La hija del rey Dragón
En los tiempos del período Yifeng (676-678), un bachiller llamado Liu Yi, al fracasar en un examen oficial decidió regresar a orillas del río Xiang (provincia de Hunan). Como tenía un paisano que residía en Jingyang (provincia de Shaanxi), allí fue a decirle adiós. Apenas recorrió algunos kilómetros, cuando al levantar repentino vuelo una bandada de pájaros, su caballo se encabritó, se puso a galopar desbocado y solo se detuvo después de haber corrido dos leguas. Allá el jinete divisó a una mujer que hacía pastar unos corderos no muy lejos del camino. Al mirarla detenidamente la encontró maravillosa. Pero sus cejas finamente arqueadas expresaban preocupación, y su ropaje ajado y arremangado acentuaba el gesto pesaroso y absorto de quien está dominado por la zozobra.
-¿Qué ocurre como para provocarle tanta preocupación? — le preguntó Liu.
Al comienzo ella le agradeció con una sonrisita; después rompió a llorar y le respondió:
-¡Soy tan desgraciada! Puesto que usted se digna interesarse del dolor que me penetra hasta la médula de los huesos, por más que me abruma la vergüenza, me resulta imposible guardar silencio. Le ruego me escuche con atención: soy la hija menor del rey dragón del lago Dongting. Mis padres me hicieron casar con el segundo hijo del dragón del río Jing, pero mi marido, de naturaleza voluble, se dejó seducir por sus criadas y cada día me maltrataba más y mejor. Entonces me quejé a mis suegros, pero ellos mimaban demasiado a su hijo como para asumir mi defensa. Ofendidos por mis reiteradas quejas, terminaron por exilarme en este lugar.
Al terminar estas palabras, ella desfalleció y rompió a llorar.
-¡El lago Dongting está tan lejos de aquí! — prosiguió —. Sola, frente a este inmenso horizonte, ¿cómo hacer llegar un mensaje a los míos? Tengo destrozado el corazón y fatigados los ojos de tanta espera, pero nadie conoce mi desgracia. Puesto que usted se dirige hacia el sur pasará muy cerca del lago Dongting, ¿puedo confiar una carta en sus manos?
-Soy un hombre de bien — respondió Liu —. ¡Al escuchar sus palabras siento hervir mi sangre! Le ruego me acepte como un humilde servidor. No pido otra cosa que llegar allí volando, aunque sea sin alas. Pero el lago Dongting es muy profundo y yo apenas si marcho sobre la tierra. ¿Cómo podré llevar su mensaje? Puesto que las vías terrestres y ultraterrestres no se comunican, mucho me temo que voy a decepcionarla, fallando en mi misión. ¿Conoce usted el medio que me permita llegar a feliz término?
-¡Nunca podré expresarle cuánto me conmueve su bondad! — le respondió ella en medio de llantos —. Si alguna vez lograse una respuesta a mi mensaje, no me bastará toda una vida para testimoniarle mi agradecimiento. ¿Cómo es que me atreví a hablar sin su previo consentimiento? Ahora le puedo decir que no es más difícil llegar a Dongting que ir a la capital.
Y respondiendo a las preguntas de Liu, ella precisó:
-Al norte del lago Dongting hay un gran naranjo, venerado por los campesinos como el árbol sagrado de la aldea. Tome este cinturón, ate cualquier cosa en su extremo, y golpee tres veces sobre el tronco del árbol. Alguien se presentará a su llamado. Sígalo y no tendrá ninguna dificultad. Seré muy feliz que fuera de esta carta pueda decirles a mis padres todo lo que termino de confiarle con el corazón abierto. ¡No deje de hacerlo, se lo suplico mil y mil veces!
-Estoy a sus órdenes — le respondió Liu.
Entonces ella retiró una carta del bolsillo y se la entregó con una reverencia. Después dirigió la mirada hacia el oriente y lloró, incapaz de contener su dolor. Profundamente emocionado, Liu puso la carta, en su bolso y formuló una última pregunta:
-¿Por qué cuida usted estos corderos? ¿Acaso las divinidades comen también carne?
-No — respondió ella —. Estos no son corderos, sino los mandaderos de la lluvia.
-¿Qué quiere decir?
-Que pertenecen a la categoría de relámpagos y truenos.
