Invocación para desorejarse
Para que el sombrero pudiese penetrar en mi testa, decidieron cortarme las dos orejas. Admiré sus deseos de exquisita simetría, que hizo que desde el principio su decisión fue de cortarme las dos orejas. Me sorprendió que tan lejos como era posible de un hospital, me fueran arrancadas con un bisturí que convertía al rasgar la carne en seda. Una urgencia como si alguien estuviese esperando en compraventa mis dos orejas. No hubo ninguna deliberación, pero comprendí que habían decidido que no se las llevaran. En sentido inverso, teniendo una en cada mano, las frotaron una sola vez contra el mármol de la repisa. Entró la patrona cantando y oprimió un limón contra la mancha que había quedado en la repisa. Pensé que se desprendería un humo o que se avivaría la mancha. Pensé, pero, cuando me asomé cuidadosamente, todo estaba igual, salvo el gesto de la patrona de encajarse en aquella situación cantando. Días después vi que arrojaba las gotas de limón en la parte de la repisa que no estaba manchada. Luego, tendría que repetirse la ceremonia o mi sacrificio estaba fuera de lugar, y no era a mí a quien deberían haber arrancado las dos orejas. Sentí que era llamado para la otra ceremonia: dejarse injertar unas bolas azafranadas en el hueco dejado por las orejas. Unos mozalbetes, tal vez soldados vestidos de paisano, colocaban las borlas en unas grietas abiertas en las paredes. No sé si era un aprendizaje o un hecho que se aclararía después. Mientras yo esperaba la ceremonia y los soldados continuaban martillando, la patrona volvió a penetrar, ahora no cantaba, sino recogió una gran cantidad de almejas ya vaciadas que estaban por el suelo. Las hacía caer en su falda como si fueran flores. Luego, la noche anterior habían estado comiendo allí, antes de yo llegar, cuando aún tenía mis dos orejas. Me van pasando las borlas azafranadas de una a otra oreja, y la patrona me mira despacio, me recorre, me humedece. «Mañana, dice, volveré a recoger más almejas, traeré la canasta». «Mire, me dijo, si puedo hacerlo, como está tendido mi delantal, tengo las uñas como comidas en una pesadilla, pero eso sí lo he dejado como la nieve». «Todo lo que sale de esta casa, me dice con malicia, sale bien hecho». Claro, mis dos orejas han sido cortadas, me cuelgan dos borlas azafranadas, y cuando me asomo veo un delantal inmensamente blanco, no se mueve, y por la tarde guardo caparazones vacíos de almejas. Otro delantal, otro delantal, delantales, otro delantal, otro delantal.
FIN
José Lezama Lima. José María Andrés Fernando Lezama Lima, nacido el 19 de diciembre de 1910 en el campamento militar de Columbia, La Habana, Cuba, y fallecido el 9 de agosto de 1976 en su ciudad natal, fue mucho más que un poeta, novelista, cuentista, ensayista y pensador estético cubano: fue un ícono literario cuya influencia perdura en la literatura hispanoamericana hasta nuestros días.
Lezama Lima emergió como una figura central en la escena cultural cubana del siglo XX, destacándose por su genio poético y su capacidad para fusionar el lirismo con la reflexión filosófica. Su obra cumbre, la novela "Paradiso", es reconocida como una de las más importantes en la lengua española y figura entre las mejores del siglo XX, según el periódico español El Mundo. Su estilo, marcado por el neobarroco americano, se caracteriza por la riqueza lingüística, el simbolismo profundo y la exploración de temas universales como el amor, la identidad y la búsqueda espiritual.
Desde sus primeros años, Lezama Lima mostró una inclinación hacia las letras, lo que lo llevó a fundar varias revistas literarias y a colaborar con destacados intelectuales de su tiempo. Su participación en el Grupo Orígenes, junto a figuras como Eliseo Diego y Cintio Vitier, contribuyó a consolidar su posición como líder intelectual en la Cuba de mediados del siglo XX.
A lo largo de su carrera, Lezama Lima desafió las convenciones literarias y sociales, explorando temas tabú y experimentando con formas narrativas innovadoras. Su novela "Paradiso", publicada en 1966 después de diecisiete años de arduo trabajo, generó controversia por su estilo barroco y sus pasajes homoeróticos, pero también recibió elogios entusiastas de escritores como Octavio Paz y Julio Cortázar, quienes reconocieron su singularidad y profundidad.
Sin embargo, la vida y obra de Lezama Lima estuvieron marcadas por la polémica y la adversidad. A pesar de su reconocimiento internacional, enfrentó la censura y el ostracismo por parte de las autoridades cubanas durante el llamado "Quinquenio gris", un período de represión cultural en la década de 1970. Aún así, su legado perdura, y su casa en La Habana Vieja ha sido convertida en un museo dedicado a su memoria, mientras que su influencia sigue siendo objeto de estudio y admiración en todo el mundo hispanohablante.