El Carlanco

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Era vez y vez una cabra, muy mujer de bien, que tenía tres chivitas que había criado muy bien, y metiditas en su casa.

En una ocasión en que iban por los montes vio a una avispa que se estaba ahogando en un arroyo; le alargó una rama, y la avispa se subió en ella y se salvó:

-¡Dios te lo pague, que has hecho una buena obra de caridad! -le dijo la avispa a la cabra-. Si alguna vez me necesitas, ve a aquel paredón derrumbado, que allí está mi convento. Tiene este muchas celditas que no están enjalbegadas, porque la comunidad es muy pobre, y no tiene para comprar la cal. Pregunta por la madre abadesa, que esa soy yo, y al punto saldré y te servir de muy buen agrado en lo que me ocupes.

Dicho lo cual echó a volar cantando maitines.

Pocos días después les dijo una mañana temprano la cabra a sus chivitas:

-Voy al monte por una carguita de leña. Vosotras encerraos, atrancad bien la puerta, y cuidado con no abrir a nadie, porque anda por aquí el Carlanco. Solo abriréis cuando yo os diga:

¡Abrid, hijitas, abrid!

Que soy la madre que os parí.

Las chivitas, que eran muy bien mandadas, lo hicieron todo como se lo había encargado su madre.

Y cate usted ahí que llaman a la puerta, y que oyen una voz como la de un becerro, que dice:

¡Abrid, que soy el Carlanco!
Que montes y peñas arranco.

Las cabritas, que tenían su puerta muy bien atrancada, le respondieron desde dentro:

-¡Ábrela, guapo!

Y como no pudo, se fue hecho un veneno, y prometiéndoles que se la habían de pagar.

A la mañana siguiente fue y se escondió, y oyó lo que la madre les dijo a las chivitas, que fue lo propio del día antes. A la tarde se vino muy dequedito, y remedando la voz de la cabra, se puso a decir:

¡Abrid, hijitas, abrid!
Que soy la madre que os parí.

Las chivitas, que creyeron que era su madre, fueron y abrieron la puerta, y vieron que era el mismísimo Carlanco en propia persona.

Echáronse a correr, y se subieron por una escalera al sobrado, y la tiraron tras sí; de manera que el Carlanco no pudo subir. Este, enrabiado, cerró la puerta, y se puso a dar vueltas por la estancia, pegando unos bufidos y dando unos resoplidos que a las pobres cabritas se les helaba la sangre en las venas.

Llegó en esto su madre, que les dijo:

¡Abrid, hijitas, abrid!
Que soy la madre que os parí.

Ellas, desde su sobrado, le gritaron que no podían, porque estaba allí el Carlanco.

Entonces la cabrita soltó su carguita de leña, y como las cabras son tan ligeras, se puso mas pronto que la luz en el convento de las avispas, y llamó:

-¿Quién es? -preguntó la tornera.

-Madre, soy una cabrita, para servir a usted.

-¿Una cabrita aquí, en este convento de avispas descalzas y recoletas? ¡Vaya, ni por pienso! Pasa tu camino y Dios te ayude -dijo la tornera.

-Llame usted a la madre abadesa, que traigo prisa -dijo la cabrita-; si no voy por el abejaruco, que le vi al venir por acá.

La tornera se asustó con la amenaza, y avisó a la madre abadesa, que vino, y la cabrita le contó lo que pasaba.

-Voy a socorrerte, cabrita de buen corazón -le dijo-. Vamos a tu casa.

Cuando llegaron, se coló la avispa por el agujero de la llave, y se puso a picar al Carlanco, ya en los ojos, ya en las narices, de manera que lo desatentó y echó a correr que echaba incendios; y yo

Pasé por la cabreriza,
y allí me dieron dos quesos:
uno para mí, y el otro
para el que escuchare aquesto.

FIN

Fernán Caballero. Es el seudónimo de Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea, una escritora y folclorista española que nació en Morges, Suiza, el 25 de diciembre de 1796. Su padre era el cónsul alemán Juan Nicolás Böhl de Faber, un hombre de negocios y un hispanófilo que introdujo en España el romanticismo historicista alemán. Su madre era Francisca Javiera Ruiz de Larrea, una dama de ascendencia española e irlandesa que organizaba una tertulia de «serviles», partidarios del Antiguo Régimen. Cecilia recibió una educación católica y cosmopolita, viajando por Europa con su familia.

A los diecinueve años se casó con Antonio Planells y Bardají, un joven capitán de infantería que murió al año siguiente en Puerto Rico. En 1822 contrajo segundas nupcias con el marqués de Arco Hermoso, Francisco de Paula Ruiz del Arco, con quien vivió en Sevilla y en el campo andaluz. Allí entró en contacto con las costumbres populares que luego plasmaría en sus novelas. El marqués murió en 1835 y Cecilia quedó al cuidado de sus dos hijos. En 1837 se casó por tercera y última vez con Antonio Arrom y Morales de Ayala, un hacendado cubano que también falleció en 1859.

Fue a causa de su precaria situación económica que Cecilia decidió publicar sus obras literarias bajo el pseudónimo masculino de Fernán Caballero. Su primera novela, La Gaviota, se publicó por entregas en el periódico El Heraldo en 1849. Escrita originalmente en francés, la novela narra el matrimonio fracasado del doctor Stein con la hija de un pescador, apodada «la Gaviota», que lo abandona por un torero y luego se convierte en cantante profesional. La obra fue un éxito y la compararon con Walter Scott por su realismo y su pintura de la vida andaluza.

Fernán Caballero siguió escribiendo novelas, cuentos y cuadros de costumbres, siempre con una visión conservadora y tradicionalista de la sociedad española. Defendió los valores del catolicismo, la monarquía y el orden frente al liberalismo, el progreso y las ideas extranjeras. Su obra se distingue por el uso del lenguaje popular, el interés por el folclore andaluz y el retrato de las costumbres rurales. Algunas de sus obras más destacadas son Clemencia (1852), La familia de Alvareda (1856), Un servilón y un liberalito (1857) y Relaciones (1857).

Fernán Caballero murió en Sevilla el 7 de abril de 1877. Fue una de las renovadoras de la narrativa española del siglo XIX y una precursora del realismo costumbrista. Su obra influyó en autores como Pedro Antonio de Alarcón, Juan Valera y Benito Pérez Galdós.