Cuentos de Canterbury – La disputa entre el fraile y el alguacil

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En cuanto hubo oído esto, el fraile rompió a reír. —Vamos, señora. Por mi salvación, que éste fue un largo preámbulo para el relato —dijo él.

Pero el alguacil intervino en cuanto oyó al fraile que empezaba a sermonear.

—¡Ved, amigos! —exclamó el alguacil—. He aquí los brazos de Dios. Un fraile siempre tiene que meter sus narices. Mirad, amigos, estos frailes son como las moscas: siempre caen en el plato donde come la gente y se entrometen en todos sus asuntos. ¿Qué es lo que quieres decir, a modo de preámbulo? ¡Pues camina, trota, o siéntate y calla! Con tus cosas estás estropeando la diversión.

—¿Así que es esto lo que piensas, mi señor alguacil? —replicó el fraile—. Bueno, antes de irme, os doy palabra de que os contaré una o dos historias acerca de un alguacil que hará reventar de risa a todos los que están aquí.

—Lo veremos, fraile. ¡Malditos sean tus ojos! —dijo el alguacil—. Pero que me condene si, antes de que llegue a Sittmgboume, no os cuento dos o tres historias sobre frailes, que te dejarán lamentando (haber abierto la boca), pues veo que estás perdiendo la compostura.

—¡Silencio! ¡Callad enseguida! —bramó nuestro anfitrión. Entonces prosiguió:

—Dejad que la señora cuente su relato. Os comportáis como si hubieseis bebido demasiada cerveza. Siga, señora; cuente el cuento. Será lo mejor.

—Estoy dispuesta, señor —respondió ella—. Cuando queráis; esto es, si tengo permiso de este buen fraile.

—Desde luego, señora —replicó éste—. Contad, que escucharé.

Geoffrey Chaucer. El titán de las letras medievales, nació en Londres alrededor de 1343, sumergiéndose en las aguas del tiempo hasta su partida el 25 de octubre de 1400, quedando eternamente marcado en el Rincón de los Poetas de la Abadía de Westminster. Más que un escritor, fue un alquimista literario, un filósofo del lenguaje, un diplomático entre las palabras.

En su vasto legado, destaca como arquitecto de historias inolvidables, siendo la obra maestra "Los Cuentos de Canterbury" la joya de su corona literaria. Pero Chaucer, con su pluma versátil, tejía palabras en múltiples direcciones. Desde "El libro de la duquesa", un lienzo de emociones, hasta la celeste "Casa de la fama", donde la notoriedad baila con las estrellas en su vasto cielo narrativo.

No contento con deslumbrar como poeta, Chaucer se elevó en otros firmamentos del conocimiento. Su destreza como alquimista y astrónomo resplandece, inmortalizada en un tratado astrológico dedicado a su joven hijo Lewis, evidenciando que su genialidad no conocía fronteras.

En una época donde el inglés medio vernáculo buscaba legitimidad frente al dominio del francés y el latín, Chaucer emergió como el defensor de la lengua, elevando el idioma de las calles a la nobleza literaria. Así, su pluma se convirtió en un faro que iluminó el camino para las generaciones venideras, dejando tras de sí un legado eterno en la historia de la literatura inglesa.