Liu miró con atención a los corderos y observó que marchaban con la cabeza alta y los ojos fulgurantes. Su modo de pastar y de beber resultaba completamente sorprendente, pero en cuanto a la talla, a los cuernos y vellones, nada se diferenciaban de los corderos ordinarios.
-Como soy su mensajero — agregó Liu — espero que cuando usted vuelva al lago Dongting no se niegue a recibirme.
-¡Qué ocurrencia! — exclamó ella—. ¡Le guardaré el afecto que solo se tiene a un pariente!
Se dijeron adiós y se separaron. Liu se dirigió hacia el este. Después de recorrer varias docenas de pasos, él se dio vuelta: la mujer y los corderos ya habían desaparecido.
Esa misma noche arribó a la ciudad y se despidió de su amigo. Un mes después llegó a su país natal, ordenó sus cosas y de inmediato se dirigió al lago Dongting. Exactamente al sur del lago encontró al naranjo sagrado, y una vez retirado su cinturón, golpeó tres veces el tronco y esperó. Pronto vio salir del agua a un guerrero que le preguntó:
-¿De parte de quién viene usted, querido huésped? Sin revelar aún toda la verdad, respondió:
-Deseo visitar a su gran rey.
Hendiendo las aguas para abrirle camino, el guerrero guió a Liu hasta el fondo del lago, haciéndole esta recomendación:
-Cierre los ojos y llegará en un instante.
Liu obedeció y al instante se encontró adelante de un gran palacio, con grupos de pabellones con millares de portales y arcadas, rodeados de todas clases de plantas y árboles de los más raros del mundo. El guerrero le hizo señal de detenerse en el extremo de un gran salón:
-¿Quiere el huésped tener la amabilidad de esperar aquí?
-¿Qué edificio es éste? — preguntó Liu.
-Es el Palacio de la Bóveda Divina — respondió.
Mirando con detención a su alrededor, Liu vio que el palacio contenía todas las piedras preciosas conocidas: columnas de jade blanco, escaleras de jaspe, lechos de coral, cortinas de cristal, dinteles de esmeralda incrustada de esmaltes, artesonados de luces de arco iris con aplicaciones de ámbar. Del conjunto surgía una impresión de belleza extraña, imposible de describir.
Mientras el rey se hacía esperar, Liu preguntó:
-¿Dónde está el príncipe de Dongting?
-Su Majestad se encuentra en el Pabellón de Perlas Negras — respondió el guía —. Está conversando con el Sacerdote del Sol sobre la Teoría del Elemento Fuego. Pero pronto terminarán.
-¿Qué significa esa teoría? — preguntó Liu.
-Nuestro príncipe es un dragón — dijo el hombre —. Vale decir que el agua es su elemento. Con una sola gota de agua puede inundar montañas y valles. El sacerdote taoísta es un hombre, en consecuencia el fuego es su elemento. Con una antorcha puede incendiar todo un palacio. Las propiedades de los elementos son diferentes; sus efectos no son los mismos. Como el Sacerdote del Sol es un experto en las leyes de la naturaleza humana, nuestro príncipe lo invitó para conversar con él.
Apenas terminó la explicación cuando se abrió la puerta del palacio. En medio de una escolta de nubarrones apareció un hombre vestido de púrpura, con un cetro de jaspe en la mano. Transportado de júbilo, el guerrero exclamó:
-¡He aquí nuestro rey!
Después el guía se adelantó para anunciar la llegada de Liu. El rey giró su mirada hacia el viajero y le preguntó:
-¿No es usted del mundo humano?
Liu respondió afirmativamente mientras hacía una reverencia. El rey le devolvió su saludo y lo hizo sentar en el Palacio de la Bóveda Divina.
-Nuestro reino de las aguas es profundo y sombrío — dijo el rey dragón —. Y yo no soy sino un ignorante. ¿Qué razón le trae aquí, señor, a través de una distancia de mil leguas?
-Soy un compatriota de Su Majestad — dijo Liu —. Nacido en el sur, cursé mis estudios en el noroeste. Luego de fracasar en un examen, hace de esto poco tiempo, al pasar por la orilla del río Jing encontré a su querida hija que hacía pastar unos corderos en pleno campo. Los cabellos al viento, mojada bajo la lluvia, me dio pena verla. La interrogué y ella me respondió que estaba en esa condición por los maltratos de su marido y el abandono de sus suegros. Mientras me hablaba vertió muchas lágrimas que me llegaron directamente al corazón. Después me confió una carta y le prometí entregársela a usted. He aquí porque estoy ante su presencia.
