El Espejo

Espejo. Foto por Alex Lopez en Unsplash
Foto por Alex Lopez en Unsplash

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Todas las historias que has estado contado esta noche parecen pertenecer a dos categorías. Están las del tipo en las que tienes el mundo de los vivos de un lado, el mundo de los muertos en el otro, y una fuerza que permite el cruce de un lado al otro. Esto incluye fantasmas y cosas así. El segundo tipo incluye habilidades paranormales, premoniciones, la habilidad de predecir el futuro. Todas tus historias pertenecen a alguno de estos dos grupos.

De hecho, tus experiencias tienden a pertenecer, casi todas, a alguna de estas categorías. Lo que quiero decir es que la gente que ve fantasmas sólo ve fantasmas, nunca tiene premoniciones. Y los que tienen premoniciones no ven fantasmas. No sé por qué pero parece haber una predilección individual por una u otra. Al menos esa impresión me da.

Por supuesto que algunas personas no pertenecen a ninguna de las dos categorías. Yo, por ejemplo. En mis treinta y tantos años nunca he visto un fantasma, nunca he tenido alguna premonición o sueño profético. Sólo está esa vez que me subí a un elevador con unos amigos y ellos juraban haber visto un fantasma subirse con nosotros, pero yo no vi nada. Ellos dicen que había una mujer vestida con un traje gris parada justo junto a mí, pero no había ninguna mujer, hasta donde yo veía. Nosotros tres éramos los únicos en el elevador. No es broma. Y estos dos amigos no eran de los que me harían alguna broma pesada. Todo fue muy extraño pero algo es cierto, yo nunca he visto a un fantasma.

Pero hubo una vez, sólo esa vez, que tuve una experiencia que me dejó marcado de por vida. Esto sucedió hace más de diez años y nunca se lo había contado a nadie. Me daba miedo hasta hablar de eso. Sentía que si lo hacía podía suceder otra vez, así que nunca sacaba el tema. Pero esta noche cada uno ha contado su propia experiencia macabra, y como el anfitrión, no puedo terminar la noche sin contribuir con algo. Así que decidí contarles la historia.

Me gradué de la prepa a finales de 1960, justo cuando los movimientos estudiantiles estaban en su momento más fuerte. Yo fui parte de la generación hippie y me negué a ir a la universidad. En lugar de eso, vagaba por todo Japón trabajando en varios lugares de trabajo manual. Estaba convencido que ese era el modo más honrado de vivir. Joven e impetuoso, supongo que podrías llamarme. En retrospectiva, creo que mi vida era bastante divertida en ese entonces. Haya sido la mejor decisión o no, si tuviera que pasar por lo mismo otra vez, estoy muy seguro que lo haría.

En el otoño de mi segundo año de estar deambulando por todo el país, conseguí un trabajo de un par de meses como guardia nocturno de una secundaria. Esto era en una escuela en un pueblo diminuto que se llamaba Prefectura Niigata. Trabajar durante el verano me había desgastado mucho y quería hacer algo tranquilo un tiempo. No es que tenga mucha ciencia ser un guardia nocturno. Durante el día dormía en la oficina del conserje, y en la noche lo único que tenía que hacer era darle dos vueltas completas a la escuela para asegurarme que todo estuviera en orden. El resto del tiempo escuchaba discos en la sala de música, leía libros en la biblioteca y jugaba basket ball yo solo en el gimnasio. Estar solo toda la noche en una escuela no es tan malo, de verdad. ¿Tenía miedo? Para nada. Cuando tienes dieciocho o diecinueve nada te intimida.

No me imagino que alguno de ustedes haya trabajado como un guardia nocturno, así que debería explicarles las funciones. Se supone que tienes que dar dos vueltas cada noche, a las nueve de la noche y a las tres de la mañana. Ése es el horario. La escuela era un edificio de concreto de tres pisos, relativamente nuevo, con dieciocho a veinte salones. No era una escuela particularmente grande, en cuanto a escuelas se refiere. Además de los salones, estaba el taller de música, de economía doméstica, un estudio de arte, la oficina del personal y la del director. Por separado estaban la cafetería, la alberca, el gimnasio y el auditorio. Mi trabajo era hacer un chequeo rápido de todos estos.

Había una lista de control con veinte cosas que tenía que marcar conforme checaba todo. Ponía una palomita junto a cada cosa-oficina del personal, palomita, laboratorio, palomita… supongo que me pude haber quedado en el cuarto del conserje, que era donde dormía, y poner palomita en todas sin tomarme la molestia de ir a revisar de verdad. Pero no era la clase de persona que tomaba riesgos. No tomaba mucho tiempo hacer las rondas, y además, si alguien se metía mientras dormía a mí me habrían atacado.

