Desquite

Foto de T R A V E L E R G E E K en Unsplash

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El muchacho venía del río. Descalzo, con los pantalones arremangados por encima de las rodillas, las piernas sucias de lodo. Vestía una camisa roja, abierta en el pecho, donde los primeros vellos de la pubertad empezaban a ennegrecer. Tenía el pelo oscuro, mojado por el sudor que le escurría por el cuello delgado. Se inclinaba un poco hacia delante, bajo el peso de los largos remos, de los que pendían hilos verdes de limos aún goteantes. El barco quedó balanceándose en el agua turbia y, allí cerca, como si lo espiasen, afloraron de repente los ojos globulosos de una rana. El muchacho la miró, y ella le miró. Después la rana hizo un movimiento brusco y desapareció. Un minuto más y la superficie del río quedó lisa y tranquila, y brillante como los ojos del muchacho. La respiración del limo desprendía lentas y muelles burbujas de gas que la corriente arrastraba. En el calor espeso de la tarde los chopos altos vibraban silenciosamente y, de golpe, flor rápida que naciese del aire, un ave azul pasó rasando el agua. El muchacho levantó la cabeza. Desde el otro lado del río una muchacha le miraba, inmóvil. El muchacho levantó la mano libre y todo su cuerpo dibujó el gesto de una palabra que no se oyó. El río fluía, lento.

El muchacho subió la ladera, sin mirar atrás. La hierba se acababa allí mismo. Hacia arriba, hacia allá, el sol calcinaba los terrones de los barbechos y los olivares cenicientos. Metálica, durísima, una cigarra roía el silencio. En la distancia la atmósfera temblaba.

La casa era baja, achaparrada, bruñida de cal, con una franja de ocre violento. Un lienzo de pared ciega, sin ventanas, una puerta en la que se abría un postigo. En el interior el suelo de barro refrescaba los pies. El muchacho apoyó los remos, se limpió el sudor con el antebrazo. Se quedó quieto, escuchando los golpes del corazón, el pausado brotar del sudor que se renovaba en la piel. Estuvo así unos minutos, sin conciencia de los rumores que venían de la parte de detrás de la casa y que se transformaron, de súbito, en gañidos lancinantes y gratuitos: la protesta de un cerdo atado. Cuando, por fin, empezó a moverse, el grito del animal, esta vez herido e insultado, le golpeó en los oídos. Y en seguida oyó otros gritos, agudos, rabiosos, una súplica desesperada, una llamada que no espera socorro.

Corrió hacia el patio, pero no pasó del umbral de la puerta. Dos hombres y una mujer sujetaban al cerdo. Otro hombre, con un cuchillo ensangrentado, le abría un tajo vertical en el escroto. En la paja brillaba ya un óvalo achatado, rojo. El cerdo temblaba entero, lanzaba gritos entre las quijadas que apretaba una cuerda. La herida se alargó, el testículo apareció, lechoso y rayado de sangre, los dedos del hombre se introdujeron en la abertura, tiraron, retorcieron, arrancaron. La mujer tenía el rostro pálido y crispado. Desataron al cerdo, le liberaron el hocico y uno de los hombres se agachó y cogió las dos piezas, gruesas y suaves. El animal dio una vuelta, perplejo, y se quedó con la cabeza baja, respirando con dificultad. Entonces el hombre se los tiró. El cerdo los mordió, masticó ansioso, tragó. La mujer dijo algunas palabras y los hombres se encogieron de hombros. Uno de ellos se rió. Fue en ese momento cuando vieron al muchacho en el umbral de la puerta. Se quedaron todos callados y, como si fuese la única cosa que pudiesen hacer en aquel momento, se pusieron a mirar al animal, que se había echado en la paja, suspirando, con el hocico sucio de su propia sangre.

El muchacho volvió al interior. Llenó un puchero y bebió, dejando que el agua le corriese por las comisuras de la boca, por el cuello, hasta el vello del pecho que se volvió más oscuro. Mientras bebía miraba fuera las dos manchas rojas sobre la paja. Después, con un movimiento de cansancio, volvió a salir de la casa, atravesó el olivar otra vez bajo el bochorno del sol. El polvo le quemaba los pies y él, sin darse cuenta, los encogía para huir del contacto escaldante. La misma cigarra rechinaba en tono más sordo. Después la ladera, la hierba con su olor a savia caliente, la frescura atontadora debajo de las ramas, el lodo que se insinúa entre los dedos de los pies e irrumpe por arriba.