Entonces le entregó la carta al rey, quien después de leerla escondió el rostro detrás de la manga y se puso a llorar.
-¡Toda la culpa fue mía, culpa de su viejo padre! Fui como un hombre ciego y sordo, sin sospechar siquiera que lejos de aquí mi pobre hija había caído en desgracia. Pero usted, señor, aunque extraño a nosotros, ha venido en nuestra ayuda. ¡Mientras viva no podré olvidar nunca su bondad!
El rey lloró un poco más y su séquito lo acompañó en las lágrimas.
Entonces un eunuco del palacio se acercó al rey, quien le entregó la carta con la orden de pasarla a las mujeres que se encontraban en el palacio interior. Momento después se escucharon los lamentos que llegaban de los apartamentos interiores. Alarmado, el rey dijo a sus súbditos:
-Ordenen rápido a las mujeres que no alboroten, no sea que las escuche el príncipe de Qiantang.
-¿Quién es ese príncipe? — preguntó Liu.
-Es mi hermano menor — dijo el rey dragón —. Fue príncipe del río Qiantang, pero ahora vive en situación de retiro.
-¿Por qué no quiere usted que sepa la novedad? — preguntó Liu.
-Porque es demasiado impetuoso — dijo el rey —. Tiempo ha, los nueve años de diluvio bajo el reinado de Yao el Sabio fueron la consecuencia de uno de sus accesos de cólera. Ultima-mente querelló con los generales del Cielo e inundó las Cinco Montañas. Como tengo a mi favor algunos méritos viejos y recientes, el Soberano del Cielo acordó su perdón a mi hermano, pero en cambio debe ser guardado aquí con cadenas. La gente de Qiantang espera todos los días su retorno.
Al terminar estas palabras se produjo un gran alboroto. Parecía como si el cielo se desplomase y se hundiese la tierra. Todo el palacio fue sacudido como una espiga en medio de un temporal. Entre los torbellinos de humo y nubarrones surgiendo de todas partes, apareció un dragón escarlata, de mil pies de largo, ojos de relámpago, lengua de sangre, escamas bermellón, crines de llamas. En el cuello llevaba una gran cadena de oro atada a un pilar de jade. Y repentinamente envuelto en truenos y relámpagos, al mismo tiempo que se desencadenaba una tempestad de nieve y granizo, se lanzó hacia el cielo azul y desapareció.
Dominado por el pánico, Liu cayó a tierra. El rey fue en persona a levantarlo y lo tranquilizó:
-No tenga miedo, no es nada.
Después de un buen momento nuestro bachiller comenzó a recobrar el espíritu. Cuando se sintió suficientemente recuperado pidió permiso para retirarse:
-Permítame salir vivo de aquí y no volver nunca más.
-No tiene ninguna necesidad de partir — dijo el rey —. Mi hermano tiene la costumbre de irse así, pero no volverá del mismo modo. Tenga la bondad de permanecer un momento más.
Ordenó que trajeran licores. Y con toda cordialidad comenzó a brindar.
Pronto se levantó una brisa de alegría que trajo nubes de buenos augurios. En un desfile de estandartes y banderas, al son de flautas y caramillos, detrás de miles y miles de doncellas vestidas de rojo que charlataneaban y reían a carcajadas, avanzaba una bella doncella de cejas bien arqueadas, cubierta de joyas resplandecientes y vestida de seda que flotaba en largas cintas. Cuando se acercó Liu pudo comprobar que ella no era otra que la bella afligida que le confió el mensaje; ahora tenía un gesto feliz y triste a la vez, y aún se le deslizaban algunas lágrimas de alegría. Y mientras que humaredas rojas y púrpuras se elevaban a su alrededor y llegaban a velar su figura, ella penetró en el palacio interior, en medio de densos perfumes que danzaban a su alrededor.
Riéndose, el rey le dijo a Liu:
-¡Aquí está de vuelta la cautiva del río Jing!
Se excusó y volvió a entrar en el palacio interior, sintiéndose los ecos de dulces efusiones que duraron un buen rato. Después volvió el rey y comenzó a beber con Liu. Se encontraba allí otro hombre, vestido de púrpura, un cetro de jaspe en la mano, que se mantenía al lado del rey con un gesto de orgullo y magnificencia. El rey le presentó a Liu:
-Este es el príncipe de Qiantang.
