Cuentos de Canterbury – Diálogo entre el anfitrión y el molinero

El molinero por Henry Stacey Marks

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Cuando el caballero hubo concluido su relato, todos, jóvenes y viejos, sobre todo los miembros de más categoría del grupo, coincidieron en que era una historia digna de recordarse.

Nuestro anfitrión empezó a reírse y a comentar:

-Esto marcha. Ya se ha roto el hielo. Veamos quién sugiere otro cuento. El juego ha tenido un buen comienzo. Ahora, señor Monje, es su turno. Cuéntenos algo que pueda compararse al relato del caballero.

El molinero, pálido en su embriaguez, que apenas se mantenía en su montura ni podía quitarse el sombrero y guardar la compostura, exclamó con voz de falsete, soltando maldiciones:

-Por los brazos, la sangre y las entrañas de Cristo. Os podría relatar ahora algo que haría la competencia al cuento del caballero.

Al ver el anfitrión lo embriagado que estaba el molinero a causa de la cerveza, le cortó:

-Espera, querido hermano Robin. Demos la oportunidad en primer lugar a alguien mejor que tú. Espera, hagamos las cosas bien.

-¡Rediez! -contestó el molinero-. No esperaré. Lo hago ahora mismo o me largo.

Nuestro anfitrión le contestó:

-¡Caramba! No estás en tus cabales. Eres un necio. Has perdido el juicio.

-Escuchad todos y cada uno de vosotros -dijo el molinero-. En primer lugar, sin embargo, confieso que estoy borracho. Lo reconozco en mi voz. Por consiguiente, echadle la culpa a la cerveza de Southwark. Os contaré el cuento y la vida de un carpintero y su esposa y la forma en que un estudiante les tomó el pelo.

El administrador le respondió diciéndole:

-Cierra el pico. Abandona tu libidinosa embriaguez. Pecado es y gran locura injuriar o difamar a los hombres y a sus esposas. Conténtate con explicar otras cosas.

El embriagado molinero contestó rápido:

-Mi querido hermano Oswald, el que no tiene esposa no puede ser cabrón. Por lo tanto, no digo que tú lo seas. Existen incontables esposas fieles. Más de mil buenas por una mala. Eso lo sabes tú, a menos que estés loco. ¡Por qué te enfadas ahora con mi cuento? Yo tengo esposa como tú la tienes. Y por ello no me voy a considerar cornudo. Por mi yunta de bueyes que no me debo preocupar en exceso. Un marido no debe indagar las interioridades de Dios ni de su mujer. Puede encontrar allí la plenitud divina. Del resto, mejor no preocuparse.

¿Qué más puedo decir? Este molinero no escatimó palabras con nadie y contó su relato de modo grosero. Lamento tenerlo que repetir aquí. Pido disculpas a todos los gentilhombres. ¡Por el amor de Dios! No juzguéis equivocadamente mi relato. Carece de cualquier mala intención. Relato todos los cuentos, buenos o malos. De otra forma no sería fiel testigo de los acontecimientos.

Por consiguiente, si no deseáis escucharlo, girad página y escoged otro. Tendréis donde elegir: cuentos largos y cortos, de trasfondo y hechos caballerescos, moralizantes y santos.

No me condenéis si seleccionas mal. El molinero es un rufián. De sobra lo sabéis. Así lo eran el administrador y otros varios. De liviandades es su cuento. Os aviso para que no me echéis la culpa. Además, ¿por qué adoptar una actitud seria ante un juego?

Geoffrey Chaucer. El titán de las letras medievales, nació en Londres alrededor de 1343, sumergiéndose en las aguas del tiempo hasta su partida el 25 de octubre de 1400, quedando eternamente marcado en el Rincón de los Poetas de la Abadía de Westminster. Más que un escritor, fue un alquimista literario, un filósofo del lenguaje, un diplomático entre las palabras.

En su vasto legado, destaca como arquitecto de historias inolvidables, siendo la obra maestra "Los Cuentos de Canterbury" la joya de su corona literaria. Pero Chaucer, con su pluma versátil, tejía palabras en múltiples direcciones. Desde "El libro de la duquesa", un lienzo de emociones, hasta la celeste "Casa de la fama", donde la notoriedad baila con las estrellas en su vasto cielo narrativo.

No contento con deslumbrar como poeta, Chaucer se elevó en otros firmamentos del conocimiento. Su destreza como alquimista y astrónomo resplandece, inmortalizada en un tratado astrológico dedicado a su joven hijo Lewis, evidenciando que su genialidad no conocía fronteras.

En una época donde el inglés medio vernáculo buscaba legitimidad frente al dominio del francés y el latín, Chaucer emergió como el defensor de la lengua, elevando el idioma de las calles a la nobleza literaria. Así, su pluma se convirtió en un faro que iluminó el camino para las generaciones venideras, dejando tras de sí un legado eterno en la historia de la literatura inglesa.