El huracán
Me encontraba una noche solo en la gran colina contemplando una lúgubre y tétrica ciudad. Durante todo el día había perturbado el cielo sagrado con su humareda y ahora estaba bramando a distancia y me miraba colérica con sus hornos y con las ventanas iluminadas de sus fábricas. De pronto cobré conciencia de que no era el único enemigo de la ciudad, porque percibí la forma colosal del Huracán que venia hacia mí jugando ocioso con las flores al pasar; cuando estuvo cerca, se detuvo y le dirigió la palabra al Terremoto que como un topo, aunque inmenso, se había asomado por una grieta abierta en la tierra.
-Viejo amigo -dijo el Huracán-, ¿recuerdas cuando asolábamos las naciones y conducíamos los rebaños del mar a otros pastizales?
-Sí -repuso el Terremoto adormilado-. Sí, sí.
-Viejo amigo -dijo el Huracán-, hay ciudades por todas partes. Sobre tu cabeza, mientras dormías, no han dejado de construirlas por un instante. Mis cuatro hijos, los Vientos, se sofocan con sus humaredas, los valles están vacíos de flores y, desde que viajamos juntos por última vez, han talado los hermosos bosques.
El Terremoto se quedó allí echado con el hocico apuntando hacia la ciudad, pestañeando a la luz, mientras el Huracán estaba en pie a su lado mostrándosela con cólera.
-Ven -dijo el Huracán-, volvamos a ponernos en camino y destruyámoslas para que los hermosos bosques puedan volver y también sus furtivas criaturas. Tú abrumarás a estas ciudades sin descanso y pondrás a la gente en fuga y yo las heriré en el descampado y barreré su profanación del mar. ¿Vendrás conmigo y lo harás para gloria de la hazaña? ¿Desolarás el mundo nuevamente como lo hicimos, tú y yo, antes de que llegara el Hombre?
-Sí -dijo el Terremoto-. Sí.
Y nuevamente se metió en su grieta de cabeza contoneándose como un pato hasta el fondo de los abismos.
Cuando el Huracán se alejó a las zancadas, me puse en pie tranquilamente y partí, pero a esa hora a la noche siguiente volví cauteloso al mismo lugar. Allí encontré tan sólo la enorme forma gris del Huracán, con la cabeza entre las manos, llorando; porque el Terremoto duerme larga y pesadamente en los abismos y no despierta.
FIN
Lord Dunsany. Fue un escritor y dramaturgo anglo-irlandés que nació en Londres el 24 de julio de 1878 y murió en Dublín el 25 de octubre de 1957. Su nombre real era Edward John Moreton Drax Plunkett, y era el XVIII Barón de Dunsany, un título nobiliario que heredó de su padre en 1899. Se educó en el Eton College y la Real Academia Militar de Sandhurst, y participó como militar en la Guerra Bóer y la Primera Guerra Mundial. También fue un apasionado de la caza y el ajedrez, e inventó un juego de mesa llamado Dunsany's chess.
Dunsany es considerado uno de los pioneros del género de la fantasía heroica, y sus cuentos fantásticos influyeron en autores como H. P. Lovecraft, J. R. R. Tolkien, Jorge Luis Borges y Arthur C. Clarke. Entre sus obras más conocidas se encuentran La hija del rey del país de los elfos (1924), una novela de fantasía que narra el romance entre una princesa élfica y un mortal; Los dioses de Pegāna (1905), una colección de relatos que crean un panteón ficticio; y La espada de Welleran (1908), otra colección de relatos de espada y brujería ambientados en un mundo imaginario.
Dunsany fue también un prolífico autor teatral, que escribió más de sesenta obras para el escenario, muchas de ellas con elementos fantásticos o humorísticos. Algunas de sus piezas más famosas son El sueño del rey (1916), una sátira sobre la guerra; La gloria del mundo (1919), una comedia sobre la vanidad humana; y El dios del marfil (1925), una fábula sobre el colonialismo.
Dunsany publicó también poesía, ensayos y tres volúmenes autobiográficos: Patches of Sunlight (1938), While the Sirens Slept (1944) y The Sirens Wake (1954). En ellos relata sus experiencias vitales, sus viajes por el mundo, sus opiniones sobre diversos temas y sus recuerdos de otros escritores irlandeses como W. B. Yeats y Lady Gregory, con quienes colaboró en el apoyo al Abbey Theatre.
Dunsany murió a causa de una apendicitis a los 79 años, dejando tras de sí una obra vasta y original que le ha valido el reconocimiento como uno de los maestros de la literatura fantástica del siglo XX.