Caronte

Caronte, ilustración de Gustave Doré para La divina comedia de Dante.

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Caronte se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su cansancio.

Para él no era una cosa de años o de siglos, sino de ilimitados flujos de tiempo, y una antigua pesadez y un dolor en los brazos que se habían convertido en parte de un esquema creado por los dioses y en un pedazo de Eternidad.

Si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario, esto habría dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos iguales.

Tan grises resultaban siempre las cosas donde él estaba que si alguna luminosidad se demoraba entre los muertos, en el rostro de alguna reina como Cleopatra, sus ojos no podrían percibirla.

Era extraño que actualmente los muertos estuvieran llegando en tales cantidades. Llegaban de a miles cuando acostumbraban a llegar de a cincuenta. No era la obligación ni el deseo de Caronte considerar el porqué de estas cosas en su alma gris. Caronte se inclinaba hacia adelante y remaba.

Entonces nadie vino por un tiempo. No era usual que los dioses no mandaran a nadie desde la Tierra por aquel espacio de tiempo. Mas los Dioses saben.

Entonces un hombre llegó solo. Y una pequeña sombra se sentó estremeciéndose en una playa solitaria y el gran bote zarpó. Solo un pasajero; los dioses saben. Y un Caronte grande y cansado remó y remó junto al pequeño, silencioso y tembloroso espíritu.

Y el sonido del río era como un poderoso suspiro lanzado por Aflicción, en el comienzo, entre sus hermanas, y que no pudo morir como los ecos del dolor humano que se apagan en las colinas terrestres, sino que era tan antiguo como el tiempo y el dolor en los brazos de Caronte.

Entonces, desde el gris y tranquilo río, el bote se materializó en la costa de Dis y la pequeña sombra, aún estremeciéndose, puso pie en tierra, y Caronte volteó el bote para dirigirse fatigosamente al mundo. Entonces la pequeña sombra habló, había sido un hombre.

-Soy el último -dijo.

Nunca nadie antes había hecho sonreír a Caronte, nunca nadie antes lo había hecho llorar.

FIN

Lord Dunsany. Fue un escritor y dramaturgo anglo-irlandés que nació en Londres el 24 de julio de 1878 y murió en Dublín el 25 de octubre de 1957. Su nombre real era Edward John Moreton Drax Plunkett, y era el XVIII Barón de Dunsany, un título nobiliario que heredó de su padre en 1899. Se educó en el Eton College y la Real Academia Militar de Sandhurst, y participó como militar en la Guerra Bóer y la Primera Guerra Mundial. También fue un apasionado de la caza y el ajedrez, e inventó un juego de mesa llamado Dunsany's chess.

Dunsany es considerado uno de los pioneros del género de la fantasía heroica, y sus cuentos fantásticos influyeron en autores como H. P. Lovecraft, J. R. R. Tolkien, Jorge Luis Borges y Arthur C. Clarke. Entre sus obras más conocidas se encuentran La hija del rey del país de los elfos (1924), una novela de fantasía que narra el romance entre una princesa élfica y un mortal; Los dioses de Pegāna (1905), una colección de relatos que crean un panteón ficticio; y La espada de Welleran (1908), otra colección de relatos de espada y brujería ambientados en un mundo imaginario.

Dunsany fue también un prolífico autor teatral, que escribió más de sesenta obras para el escenario, muchas de ellas con elementos fantásticos o humorísticos. Algunas de sus piezas más famosas son El sueño del rey (1916), una sátira sobre la guerra; La gloria del mundo (1919), una comedia sobre la vanidad humana; y El dios del marfil (1925), una fábula sobre el colonialismo.

Dunsany publicó también poesía, ensayos y tres volúmenes autobiográficos: Patches of Sunlight (1938), While the Sirens Slept (1944) y The Sirens Wake (1954). En ellos relata sus experiencias vitales, sus viajes por el mundo, sus opiniones sobre diversos temas y sus recuerdos de otros escritores irlandeses como W. B. Yeats y Lady Gregory, con quienes colaboró en el apoyo al Abbey Theatre.

Dunsany murió a causa de una apendicitis a los 79 años, dejando tras de sí una obra vasta y original que le ha valido el reconocimiento como uno de los maestros de la literatura fantástica del siglo XX.