El muchacho se quedó quieto, mirando el río. Sobre un afloramiento de limo, una rana, parda como la primera, con los ojos redondos bajo las arcadas salientes, parecía estar esperando. La piel blanca del buche palpitaba. La boca cerrada formaba un pliegue de escarnio. Pasó un tiempo y ni la rana ni el muchacho se movían. Entonces él, desviando con dificultad los ojos, como para huir de un maleficio, vio al otro lado del río, entre las ramas bajas de los salgueros, aparecer una vez más a la muchacha. Y nuevamente, silencioso e inesperado, pasó sobre el agua el relámpago azul.

El muchacho se quitó la camisa despacio. Despacio se acabó de desvestir, y sólo cuando ya no tenía ropa ninguna sobre el cuerpo, su desnudez, lentamente, se reveló. Así como si se estuviese curando una ceguera de sí misma. La muchacha miraba de lejos. Después, con los mismos gestos lentos, se liberó del vestido y de todo cuanto la cubría. Desnuda sobre el fondo verde de los árboles.

El muchacho miró una vez más el río. El silencio se asentaba sobre la líquida piel de aquel interminable cuerpo. Círculos que se alargaban y perdían en la superficie tranquila, mostraban el lugar donde por fin la rana se había sumergido. Entonces el muchacho se metió en el agua y nadó hacia la otra orilla, mientras el bulto blanco y desnudo de la muchacha se recogía hacia la penumbra de las ramas.

FIN

José Saramago. Poeta y escritor portugués, fue una de las voces más importantes de la literatura portuguesa de todos los tiempos. Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1998, Saramago fue conocido internacionalmente tanto por su obra literaria como por su posicionamiento político.

Nacido en una familia de extracción humilde, Saramago se crió en Azinhaga y en Lisboa, donde comenzó a estudiar a los 12 años aunque no logró completar su formación debido a problemas económicos. Podríamos decir que a partir de ese momento combinó su trabajo en un taller con el estudio autodidacta, algo que le sirvió años más tarde para entrar como oficinista en la administración de la Seguridad Social.

Asentado en su nuevo trabajo y recién casado, Saramago publicó Tiempo de pecado (1947), que pasó sin pena ni gloria por el panorama portugués. A partir de ese momento se produce un largo parón en la carrera literaria de Saramago que no retomaría hasta casi veinte años más tarde.

Mientras tanto, Saramago colaboró con periódicos y revistas y pasó a trabajar para una editorial como traductor. Eran los años de la dictadura salazarista y debido a sus ideas de izquierda tuvo muchos problemas con la censura a la hora de publicar.

Afiliado desde 1969 al Partido Comunista de Portugal, Saramago abandonó su trabajo editorial para dedicarse por completo a su carrera literaria. Tras publicar Probablemente alegría llegaría a Portugal el movimiento de la Revolución de los Claveles, en el que se implicó completamente.

Es a partir de la llegada de la democracia a Portugal que Saramago comienza su etapa más conocida y activa. Su Memorial del convento es adaptado a la ópera en 1982 y apenas dos años más tarde vería publicada una de sus obras más conocidas, El año de la muerte de Ricardo Reis. En 1986 La balsa de piedra, una fábula en la que trató uno de sus temas políticos favoritos, la unidad de la Península Ibérica, tuvo una gran repercusión en España.

Sin embargo, el éxito con mayúsculas y una gran presencia mediática le llegaron con El evangelio según Jesucristo, obra que levantó un gran malestar no sólo entre la jerarquía católica sino también en el gobierno de su país. El escándalo fue uno de los motivos que llevaron a Saramago a instalarse en la Isla de Lanzarote con su segunda mujer en 1991.

Sus últimas obras a partir de entonces llegaron poco a poco al mercado internacional, siendo Ensayo sobre la ceguera (1995) uno de sus libros más celebrados y que recibió una excelente adaptación cinematográfica en 2008.

Tras recibir el Nobel de Literatura su proyección se hizo mundial y su figura alcanzó nuevos niveles de polémica al manifestar, sin ningún tipo de tapujo, sus ideas en contra de la política neoconservadora, la actitud de la Iglesia Católica y a favor de los pueblos más desfavorecidos.

Sus últimas obras fueron grandes éxitos, como El viaje del Elefante (2008) y Caín (2009), con la que volvió a levantar voces airadas en el Vaticano. También hay que destacar sus publicaciones en su blog, o cuaderno personal, que también fueron recogidas en forma de libro.

José Saramago murió en la isla de Lanzarote el 18 de junio de 2010 y tras su muerte se han publicado varios libros que permanecían inéditos, como Claraboya, El silencio del agua o Alabardas.