Liu se levantó y fue a saludarlo. El príncipe le devolvió el saludo con la mayor cortesía y le dijo:
-Mi pobre sobrinita ha sido lastimosamente humillada por el granuja de su marido. Señor: gracias a su magnanimidad, las noticias tan lejanas de sus desgracias han podido llegar a nuestros oídos. Sin su gentil intervención, la pobrecita hubiese llegado a confundirse con el lodo del río Jing. Mis palabras son impotentes para expresar mi agradecimiento.
Liu le agradeció con una reverencia y volvió a su lugar sin atreverse a agregar una palabra más. Entonces el príncipe se volvió hacia su hermano mayor y le contó su aventura:
-Después de partir esta mañana del Palacio de la Bóveda Divina, llegué en dos horas al río Jing; el combate que allí libré demoró otras dos horas, y otro tanto me llevó volver hasta aquí. En el camino de vuelta volé hasta el noveno cielo y tuve una entrevista con el Soberano Celestial. Cuando supo la injusticia cometida me perdonó y me absolvió de la vieja condena. Esta mañana estuve demasiado dominado por mi indignación y demasiado apurado para decirle adiós. Lamento haber alborotado todo el palacio y sobre todo considero imperdonable el haber alarmado a nuestro querido huésped.
Y el príncipe retrocedió haciendo otra reverencia.
-¿Cuánta gente ha matado? — le preguntó el rey.
-Seiscientos mil.
-¿Destruyó campos?
-Alrededor de trescientas leguas.
-¿Dónde está ese marido ingrato?
-Me lo comí.
Tocado por la piedad, el rey dijo:
-Es cierto que ese granuja era intolerable. Pero a usted se le fue la mano. Felizmente el Emperador del Cielo, siempre clarividente, le ha perdonado a causa de la gran injusticia que provocó tanta destrucción. ¿De otro modo, cómo podría asumir su defensa? Es preciso no actuar en adelante de este modo.
El príncipe hizo otra reverencia.
Esa noche alojaron a Liu en el Salón de la Claridad Cristalina. Al día siguiente fue ofrecida en el Palacio de las Esmeraldas otra fiesta en su honor. Participó toda la familia real. Hubo un gran concierto y sirvieron todas clases de buenos vinos y manjares delicados. Como comienzo, a la orden del salón, diez mil soldados danzaron al son de trompetas, cuernos, tambores y juegos de campanas, enarbolando estandartes, espadas y alabardas. Uno de los guerreros avanzó para anunciar que se trataba de la Marcha Triunfal del Príncipe de Qiantang. Esa danza marcial fue ejecutada con tanta bravura y fogosidad que puso en carne de gallina a todos los espectadores. Después, al son de gongs, címbalos e instrumentos de cuerdas y de bambú, un millar de doncellas vestidas de seda y adornadas con perlas y jade danzaron en el lado izquierdo del salón. Una de las danzarinas se destacó para anunciar que era la celebración del retorno de la princesa. Las melodías eran tan suaves y quejumbrosas que sin quererlo todo el mundo dejó caer las lágrimas. Terminadas las dos danzas, el rey dragón, transportado de alegría hizo distribuir piezas de seda a los danzarines y danzarinas. Después todos los invitados se apretaron en sus puestos del festín y tomaron vino hasta más no poder.
En plena fiesta el rey se incorporó y golpeando la copa sobre la mesa, cantó:
¡Vasto es el gran cielo azul y la tierra sin límite!
Infinito el ideal que cada uno guarda en sí mismo.
El zorro se cree dios, y la rata se cree santa,
ensuciando el templo, escondida bajo su muro.
¡De repente un trueno y todo es disperso!
¡Gracias a su bondad que derramó a mares,
al fin volvió mi hija a los brazos paternales!
No encuentro ninguna palabra para decirle gracias
Después que cantó el rey, el príncipe de Qiantang hizo una reverencia y contestó:
Unidos por el cielo y separados por la muerte
él fue un esposo indigno, y ella la mal casada.
Al borde del río Jing arrastró su desgracia,
cabellos sueltos al viento, ropa empapada de lluvia.
¡Gracias a usted, oh señor, mensajero valiente,
aquí estamos reunidos, más felices que nunca!
¡Jamás, por siempre jamás, lo podremos olvidar!
