Aceituna, una

Foto de Roberta Sorge en Unsplash

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Acabo de referir que uno de los tres primeros olivos que se plantaron en el Perú fue reivindicado por un prójimo chileno, sobre el cual recayó por el hurto nada menos que excomunión mayor, recurso terrorífico merced al cual, años más tarde, restituyó la robada estaca, que a orillas del Mapocho u otro río fuera fundadora de un olivar famoso.

Cuando yo oía decir aceituna, una, pensaba que la frase no envolvía malicia o significación, sino que era hija del diccionario de la rima o de algún quídam que anduvo a caza de ecos y consonancias. Pero ahí verán ustedes que la erré de medio a medio, y que si aquella frase como esta otra: aceituna, oro es una, la segunda plata y la tercera mata, son frases que tienen historia y razón de ser.

Siempre se ha dicho por el hombre que cae generalmente en gracia o que es simpático: Este tiene la suerte de las aceitunas, frase de conceptuosa profundidad, pues las aceitunas tienen la virtud de no gustar ni disgustar a medias, sino por entero. Llegar a las aceitunas era también otra locución con que nuestros abuelos expresaban que había uno presentádose a los postres en un convite, o presenciado sólo el final de una fiesta. Aceituna zapatera llamaban a la oleosa que había perdido color y buen sabor y que, por falta de jugo, empieza a encogerse. Así decían por la mujer hermosa a quien los años o los achaques empiezan a desmejorar:

-Estás, hija, hecha una aceituna zapatera.

Probablemente los cofrades de San Crispín no podían consumir sino aceitunas de desecho.

Cuentan varios cronistas, y citaré entre ellos al padre Acosta, que es el que más a la memoria me viene, que a los principios, en los grandes banquetes, y por mucho regalo y magnificencia, se obsequiaba a cada comensal con una aceituna. El dueño del convite, como para disculpar una mezquindad que en el fondo era positivo lujo, pues la producción era escasa y carísima, solía decir a sus convidados: caballeros, aceituna, una. Y así nació la frase.

Ya en 1565 y en la huerta de don Antonio de Ribera, se vendían cuatro aceitunas por un real. Este precio permitía a su anfitrión ser rumboroso, y desde ese año eran tres las aceitunas asignadas por cada cubierto.

Sea que opinasen que la buena crianza exige no consumir toda la ración del plato, o que el dueño de la casa dijera, agradeciendo el elogio que hicieran de las oleosas: aceituna, oro es una, dos son plata y la tercera mata, ello es que la conclusión de la coplilla daba en qué cavilar a muchos cristianos que, después de masticar la primera y segunda aceituna, no se atrevían con la última, que eso habría equivalido a suicidarse a sabiendas. Si la tercera mata, dejémosla estar en el platillo y que la coma su abuela.

Andando los tiempos vinieron los de ño Cerezo, el aceitunero del Puente, un vejestorio que a los setenta años de edad dio pie para que le sacasen esta ingeniosa y epigramática redondilla:

Dicen por ahí que Cerezo
tiene encinta a su mujer.
Digo que no puede ser,
porque no puede ser eso.

Como iba diciendo, en los tiempos de Cerezo era la aceituna inseparable compañera de la copa de aguardiente; y todo buen peruano hacía ascos a la cerveza, que para amarguras bastábanle las propias. De ahí la frase que se usaba en los días de San Martín y Bolívar para tomar las once (hoy se dice lunch, en gringo):

-Señores, vamos a remojar una aceitunita.

Y ¿por qué -preguntará alguno-llamaban los antiguos las once, al acto de echar después de mediodía, un remiendo al estómago? ¿Por qué?

Once las letras son del aguardiente.
Ya lo sabe el curioso impertinente.

Gracias a Dios que hoy nadie nos ofrece ración tasada y que hogaño nos atracamos de aceitunas sin que nos asusten frases. ¡Lo que va de tiempo a tiempo!

Hoy también se dice: aceituna, una; mas si es buena, una docena.

FIN

Ricardo Palma. Nació en Lima el 7 de febrero de 1833, en el seno de una familia humilde y mestiza. Desde joven se interesó por la literatura y el periodismo, y participó en diversos grupos bohemios y políticos. En 1848 publicó sus primeros poemas y en 1851 su primer drama, Rodil. También escribió ensayos, crónicas y novelas históricas.

Pero su obra más famosa y original son las Tradiciones peruanas, una serie de relatos cortos que mezclan historia y ficción, con un estilo ameno, irónico y costumbrista. En estas narraciones, Palma recrea episodios y personajes de la historia colonial y republicana del Perú, con un lenguaje lleno de humor y color local. Las Tradiciones peruanas se publicaron en varios volúmenes entre 1872 y 1910, y tuvieron gran éxito tanto en el Perú como en el extranjero.

Además de escritor, Palma fue un destacado bibliotecario y académico. En 1883 fue nombrado director de la Biblioteca Nacional del Perú, que había sido saqueada e incendiada por las tropas chilenas durante la Guerra del Pacífico. Palma se dedicó a reconstruir la biblioteca con gran esfuerzo y dedicación, solicitando libros a distintos países y personas. Por esta labor se le conoce como "El Bibliotecario Mendigo". En 1892 representó al Perú en el cuarto centenario del Descubrimiento de América realizado en Europa. En 1897 ingresó a la Real Academia Española como miembro correspondiente.

Ricardo Palma murió en Miraflores el 6 de octubre de 1919, a los 86 años de edad. Dejó una vasta obra literaria que lo consagra como uno de los maestros del idioma español y uno de los precursores del modernismo hispanoamericano. Su legado sigue vigente y admirado por generaciones de lectores y escritores.