En el café

Café. Foto por karl chor en Unsplash
Café. Foto por karl chor en Unsplash

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Una de las últimas veces que estuve en un café fue un domingo  de verano, lo recuerdo bien, porque  casi todo  el mundo iba en mangas de camisa y sin corbata, y pensé: tal vez no sea domingo, como yo creía, y el hecho de que pensara exactamente eso hace que me acuerde. Me senté en una mesa en medio del local, a mi alrededor había mucha gente tomando canapés y bollos, pero casi todas las mesas estaban ocupadas por una sola persona. Daba una gran impresión de soledad, y como llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie, no me habría importado intercambiar unas cuantas palabras  con alguien. Estuve meditando un buen rato sobre cómo hacerlo, pero cuanto más estudiaba las caras a mi alrededor, más difícil me parecía, era como si nadie tuviera mirada, desde luego el mundo se ha vuelto muy deprimente. Pero ya había tenido la idea de que sería agradable que alguien me dirigiera un par de palabras, de modo que seguí pensando, pues es lo único que sirve. Al cabo de un rato supe lo que haría. Dejé caer mi cartera al suelo fingiendo que no me daba cuenta. Quedó tirada junto a mi silla, completamente visible a la gente que estaba sentada cerca, y vi que muchos la miraban de reojo. Yo había pensado que tal vez una o dos personas se levantarían a recogerla y me la darían, pues soy un anciano, o al menos me gritarían, por ejemplo: «Se le ha caído la cartera». Si uno dejara de albergar esperanzas, se ahorraría  un  montón  de decepciones. Estuve unos cuantos minutos mirando de reojo y esperando, y al final hice como si de repente me hubiera dado cuenta de que se me había caído. No me atreví a esperar más, pues me entró miedo de que alguno de aquellos mirones se abalanzara de pronto sobre la cartera y desapareciera con ella. Nadie podía estar completamente seguro de que no contuviera un montón de dinero, pues a veces los viejos no son pobres, incluso puede que sean ricos, así es el mundo, el que roba en la juventud o en los mejores años de su vida tendrá su recompensa en su vejez.

Así se ha vuelto la gente en los cafés, eso sí que lo aprendí, se aprende mientras se vive, aunque no sé de qué sirve, así, justo antes de morir.

FIN

Kjell Askildsen. (Mandal, Noruega, 30 de septiembre de 1929 - 23 de septiembre de 2021) fue un renombrado escritor y maestro del relato breve. Su debut literario en 1953, "Desde ahora te acompañaré a casa", recibió tanto aclamación como censura debido a su contenido sexual, siendo prohibido en la biblioteca de su ciudad natal.

Reconocido a nivel mundial, Askildsen ha sido traducido a cerca de veinte idiomas, ganándose el respeto de la crítica literaria. Su obra, caracterizada por un lirismo sin artificios y sutil ironía escandinava, sumerge al lector en un mundo inquietante y amenazante.

Sus relatos, como "Los perros de Tesalónica" y "Últimas notas de Thomas F. para la humanidad", son un ejemplo de su estilo conciso y pulso firme, capaz de plasmar la soledad y la complejidad de las relaciones humanas. Askildsen ha sido considerado un cronista magistral de los miedos y rencores ocultos bajo la fachada de una sociedad aparentemente próspera y complaciente.

Sus libros han sido editados por la Editorial Lengua de Trapo, en su mayoría traducidos por Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Entre sus obras destacan "Un vasto y desierto paisaje", ganadora del Premio de la Crítica en Noruega en 1983, y "Cuentos reunidos", una compilación de sus cautivadores relatos.

Con una legendaria carrera literaria, Kjell Askildsen ha dejado un legado invaluable en la literatura contemporánea escandinava y europea. Su capacidad para retratar la complejidad humana en breves líneas y su visión ácida y sarcástica de la realidad, lo convierten en un autor imprescindible para los amantes del buen relato.