Relatos

Fard

Aldous Huxley

Llevaban discutiendo y peleando casi tres cuartos de hora. El rumor inarticulado de las voces llegaba flotando por el pasillo desde el otro extremo del piso. Encorvada sobre su costura, Sophie se preguntaba, sin especial curiosidad, acerca de qué sería esta pelea...

Eróstrato

Jean-Paul Sartre

A los hombres hay que mirarlos desde arriba. Yo apagaba la luz y me ponía a la ventana: ni siquiera sospechaban que se les pudiera observar por encima. Cuidan la fachada, algunas veces la espalda, pero todos sus efectos están calculados para espectadores de un metro setenta...

El castillo de la Bella Durmiente

Pierre Loti

Con frecuencia he lanzado una llamada de auxilio a mis amigos desconocidos para que me ayudaran a socorrer las penurias humanas, y siempre han escuchado mi voz. Hoy se trata de socorrer árboles, nuestros viejos robles de Francia que la barbarie industrial se empeña en destruir por todas partes...

La mujer de otro

Abelardo Castillo

Supongo que siempre lo supe; un día yo iba a terminar llamando a esa puerta. Ese día fue esta noche. La casa es más o menos como la imaginaba, una casa de barrio, en Floresta, con un jardín al frente, si es que se le puede llamar jardín a un pequeño rectángulo enrejado en el que apenas caben una rosa china y dos o tres canteros, cubiertos ahora de maleza...

La montaña Kachi-kachi

Osamu Dazai

El conejo de la historia de La montaña Kachi-kachi es una jovencita, y el tanuki que saborea la miserable derrota, un tipo feo enamorado de ella. Creo que esta es una verdad imponente sobre la que no cabe la más mínima duda...

Ante la puesta de sol

Fernando Pessoa

Ayer por la tarde, un hombre de ciudad hablaba ante la puerta de la posada. También hablaba conmigo. Hablaba de la justicia y de la lucha por la justicia, y de los obreros que sufren, y del trabajo constante, y de los que pasan hambre, y de los ricos, que tienen anchas las espaldas por eso...

Cristales

Leopoldo Alas (Clarín)

Mi amigo Cristóbal siempre estaba triste… no, no es esa la palabra; era aquello una frialdad, una indiferencia, una abstinencia de toda emoción fuerte, confiada, entusiástica… No sé cómo explicarlo…

Los Hartley

John Cheever

El señor Hartley, su mujer y su hija Anne llegaron al hostal Pemaquoddy un atardecer de invierno, después de la cena, y en el preciso momento en que empezaban las partidas de bridge. Hartley cruzó con las bolsas el amplio porche y entró en el vestíbulo seguido por su mujer y por su hija...

El libro talonario

Pedro Antonio de Alarcón

La acción comienza en Rota. Rota es la menor de aquellas encantadoras poblaciones hermanas que forman el amplio semicírculo de la bahía de Cádiz; pero con ser la menor no ha faltado quien ponga los ojos en ella. El duque de Osuna, a título de duque de Arcos, la ostenta entre las perlas de su corona hace muchísimo tiempo, y tiene allí su correspondiente castillo señorial, que yo pudiera describir piedra por piedra…

El elegante de La Puerta

Bret Harte

También era minero. Durante el invierno de 1851 le encontró un grupito de exploradores que franqueó las nieves desembocando en un pequeño valle, que más adelante tomó el nombre de La Puerta. Era su único habitante...

La estatua de sal

Leopoldo Lugones

-Quién no ha pasado alguna vez por el monasterio de San Sabas, diga que no conoce la desolación. Imaginaos un antiquísimo edificio situado sobre el Jordán, cuyas aguas saturadas de arena amarillenta, se deslizan ya casi agotadas hacia el Mar Muerto, por entre bosquecillos de terebintos y manzanos de Sodoma...

A la plata

Tomás Carrasquilla

Aquel enjambre humano debía presentar a vuelo de pájaro el aspecto de un basurero. Los sombreros mugrientos, los forros encarnados de las ruanas, los pañolones oscuros y sebosos, los paraguas apabullados, tantos pañuelos y trapajos retumbantes, eran el guardarropa de un Arlequín...

Iván Fiódorovich Shponka y su tía

Nikolái Gógol

Esta historia tiene su propia historia: nos la contó Stepán Ivánovich Kúrochka, que había venido de Gadiach. Debo decirles que tengo una pésima memoria: poco importa que me digan una cosa o que no me la digan. Es lo mismo que pasar agua por un tamiz...

Oficiosidad no agradecida

Ricardo Palma

Cuentan las crónicas, para probar que el arzobispo Loayza tenía sus ribetes de mozón, que en Lima había un clérigo extremadamente avaro, que usaba sotana, manteo, alzacuello y sombrero tan raídos, que hacía años pedían a grito herido inmediato reemplazo. En arca de avariento, el diablo está de asiento, como reza el refrán...

El recuerdo

Felipe Trigo

No había andado Juana la mitad del camino hacia la viña, con un cesto de mimbres al cuadril, cuando entre las encinas de la sierra se presentó Chuco de sopetón, diciendo...

La mendiga de Locarno

Heinrich von Kleist

En Locarno, en la Italia superior, al pie de los Alpes, se hallaba un palacio antiguo perteneciente a un marqués, y que en la actualidad, viniendo del San Gotardo, puede verse en ruinas y escombros: un palacio con grandes y espaciosas estancias, en una de las cuales antaño fue alojada por compasión...

José Matías

José Maria Eça de Queirós

¡Linda tarde, amigo mío!… Estoy esperando el entierro de José Matías: de José Matías de Albuquerque, sobrino del vizconde de Garmilde… Usted seguramente lo conoció: un chico airoso, rubio como una espiga, con un bigote crespo de paladín sobre una boca indecisa de contemplativo, diestro caballero, de una elegancia sobria y fina...

El relojero

Robert Louis Stevenson

La garrafa estaba colocada sobre una mesa, en medio de la habitación. Hacía casi una semana que nadie entraba por la puerta; la sirvienta era descuidada y no había cambiado el agua desde hacía un mes...

Juanantes el encadenado

Miguel Ángel Asturias

No le enrostró nada (conversación con ojos, con manos), la Cardenala Cifuentes. No eran palabras. Las suyas no eran palabras. No atinaba a responder nada. Eran sonidos articulados a su angustia, al frío de su espinazo, a la carne de gallina que por momentos lo convertía en una regadera de poros gordos...

A la otra orilla del río y a través del bosque

John O'Hara

El sombrero, el abrigo y la maleta del señor Winfield estaban en el vestíbulo de su piso y, cuando le telefonearon desde abajo para decirle que el coche lo esperaba, ya estaba listo. Bajó las escaleras, saludó a Roberto, el gigantesco chofer negro, le entregó la maleta y lo siguió al coche...