Terminado el canto, el rey y el príncipe se levantaron y ofrecieron al unísono una copa a Liu, quien vacilando al principio, terminó por aceptar y la vació de un trago. Después presentó a su vez dos copas a los dos príncipes y cantó:
Las nubes de jade pasan, del mismo modo que fluye el agua.
¡Oh princesa que llora como una flor bajo la lluvia!
Un mensaje enviado la liberó de la pena.
Vengado su ultraje, hela aquí serena.
¡Gracias por el concierto, gracias por el festín!
Mi casa en la montaña espera al peregrino.
¡Les diré adiós con el corazón partido de dolor!
Cuando terminó de cantar los vivas surgieron de todas partes. El rey retiró de una caja de jaspe un cuerno de rinoceronte, muy apropiado para abrir los ojos. Al mismo tiempo el príncipe dispuso sobre una bandeja de ámbar un jade que esclarecía la noche. De pie le ofrecieron estos presentes a Liu, quien los aceptó con muchos agradecimientos. Después todas las mujeres del palacio interior lo cubrieron con piezas de seda, con perlas y piedras preciosas, que como montículos resplandecientes fueron elevándose adelante y detrás de él. Y Liu no dejaba de mirar a todos lados, confuso y sonriente, saludando sin cesar. Al fin del festín, ya ahíto de vino y placer, se retiró y pasó la noche en el Salón de la Claridad Cristalina. Al día siguiente lo volvieron a festejar una vez más en el Pabellón de la Luz Límpida. El príncipe de Qiantang, con los vapores del vino en el cabeza, combado como una fiera, le dijo a Liu con un gesto brutal:
-¿Sabe usted que una roca dura se raja, pero no se dobla, y que un bravo prefiere hacerse matar antes que humillarse? Quiero proponerle una cosa. Si usted consiente, todo irá bien entre nosotros. En caso contrario, pereceremos los dos. ¿Qué le parece?
-Tenga la bondad de decirme de qué se trata — le respondió Liu.
-Usted sabe que la mujer del señor de Jing es la hija de nuestro soberano — dijo el príncipe —. Bella y virtuosa, ella es altamente considerada por todo el mundo. Por desgracia ha sido víctima de un hombre indigno. Pero ahora todo ha terminado. Yo quisiera presentársela, y sería feliz de contarlo a usted como un pariente para siempre. De tal modo, aquella que todo le debe por reconocimiento tendrá la felicidad de servirle y nosotros que tanto la queremos tendríamos el placer de verla en buenas manos. Un hombre magnánimo no se detiene a medio camino. ¡Acéptela!
Liu se mostró grave un instante. Después rompió a reír y dijo:
-Jamás pensé que el príncipe de Qiantang tuviese ideas tan poco dignas de un hombre galante. Creo haber escuchado bien que al montar en cólera usted ha saltado los nueve continentes y desplazó las cinco cordilleras. Además le he visto romper la cadena de oro y arrancar el pilar de jade para correr a vengar a su sobrina. Me parecía que nadie podía compararse con usted por la bravura y el sentido del honor; correr a la muerte para vengar una ofensa, arriesgar la vida por una persona querida, he aquí en efecto las verdaderas muestras de la grandeza. Pero ahora que los músicos afinan sus melodías, y que el huésped y el anfitrión están en perfecta armonía, ¿por qué trata usted de imponerme su voluntad sin ninguna preocupación por el honor? ¡No es esto lo que esperé de usted! Si usted me sorprendiese sobre un mar en furia, o en una montaña tenebrosa, entonces podría intimidarme con sus escamas y sus barbas de erizo, para cubrirme de nubes y lluvia y amenazarme de muerte; en ese caso le consideraría una fiera y no le reprocharía nada. Pero ahora se presenta como un ser humano, sentado aquí para charlar sobre cosas mundanas, y tan bien logró mostrar todos los sentimientos humanos y todas las delicadezas de conducta, que seguramente entre los hombres hay pocos valientes y sabios que le puedan igualar, sin hablar de los monstruos acuáticos. ¿Será posible que empleando las ventajas de su cuerpo de reptil, de su temperamento violento y del pretexto de la borrachera se atreva a obligarme a torcer una conducta? He aquí lo que no encuentro nada correcto. Cierto es que mi cuerpo es bien débil, y yo quepo perfectamente sobre una sola de sus escamas. Sin embargo, con mi corazón invencible espero triunfar sobre su inhumanidad. Príncipe: ¡Espero que reflexione usted un poco!
