamos aún más hacia él, con los pelos de punta; su voz era como un susurro fantasmal—. A lo lejos… veo… la… hierba… ondulándose. No hay brisa, pero la hierba alta se separa y se mece bajo la luz de la luna, en una línea estrecha y sinuosa… muy lejana, pero acercándose a cada momento.
Su voz se extinguió.
Alguien rompió el silencio subsiguiente:
—¿Y entonces…?
—Entonces me despierto. Todavía no he visto al monstruo atroz. Pero ese es el sueño que me acosa, y del que he despertado chillando en mi infancia, y bañado en sudor frío en mi edad adulta. Lo sueño a intervalos irregulares, y cada vez, últimamente… —titubeó y luego prosiguió—, cada vez, últimamente, la criatura ha llegado más cerca… más cerca… la ondulación de la hierba indica su avance y se aproxima más a mí en cada sueño; y cuando me alcance, entonces…
Se detuvo en seco; luego, sin una palabra, se levantó bruscamente y entró en la casa. El resto permanecimos sentados en silencio durante un rato, y luego le seguimos, pues era tarde.
Cuánto tiempo dormí, no lo sé, pero me desperté repentinamente con la impresión de que en algún lugar de la casa alguien había reído largo rato, en voz alta y espantosamente, como ríe un demente. Me levanté de un salto, preguntándome si habría estado soñando, y salí apresuradamente de mi habitación, al mismo tiempo que un escalofriante alarido reverberaba por todo el edificio. Se había armado un gran revuelo en la casa, pues otras personas se habían despertado, y todos fuimos corriendo a la habitación de Faming, de donde parecía haber salido el sonido.
Faming estaba muerto sobre el suelo, donde parecía haber caído tras alguna pelea terrible. No mostraba ninguna señal, pero su rostro estaba horriblemente distorsionado; como el rostro de un hombre que hubiera sido aplastado por alguna fuerza sobrehumana… como la de una serpiente gigantesca.
Fin