En fin, ahí estaba yo todas las noches a las nueve de la noche y a las tres de la mañana, haciendo mis rondas, con una linterna en mi mano derecha y una espada para kendo de madera en la otra. Había practicado kendo en la preparatoria así que me sentía muy confiado de poder usarlo como defensa personal. Si un atacante fuera un principiante y tuviera una espada de verdad con él, aún así no me habría asustado. Pero en ese entonces era joven, si eso pasara ahora correría por mi vida.

Bueno, esto sucedió a principios de octubre, en una noche con mucho viento. De hecho, hacía un poco de calor para esa época del año. Los mosquitos y el aire hacían mucho ruido; la reja de la alberca estaba rota y el aire hacía que se abriera y se cerrara de golpe. Pensé en irla a arreglar, pero estaba muy oscuro afuera, entonces dejé que hiciera su ruido toda la noche.

Mi ronda de las nueve de la noche salió bien, puse palomita en todas las cosas que tenía que checar: todas las puertas estaban cerradas y todo lo demás estaba en su lugar. Nada fuera de lo ordinario. Me regresé al cuarto del conserje, puse mi alarma a las tres y me quedé dormido enseguida.

Cuando la alarma sonó a las tres desperté sintiéndome raro, no puedo explicarlo, pero me sentía diferente. No tenía ganas de levantarme –como si algo reprimiera mi voluntad de moverme. No lo entendía porque soy del tipo que normalmente salta de la cama. Me tuve que forzar para hacer mis rondas. La reja de la alberca seguía con su golpeteo rítmico, aunque de alguna manera, sonaba diferente que antes. Definitivamente hay algo muy raro, pensé, reacio a continuar con la revisión. Al final, me decidí a ir porque tenía que hacer bien mi trabajo sin excepción, además, cuando no haces la ronda una vez luego la dejas de hacer una y otra y otra vez y no quería caer en eso. Así que agarré mi linterna y mi espada.

En general fue una noche extraña. Mientras avanzaba la noche, el viento aumentaba su fuerza y se volvía más húmedo. Sentía que no me podía concentrar porque toda la piel me picaba. Quise ir a revisar primero el auditorio, el gimnasio y la alberca. Todo salió bien. La reja de la alberca se sacudía con el viento como una persona loca que asiente y sacude la cabeza al mismo tiempo. No seguía ningún patrón, primero asentía un par de veces -sí, sí- luego -no, no, no…-. Es una comparación peculiar, ya sé, pero es que así se sentía.

Dentro del edificio de la escuela la situación estaba normal. Veía a mi alrededor mientras ponía palomitas junto a cada cosa en mi lista, nada inusual había pasado a pesar de la extraña sensación que tenía. Me regresé al cuarto de conserje sintiéndome aliviado. El último lugar en mi lista era el cuarto del bóiler, junto a la cafetería, en el lado este del edificio, o sea, el lado opuesto a donde estaba “mi cuarto”. Esto quería decir que tenía que recorrer el largo pasillo del primer piso para regresar y estaba completamente oscuro. En las noches en las que había luna el pasillo estaba un poco alumbrado pero cuando no había no se podía ver nada. Tenía que prender mi linterna para alumbrarme el paso. En esta noche en particular, parecía que estaba cerca in tifón, así que la luna quedaba completamente cubierta.

Apreté el paso por el pasillo, haciendo que las suelas de mis zapatos rechinaran en el piso de linóleo. Era un piso de linóleo verde, el color de una cama de musgo, todavía me lo puedo imaginar.

La entrada hacia la escuela estaba a la mitad del pasillo, y mientras la pasaba pensé “¿Qué caraj–?” Pensé haber visto algo en la oscuridad. Empecé a sudar. Giré hacia donde había estado viendo, ajustando mi agarre en la espada. Apunté mi linterna hacia la repisa donde guardan zapatos.

Y ahí estaba yo. En otras palabras, era mi reflejo. Solamente era mi reflejo en un espejo. No estaba ese espejo la noche anterior así que debieron de haberlo puesto entre ayer y hoy. Sí que me había espantado. Era un espejo de cuerpo completo. Una vez superado el susto, me sentí un poco tonto por haberme alarmado por un espejo. Qué tonto, me dije. Dejé mi linterna, saqué un cigarrillo y lo prendí. Me di un vistazo en el espejo mientras jalaba el humo. Alguna luz de la calle alcanzaba a brillar a través de la ventana y alumbraba el espejo; atrás de mí la reja se seguía sacudiendo.

Después de unas cuantas fumadas empecé a notar algo raro en el espejo. Mi reflejo no era yo. Se veía exactamente como yo, pero definitivamente no era yo. No, no es eso. Sí era yo, claro, pero otro yo. Un yo que nunca debió de haber existido. No sé cómo ponerlo en palabras, es algo difícil de explicar, pero así era como se sentía.