Avergonzado y confuso, el príncipe se excusó:
-Aunque educado en el palacio, he permanecido ignorante en las reglas de etiqueta. Por ello me he excedido en mis palabras y le he herido en sus principios de honor. Reconozco que he cometido una falta realmente reprobable y me sentiré muy feliz que usted tenga a bien conservar intacta su amistad hacia mí.
Esa noche hubo aún otro festín donde reinó la misma alegría que las veces anteriores. Liu y el príncipe se hicieron buenos amigos. Al día siguiente Liu pidió permiso para irse. La reina ofreció otra fiesta en su honor en el Salón de la Luz Difusa, que se llevó a cabo en compañía de gran número de concubinas, sirvientas y eunucos. Derramando lágrimas, la reina le dijo:
-Mi hija se siente tan endeudada por su bondad que jamás podremos testimoniar satisfactoriamente nuestra gratitud. ¡Y tan pronto usted nos quiere abandonar!
Hizo venir a la princesa para que le diese las gracias.
-¿Volveremos a vernos un día? — le preguntó la reina.
En ese momento Liu se arrepintió de no haber aceptado la proposición del príncipe de Qiantang. Sentía el corazón pesado de pena. Terminado el ágape, todos se despidieron con lágrimas en los ojos. En el momento de partir, lo cargaron con nuevos regalos, entre los cuales había incontables joyas preciosas.
Liu salió del lago por el mismo camino de su llegada, escoltado por una docena de hombres que cargados con su equipaje no lo abandonaron hasta dejarlo sano y salvo en su casa. Después se dirigió a Yangzhou, a casa de un joyero, para vender algunas de las joyas, de las cuales bastaba una pequeña parte para convertirlo en millonario. En toda la costa derecha del río Huai no hubo hombre rico que pudiese comparar su fortuna con la de Liu.
Se casó con una muchacha llamada Zhang, que falleció poco tiempo después de la boda. Volvió a casarse pronto con otra llamada Han, quien murió algunos meses después. Entonces Liu abandonó su tierra natal y se instaló en Nanjing.
A menudo el tedio de la viudez le hizo pensar en casarse nuevamente. Lo visitó una casamentera que le hizo esta proposición:
-Conozco una dama llamada Lu, oriunda del distrito de Fanyang. Su padre Lu Hao fue magistrado de Qingliu. En su vejez lo dominó el taoísmo y comenzó a errar solo entre las nubes y los manantiales y desapareció no se sabe dónde. Su madre se llama Zheng. El año pasado la joven se casó y entró a formar parte de la familia Zhang de Qinghe, pero desgraciadamente el marido murió poco tiempo después. Su madre, que tanto se lamenta por la juventud y belleza de la joven viuda, quisiera encontrarle un buen marido. ¿Será posible que ella le interese?
Liu buscó un día propicio para celebrar la boda. Como las dos familias pertenecían a la mejor sociedad, la magnificencia de las ceremonias, de los ajuares y regalos dejaron con la boca abierta a todos los nanjineses.
Un mes después del casamiento, al entrar cierta noche en la alcoba, Liu observó detenidamente a su esposa y la encontró muy parecida a la hija del rey dragón, aunque bien podía asegurar que su mujer la sobrepasaba en belleza. Entonces le contó lo sucedido.
-¿Será posible algo parecido? — le dijo su esposa.
Un año más tarde tuvieron un hijo y Liu la quiso aún más.
Un mes después del nacimiento del hijo, ataviada con un vestido suntuoso y recubierta de joyas, su mujer recibió en la casa a todas las relaciones. En el curso de la recepción, le dijo a Liu con una sonrisita:
-¿Será posible que no recuerde haberme visto hace mucho tiempo? :
-Una vez fui mensajero de la hija del rey dragón — respondió Liu —. Nunca olvido eso.
-Yo soy la hija del rey dragón — dijo su esposa —. Gracias a usted fue denunciada la injusticia en el río Jing, de modo que juré dedicar mi vida para testimoniar mi gratitud. Pero puesto que usted rechazó la proposición de mi tío, como vivíamos lejos uno del otro y en dos mundos diferentes, no pudimos cambiar una sola palabra. Mis padres desearon casarme con el hijo del dios del río Zhoujin y yo no podía faltar a mi juramento, ni desobedecer a mis padres. ¿Qué hacer entonces? Aunque usted me rechazó y me fue imposible verlo, juré que de cualquier modo le reservaría mi corazón hasta la muerte. Y confié mi pena a mis padres; se compadecieron y me dejaron en libertad para partir en su búsqueda. Pero por entonces usted tomó por esposas a las señoritas Zhang y Han. Cuando ellas se murieron una tras otra y usted se trasladó aquí, se presentó la ocasión favorable y mis padres fueron felices de que finalmente pudiesen realizarse mis esperanzas. Ahora que he logrado poder servirlo y amarlo para toda la vida, ya puedo morir con mis deseos colmados.
