Catatónico
Encogió los hombros y las piernas apretando los codos contra los costados y cerró los puños adoptando la postura que aprendiera cuando niño de Paulino Uzcudún sintiéndose ahora invulnerable a cualquier ataque viniera de donde viniera ya de un puño disparado ya de una bota agresiva o de las melifluas frases proferidas por esa boca que se abría y cerraba y se movía lateralmente y de abajo hacia arriba frente a él dejando escapar las palabras como insectos asustados a través de la abertura que enmarcaban los labios temblones y que volaban en línea recta hacia el muro impenetrable que había construido con sus brazos y muslos petrificados protegiéndole el pecho y el estómago y las mejillas y sobre todo las orejas donde zumbaban las palabras antes de chocar contra su frente y caer desarticuladas en sílabas quebrándose después en letras menudas al encuentro con el duro suelo del hospital permaneciendo amontonadas unas sobre otras como muertas mariposas nocturnas vencidas por el día y que disimuladamente él fue empujando con el pie bajo la silla desde donde observaba impertérrito el sordo empeño del hombre de la bata blanca de acribillarlo con su espesa andanada de palabras que cada vez fueron saliendo de su boca con mayor rapidez hasta superar su capacidad de ocultarlas por lo que el montón fue creciendo en el piso forzándolo a abandonar el intento de esconderlo bajo la silla y resignándolo a observar indiferente cómo se elevaba sobre el suelo la pila de palabras desmembradas que fue inexorablemente alcanzando la altura del hombre de la bata blanca trepando primero minuciosamente por sus piernas ocupando después las caderas y el pecho y luego invadiendo tenazmente el contorno de la cabeza hasta cubrir todo el cuerpo arropándolo por completo y sumergiendo y ahogando bajo una hirviente masa negruzca la voz meliflua cuyo sonido fue sobrepasado entonces por el apagado y múltiple murmullo satisfecho del enjambre de diminutos signos alfabéticos degustando bocado a bocado el pellejo y los músculos y huesos y cartílagos en un feroz ataque antropofágico que él observó inmerso en su neutralidad impávida hasta que del hombre solo quedó la arrugada bata blinca sobre el suelo como una humillada bandera en derrota mientras se producía la desbandada total de las letras que fueron encontrando una a una las grietas escondidas del piso y las paredes y desapareciendo por ellas con apresurada impaciencia de hormigas atolondradas dejando solo en la habitación al vencedor que estiró las piernas arqueando el torso y alzó las manos entrelazadas por encima de la cabeza porque este round lo había ganado él y podía ahora bajar la guardia hasta el momento en que una nueva cometida de palabras entrometidas despertara otra vez la compulsiva necesidad de proteger a toda costa su intimidad amenazada obligándolo a remedar de nuevo la defensa de uzcudún y repetir su victoria y entonces volver a esperar con la misma vigilancia pasiva pero alerta cualquier otro intento de conturbar la infinita paz que había conquistado a través de tantos sacrificios y a la que jamás renunciará no importa qué.
FIN
Virgilio Díaz Grullón. Virgilio Díaz Grullón (Santiago de los Caballeros, 1 de mayo de 1924 - Santo Domingo, 18 de julio de 2001) fue un escritor, poeta.