La única cosa que sí alcanzaba a entender era que esta figura desconocida me aborrecía. Su odio era de la clase que nunca se olvida.

Me quedé ahí parado, como atontado. Mi cigarro se resbaló de mis dedos y cayó al piso. El cigarro del espejo se cayó al piso también. Nos quedamos ahí parados viéndonos el uno al otro. Sentía que mis manos estaban amarradas a mis pies, no me podía mover.

Finalmente, su mano se movió, se tocaba la barbilla lentamente con las puntas de los dedos, luego me di cuenta que yo estaba haciendo lo mismo. Como si yo fuera el reflejo de lo que estuviera en el espejo y él estuviera tratando de controlarme.

Armándome de valor, solté un grito y los nudos que me mantenían inmóvil por fin se rompieron. Tomé mi espada de kendo y la estrellé contra el espejo lo más fuerte que pude. Escuché el estruendo del vidrio rompiéndose, pero la verdad no volteé atrás sólo corrí hacia mi cuarto. Cuando entré cerré la puerta con seguro y me metí debajo de las cobijas. Estaba preocupado por el cigarro que había dejado caer al piso pero no había manera de hacerme regresar. El viento siguió soplando y la reja siguió haciendo ese ruido hasta el amanecer. Sí, sí, no, sí, no, no, no….

Estoy seguro que ya te sabes el final de mi historia. Nunca hubo espejo.

Cuando salió el sol el tifón ya había pasado. El viento se había calmado y parecía ser un día soleado. Me dirigí hacia la entrada, la cola del cigarro seguía ahí, también mi espada, pero sin espejo. Nunca había habido espejo.

Lo que vi no fue un fantasma. Simplemente—yo mismo. Nunca podré olvidar lo asustado que estaba esa noche, y cada vez que me acuerdo de eso, este pensamiento siempre me viene a la mente: la cosa más espantosa en el mundo es uno mismo. ¿Tú qué crees?

Como ya te habrás dado cuenta no tengo ningún espejo en la casa, aprender a rasurarme sin uno fue toda una hazaña, créeme.

Fin

Haruki Murakami. Es uno de los escritores japoneses más conocidos de la actualidad, tanto en su país como fuera de él. Su generación de escritores fue influenciada por la literatura contemporánea norteamericana. Él mismo ha traducido a Tobias Wolff, Francis Scott Fitzgerald, John Irving o Raymond Carver, a los que considera indudables maestros.

Murakami nació en Kioto pero se crio en Kobe, sus padre eran profesores de literatura japonesa por lo que de ahí vino su interés por ella. Influenciado por la cultura occidental tanto en la literatura como en la música, son esas influencias las que lo diferencian de otros autores japoneses.

Estudió literatura y griego en la Universidad de Waseda (Sodai), donde conoció a su esposa Yoko. Su primer negocio fue un bar de jazz llamado "Peter Cat", una muestra de su gran amor por la música, uno de los grandes y necesarios referentes a lo largo de toda su obra.

Tokio Blues fue la primera de sus obras que despuntó y su fama le convirtió en una verdadera estrella en Japón. Tras pasar una larga temporada en Estados Unidos en la que escribió sus siguientes obras, Al sur de la frontera, al oeste del sol (1992) y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995), Murakami decidió volver a Japón tras el famoso terremoto de Kobe y el atentado terrorista con gas sarín al metro de Tokyo, sucesos sobre los que escribiría posteriormente.

Desde su vuelta a Japón, publicó Sputnik mi amor (1999) y Kafka en la orilla (2002), que le valieron el definitivo espaldarazo internacional y el seguimiento fiel de una verdadera legión de lectores, seguidos por After Dark (2004), 1Q84 (2009) y Los años de peregrinación del chico sin color (2013). Murakami ha sido postulado al Premio Nobel de Literatura gracias a obras monumentales como 1Q84, trilogía que rompió todos los récords de venta en Japón.

Sus obras tienen un marcado toque surreal y de fatalismo, en ellas refleja la soledad y el ansia de encontrar y poseer el amor, crea mundos donde mezcla lo real y lo onírico, la felicidad con la oscuridad, consiguen atraer la curiosidad e inquietud de los lectores. Su carrera literaria no consta solo de novelas, también cuenta con recopilación de relatos, ensayos y cuentos ilustrados.

En 2015, Murakami abrió un consultorio online donde los internautas pudieron preguntarle y pedirle consejo durante varios meses. A partir de esa experiencia, el autor japonés decidió escribir un libro relatando los momentos más interesantes de esa conversación virtual.

Reconocido en todo el mundo, ha sido galardonado con premios como el Noma(1982), el Tanizaki (1985), el Yomiuri (1996), el Franz Kafka (2006) o el Jerusalem Prize (2007). En España, ha recibido la Orden de las Artes y las Letras del Gobierno Español y el Premi Internacional Catalunya 2011.