Ella se puso a llorar con cálidas lágrimas y continuó:
-Si de inmediato yo no le he dicho quien era, fue porque sé que mi belleza no hizo mella en su espíritu. Si ahora me confieso es porque usted me ha dado pruebas de su amor. Una mujer como yo es indigna de su corazón. Como sé que desea tener un hijo, le ofrezco uno para ganar el derecho de vivir a su lado. ¿Consiente usted en eso? Antes de saber si usted me amaba, la angustia y la tristeza desgarraban mi corazón. El día que usted fue mi mensajero, me dijo sonriente: “Espero que no se olvide de mí después de volver al lago Dongting”. ¿Pensó en ese momento en lo que somos ahora? Más tarde, cuando mi tío le propuso este casamiento, usted lo rechazó categóricamente. ¿Por qué? ¿Es que usted realmente no lo deseaba, o bien se negó porque lo había ofendido? ¡Dígamelo!
-Todo está señalado por el destino — respondió Liu —. Cuando la vi por primera vez a orillas del río Jing, la encontré tan pálida y agotada de dolor que me dominó la idea de tomar su defensa. Pero en ese momento el corazón no captó otra cosa que su dolor, sin pensar en otras implicaciones. Si le dije que esperaba que deseaba en el futuro otro encuentro, fue debido a que esas palabras se escaparon por azar y nada más. Cuando el príncipe de Qiantang quiso imponerme el casamiento, su insolencia me puso furioso. En definitiva solo quise hacer un acto de justicia. ¿Cómo podía casarme con una mujer a la que terminaba de causar la muerte del marido? He aquí la primera razón de mi rechazo. Y además, siendo la integridad la base de mi conducta, ¿cómo podía rebajarme a violentar mi conciencia? Esta es la segunda razón de mi rechazo. Esa vez en el festín, razoné de acuerdo a mis principios, sin pensar en otra cosa que en la corrección, sin temer a nada, ni a nadie. Pese a ello, el día de mi partida, al ver la ternura de sus ojos, me arrepentí de todo corazón por lo que dije. Después, tomado por el torbellino de las cosas humanas, me encontré con la imposibilidad de testimoniarle mi sentimiento. ¡Qué alegría encontrarla ahora como miembro de la familia Lu! En todo caso, el amor que guardé en el corazón no fue una pasión efímera. ¡En adelante la amaré siempre con un corazón sereno!
Profundamente emocionada, su mujer no pudo hacer otra cosa que derramar lágrimas y después agregó:
-Aunque soy de otra esencia que los humanos, no me crea desprovista de sentimientos. ¡Sabré responder a su bondad! Puesto que todo dragón puede vivir diez mil años, usted tendrá a mi lado la misma longevidad. Pasaremos libremente por cualquier lado, sobre la tierra y bajo el mar. ¡Tenga confianza en mí!
-¡Jamás imaginé que iba a ofrecerme la inmortalidad de los dioses! — exclamó Liu riéndose jubiloso.
Los dos volvieron entonces al lago Dongting, donde la magnificencia de la recepción real superó toda descripción.
Más tarde se instalaron en Nanhai (Guangzhou) durante cuarenta años. Sus castillos, ropajes y festines fueron de un esplendor principesco. Liu se mostraba generoso con todas sus relaciones. A pesar de su edad ya avanzada, la perennidad de su aspecto juvenil era la admiración de todos. Durante el período de Kaiyuan (713-741), el emperador, deseoso de encontrar el secreto de la larga vida, ordenó su búsqueda a todos los alquimistas del reino. Entonces Liu se sintió vigilado e intranquilo, y prefirió volver con su mujer al lago. Allí se perdieron durante más de diez años sus huellas en el mundo. Hacia el fin del período Kaiyuan, su joven primo Xue Gu, destituido de su función de magistrado en la capital, fue exilado en el sudeste. Cuando atravesaba en pleno día el lago Dongting y miraba hacia lo lejos, pudo ver como de repente surgía del agua una montaña toda verde. Los remeros se apresuraron para llegar a la costa, exclamando:
-¡No hay ninguna montaña por ese lado! ¡Debe ser un monstruo del agua!
