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Cuentos de Canterbury – Palabras del anfitrión al grupo

Cuentos de Canterbury - El cuento del fraile

Cuentos de Canterbury - El cuento del fraile

El anfitrión constató que el luciente sol había recorrido la cuarta parte y algo más de media hora en su trayecto diurno. Aunque no muy versado en ciencia astronómica, sabía de sobra que era el 18 de abril, el mensajero de mayo, y que la sombra de los árboles medía exactamente igual que ellos.

De modo que, por las sombras, reconoció que Febo, brillante y claro, había remontado cuarenta y cinco grados en su carrera. Por el día y la latitud, debían de ser las diez de la mañana. A esta conclusión llegó el hospedero. Súbitamente retuvo a su montura y dijo:

-Señores, les aviso que ha transcurrido la cuarta parte del día. Por amor de Dios y San Juan, no perdamos más tiempo. Éste se consume de día y de noche. Se nos escapa sigilosamente -ya estemos dormidos o despiertos-, si somos descuidados. El tiempo es huidizo como una corriente que nunca regresa, sino que fluye de la montaña al llano. Séneca y otros filósofos lamentaron más profundamente la pérdida del tiempo que la del oro. El tiempo perdido no se recupera. El oro, sí. No se nos devuelve, una vez pasado, lo mismo que la virginidad de Molly, a merced de la vida licenciosa. No encallezcamos en la pereza. Señor Magistrado -siguió diciendo-, tal como quedamos, venga vuestra narración. Libremente habéis asumido esta responsabilidad. Ahora estáis sujeto a mi juicio. Cumplid vuestro deber de la mejor forma posible.

-Hospedero -replicó-, por mi vida que lo voy a hacer. No tengo intención de romper este compromiso. Lo prometido es deuda, y me propongo mantener mi palabra y reintegraros el importe. Más no puedo decir. Las leyes que un hombre impone a otro deben ser respetadas por ambos. Así dice el texto. Pero en este preciso momento no recuerdo ningún cuento interesante. Pero Chaucer, aunque a veces utiliza horteramente la métrica y la rima, ha narrado cuentos en el inglés que él domina, como es de todos sabido.

»Y si no los ha escrito en un libro, mi querido hermano, los ha escrito en otro. Sus relatos sobre amantes superan a las antiguas y clásicas Epístolas de Ovidio. ¿Por qué relatar ahora lo que ya hace tiempo que ha sido contado?

»En su juventud escribió sobre Ceix y Alción. Desde entonces ha cantado a estas nobles mujeres y sus amantes tal como descubrirán los que examinen su voluminoso texto. Se titula La leyenda de los santos de Cupido. En él podréis ver cómo Chaucer describe las profundas heridas de Lucrecia y las de la babilónica Tisbea; la fiel espada de Dido a causa de la falsa Aenea; podréis presenciar la muerte de Filis, convertida en árbol por amor a Demofón; el llanto de Dianira y Hermión, o de Áriadna e Hipsípilo; la isla estéril rodeada por el mar; el valeroso Leando, ahogado por amor a Fiero. Podréis ver las lágrimas de Helena y la desgracia de Briseida y de Laodamia. La crueldad de la reina Medeal con sus hijitos ahorcados cuando Jasón la despreció. ¡Oh Hipimestra, Penélope, Alcestes! ¡Cómo alaba vuestra feminidad!

»Pero, ciertamente, no escribe acerca del malvado ejemplo de Canacea, que amó a su propio hermano de forma pecaminosa. (¡Al cuerno con todas estas malvadas historias!) Tampoco cuenta nada de Apolomo de Tiro y del rey Antíoco, que desposeyó a su hija de su virginidad. Es un relato terrible. La arrojó al suelo en su depravada acción. En sus escritos, Chaucer no contó acciones tan horripilantes. Por poco que yo pueda, voy a hacer lo mismo.

»¿Qué voy a hacer yo con mi cuento? No me gustaría ser comparado a las nuevas Piérides. Las Metamorfosis relatan esto. Sin embargo, me importa un comino si, en comparación con Chaucer, salgo malparado. Yo hablo en posa, las rimas las dejo a él.»

Y, dichas estas palabras, de forma sobria empezó el relato tal como oiréis.

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