En el tiempo de un parpadear la montaña se acercó a la barca. Una embarcación pintada de colores vivos descendió lentamente de la montaña y se dirigió directamente a la barca de Xue. Y alguien le gritó:
-¡El amo Liu le invita a pasar!
Entonces Xue comprendió. Tan pronto llegó al pie de la montaña, se arremangó su túnica y trepó rápidamente. Allá arriba había palacios como los de la tierra y Liu estaba allí, los músicos delante de él, y detrás las doncellas cubiertas de perlas. La riqueza de los objetos de arte sobrepasaba en mucho a la del mundo de los hombres. Hablando con mayor elocuencia que antes, y viéndose aún más joven, Liu lo recibió en la escalinata. Tomándolo de la mano le dijo:
-Hace poco tiempo que dejamos de vernos y sus cabellos ya están grises.
-Usted está destinado a la inmortalidad, mientras que ¡pobre de mí!, algún día me convertiré en huesos secos — replicó Xue con una sonrisa.
Entonces Liu le dio cincuenta cápsulas, diciéndole:
-Cada una de estas píldoras le dará un año más de existencia. Cuando se acerque el término de su vida, no deje de volver aquí. No es necesario quedarse demasiado tiempo en el mundo humano, donde se debe sufrir tanto.
Festejaron alegremente el encuentro, y después Xue se retiró. Liu entonces pareció desvanecerse sin dejar otros rastros de su vida, pero Xue a menudo contaba esa historia a sus relaciones. Cuarenta y ocho años después, Xue desapareció a su vez.
Yo, Li Chaowei, de la provincia de Gansu, me siento colmado de admiración al escribir esta historia. Esta nos demuestra que las principales de las cinco categorías de seres vivientes, poseen fuerzas sobrenaturales. Sin tales propiedades, ¿cómo los reptiles podrían expresar virtudes humanas? El rey dragón de Dongting se muestra realmente poderoso y magnánimo, mientras que la impetuosidad y la franqueza caracterizan la conducta del príncipe de Qiantang. Por cierto son virtudes que deben transmitirse de muy lejos. Xue Gu, primo de Liu, fue el único ser humano que pudo aproximarse al reino de las aguas. Desgraciadamente ha contado esta historia sin escribirla. Y como es interesante, la transcribo aquí.
FIN
Li Chaowei. El ilustre escritor y poeta chino de la dinastía Tang, cuyos versos resonaron en el siglo VIII, es un tesoro literario que perdura en el tiempo. Nacido en la provincia de Shaanxi, en el noroeste de la vasta China, su legado literario es una joya que brilla con destreza y creatividad.
Sus cuentos, impregnados de elementos sobrenaturales y fantásticos, cautivan a los lectores con su riqueza narrativa. Entre sus obras más destacadas, "La hija del rey Dragón" destaca como una joya de la literatura china. En esta narración, una mujer desesperada busca la ayuda de seres divinos para transmitir un mensaje crucial a su familia, desencadenando un relato de intrigas y rescates, donde un monje taoísta se convierte en su aliado inesperado.
Otro relato icónico de Li Chaowei es "El cuento de Li Wa", que narra la venganza de una mujer traicionada por su esposo infiel. Este cuento, cargado de emoción y determinación, muestra el ingenio y la fuerza de carácter de su protagonista.
Además, "El cuento de la princesa de la cueva" se destaca como una historia de amor que trasciende las barreras entre lo divino y lo humano, tejiendo una trama de romance y sacrificio.
Li Chaowei, hermano menor del renombrado poeta Bai Juyi, también sirvió en el gobierno durante su vida. Su obra no solo dejó una huella indeleble en la literatura china de la dinastía Tang, sino que también inspiró a generaciones posteriores de escritores, incluyendo figuras ilustres como Pu Songling y Cao Xueqin.
Hoy, los cuentos de Li Chaowei continúan cautivando a lectores de todo el mundo, preservando su rica imaginación y habilidades literarias como un legado invaluable de la literatura china antigua. Su obra, llena de ingenio y profundidad, sigue siendo una ventana a la riqueza cultural y narrativa de la antigua China.